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elcristalazo.com

No conozco mejor relato para describir y quizá hasta comprender lo sucedido en Argentina. Cuando la política nos niega las explicaciones, podemos siempre recurrir a la literatura.

Esa breve anécdota viene en un librito jocoso llamado “El humor de Borges” (Roberto Alifano), una selección de las palabras ingeniosas y altamente irónicas o sarcásticas de ese coloso literario.

Cuenta de una tarde cuando el poeta ya casi ciego requería ayuda para cruzar con seguridad la amplísima Avenida de Mayo. Un joven se acercó al caballero del bastón y le ofreció el brazo para caminar. Borges aceptó.

Cuando ya marchaban, a mitad del arroyo, el joven auxiliador –quien lo había reconocido– le dijo, maestro, le ruego que me disculpe, pero sucede que yo soy peronista. Obviamente Borges era un acérrimo adversario del populismo descamisado.

Sin soltarse de su efímero lazarillo, el poeta le dijo con una sonrisa:

–No hay cuidado, joven, sucede que yo también estoy ciego.

Eso y no otra cosa ha ocurrido allá en estas elecciones.

Los argentinos miran de ceguera en ceguera. Del peronismo a la baladronada, todo eso envuelto en el hojaldre de una derecha sin sentido. Y una vez más vayamos a Borges con su maravillosa definición de la democracia: “esa extraña forma de la estadística”.

Como sea hay un aspecto positivo en los sucesos del domingo electoral. El primero es la civilidad de la contienda. Del PASO de hace meses a la segunda vuelta comicial, los argentinos se gritonearon, se enfrascaron y discusiones interminables, se insultaron… pero jamás llevaron la sangre al río.

Y cuando avanzaron los cómputos, el derrotado señor Massa expresó públicamente su reconocimiento de la victoria ajena. Eso le dio un innegable rango de dignidad republicana, tanto como el del presidente Fernández quien aceptó la verdad y la realidad, para comenzar desde ya los pasos seguros de una transición ordenada.

Nada mal para un país cuya historia reciente aún recuerda espadones golpistas y cuartelazos represivos e inhumanos.

Otra gran ventaja de este momento es haberse deshecho de la corrupta dinastía Kirchner, prolongada con el monigote ahora fuera de la Casa Rosada.

Pero en política, dialécticamente siempre hay una contraparte, el señor Milei es una cosa espeluznante en sus ocurrencias. Lo mismo la emprende contra “la casta” o se le tira a insultos y mojicones verbales al Papa Francisco (quien además de todo también es argentino), mientras vive una vida esotérica, escucha voces del más allá, prepara la clausura del Banco Central y propone un mercado libre de órganos humanos y pistolas o rifles de ataque.

–¿Cuántas de esas locuras de quien apodan el león o el loco a secas, fueron desplantes en pos del voto desesperado e irreflexivo?, lo vamos a saber pronto, porque la realidad acomoda muchas cosas en su lugar.

“…El miedo al presente –dice el analista argentino, Ricardo Kirschbaum–, fue muy superior que el miedo al futuro. La explicación del voto masivo en favor de Javier Milei se encuentra allí: el hartazgo de la mayoría de la sociedad con la realidad cotidiana y con el fuerte deseo de cambio…

“…La magnitud de la victoria se sustentó en el claro deslizamiento del voto peronista hacia el libertario. De lo contrario, es imposible encontrarle explicación certera a las cifras que alcanzó Milei en lugares que habían largamente demostrado ser bastiones del oficialismo. Se logró a pesar del uso indiscriminado de los resortes y fondos del Estado en la campaña de Massa (Ojo, Claudia).

Dicho de esa forma la democracia no es la extraña estadística de Borges, sino la confrontación entre dos miedos: el padecimiento intolerable del presente, enfrentado a la promisoria y temerosa posibilidad por el futuro.

Lo malo conocido y lo malo por conocer.

Como sea, Argentina ya ha experimentado casi todo. A veces por voluntad, a veces por la fuerza. Ahora un melenudo extravagante, alguna vez sacerdote en la única iglesia de todos los argentinos: el fútbol.