Prácticamente le quedan dos meses en el cargo a Don Andrés L.O., antes de partir a su casa campestre o selvática en la lejana (desde aquí) provincia de Lacandonia. El nombre de ese rancho, ranchito, estancia, finca, solar familiar o como queramos. no es producto de un bautizo sino una respuesta repentina a una pregunta provocadora.
El rancho no se llama así, al menos eso relata Eduardo Ramírez, “El jaguar”, futuro gobernador de Chiapas.
–Lo que sucedió es que Andrés Manuel respondió enojado cuando se hablaba de su futuro si perdía la elección en que finalmente se hizo presidente y molesto respondió, si no gano me voy a la chingada, y lo compuso diciendo, es que así se llama mi rancho en Palenque.
Pero de aquel tiempo a este, muchas cosas han cambiado. Por lo pronto Palenque ya tiene tren.
Haya sido una ocurrencia o la premonición de un destino, sinónimo casi del repudio o el desprecio (cosa impensable en este caso, porque nadie tiene en este país su popularidad y eso durará mucho tiempo), la casa solariega parece estar condenada a convertirse en el domicilio de la más dolorosa nostalgia en el mundo: la pérdida del poder, cuando el poder lo ha sido todo: motor, método, esperanza, amor, furia, obsesión, sino, motivo, vida.
Es cierto, Don L.O., no perderá entre los suyos ascendencia e influencia, quizá hasta pueda convocarlos a promover una revocación de mandato en caso necesario o una ratificación del mismo, para lograr la segunda gratitud de la futura presidenta, pero sea como sea, a su paso nunca más volverá a inclinarse la bandera ni merecerá jamás honores de ordenanza, himnos y clarinadas, excepto en el (esperamos) lejano día de su muerte cuando se le sepulte con 21tronidos de mortero; el lamentoso toque de silencio y los acordes del último himno nacional en fúnebre música en torno de su nombre.
Después, el abrazo de la tierra. O el fuego, quien sabe.
Pero el primer golpe de distancia ya le ha sido propinado. Y ha sido su esposa Beatriz Gutiérrez M., quien ha confirmado una línea de separación. Ella ha dicho:
–“Él ya ha anunciado muchas veces que se va a retirar a un lugar que le gusta, va a estar tranquilo y pues yo tengo que continuar. Tenemos un hijo chico, hay todavía que apoyarlo mucho y seguir la vida, así es. Los ciclos se cierran, comienzan otros, continúan otros, como el de la maternidad y en este cierre preparado y reflexivo me aboqué a escribir, para dejar un testimonio sobre qué estuve y estoy pensando desde este inicio en 2018 a la fecha. Esas reflexiones que se han convertido en un libro”.
El libro, por cierto, tiene un nombre imposible: “Feminismo silencioso”. La escritura rompe el silencio.
–“Haciendo una línea cronológica en esta tarea de apoyar a mi esposo –dice la señora–, estamos a punto de decirles adiós. ¿A nosotros, los ciudadanos? Pues gracias, porque en la frase de los ciclos cerrados, no se sabe si se refiere al periodo presidencial o también a la relación misma. O ambas cosas.
Nadie sabe cómo será la última noche presidencial en el Palacio Nacional. Pero la imaginación permite imaginar a un hombre solo, escuchando sus pasos en el resonar de las paredes y los pisos de madera pulida y encerada hasta resplandecer en la oscuridad, con las manos en la espalda y la mente en la otra espalda, la del pasado. Tanto batallar para venir aquí, y ahora todo se acaba, como en esa frase tan común de los ciclos y su cierre.
–Carajo.
Y entonces quizá recuerde una lectura, cuando Simón Bolívar, agotado y envejecido (perdón por la comparación), preparaba su último viaje de Bogotá a Cartagena en 1830, con la intención de abandonar América.
“…La última visita que recibió la noche anterior fue la de Manuela Sáenz, la aguerrida quiteña que lo amaba, pero que no iba a seguirlo hasta la muerte…”