El periodismo es como una llave mágica, aseguraba
Lo maravilloso del periodismo es su similitud a una llave mágica, que te permite abrir muchas puertas. Detrás de todas ellas siempre hay una experiencia humana, decía Cristina Pacheco, la destacada periodista y escritora mexicana. Emblemática en la cultura del país, falleció el pasado jueves a los 82 años, dejando tras de sí un legado de narrativas entrañables y periodismo comprometido
Alberto Carbot
Con más de 47 años dedicados a su programa Aquí nos tocó vivir en Canal 11, Cristina Pacheco anunció su retiro el pasado 1 de diciembre, debido a graves problemas de salud relacionados con el cáncer. En su última aparición pública, compartió con voz entrecortada la necesidad de atender su salud, marcando el fin de una era en la televisión cultural. Laura Emilia y Cecilia Pacheco, hijas de Cristina y del escritor José Emilio Pacheco, lo informaron luego del fallecimiento de su madre, una pérdida que resonó profundamente en el mundo literario y periodístico.
Cristina Romo Hernández —su verdadero nombre, originaria de San Felipe, Torres Mochas, Guanajuato—, al tomar el apellido de su esposo José Emilio Pacheco (1939-2014), se convirtió en una figura del panorama cultural mexicano, complementando su obra con la de su marido. El amor entre Cristina y José Emilio, iniciado en 1959, tras ser presentados por Carlos Monsiváis, mientras ella estudiaba Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, fue una historia romántica que se formalizó en 1961 y duró más de medio siglo.
A lo largo de su carrera fue honrada con múltiples premios, incluyendo el Nacional de Periodismo en varias categorías. Sus contribuciones al periodismo cultural le fueron reconocidas con el Rosario Castellanos, el Bellas Artes de Literatura Inés Arredondo y El Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez.
Inició su carrera en el periodismo televisivo en Canal 13, pero sus primeras colaboraciones en Canal 11 fueron en los programas Así fue la semana y De todos modos Juan te llamas, a cargo del cuentista y poeta campechano Juan de la Cabada. Después, participó en Aquí nos tocó vivir, emisión concebida por el arquitecto universitario José Priani —quien diseñó el recinto de la sala ORM, ubicada en Álvaro Obregón 100 en la colonia Roma—, el cual dio inicio en mayo de 1978. Fue Priani quien le sugirió al periodista Pablo Marentes, director del canal politécnico, un programa que analizara la situación habitacional de la capital del país, desde el punto de vista de sus habitantes. Mar de Historias, su columna dominical, comenzó a publicarse en La Jornada en 1986.
Conversando con Cristina Pacheco inició sus transmisiones en 1997, en el Canal 11. Su obra escrita, pero principalmente sus programas de radio y televisión mostraron la diversidad y riqueza cultural del país y acercaron al público a las historias y tradiciones de México. Su habilidad para entrelazar la literatura y el periodismo, crearon un estilo particular que influenció a muchos jóvenes escritores y periodistas.
Sutileza, respeto y reconocimiento
En el ámbito del periodismo, las relaciones entre colegas a menudo se tejen en la sutileza del respeto y reconocimiento, como fue mi experiencia con Cristina Pacheco. Aunque nunca fui cercano a ella en términos personales, nuestra relación se mantuvo en un ámbito de cordialidad periodística.
Un episodio que ilustra esta relación ocurrió cuando, en agosto de 2001, un par de estudiantes de la escuela Carlos Septién García —ansiosos por iniciarse en el periodismo—, me propusieron entrevistarla. La consideré interesante para los lectores de Gentesur/La Revista de México, bajo mi cargo y luego de dar mi aprobación, no imaginé que recibiría, al día siguiente, una llamada de su oficina.
Era la propia Cristina, quien me expresó su deseo de que aceptaría la entrevista condicionando el hecho de que esta fuese conducida por mí, rechazando un poco la idea de ser entrevistada solo por unos principiantes.
Respetando su decisión, coordinamos la conversación con los jóvenes reporteros un par de días más tarde, la cual —debo decir—, se desarrolló con fluidez. Yo intenté en todo momento mantener un perfil bajo, pero una vez concluida la charla, Cristina y yo continuamos conversando en su oficina de Radio Fórmula, con un tono más informal y relajado. Durante este tiempo, aproveché la oportunidad para tomarle algunas fotografías, imágenes que ahora, con la sorpresiva noticia de su muerte, cobran un significado especial, particularmente una de ellas.
En esa foto, que me solicitó después, Cristina aparecía con su cabello castaño a la altura de los hombros, rematado con un flequillo ligeramente ondulado; me miraba directamente. Su rostro ovalado, mostraba una sonrisa cálida y agradable. Vestía un elegante blazer negro, y sostenía en la mano un bolígrafo Mont Blanc. La imagen —me comentó luego—, le había gustado mucho a ella y a su marido José Emilio, porque la presentaba en una actitud sonriente y a la vez reflexiva. Lo entendí, porque al momento de capturar esa y otra fotos, era evidente que ella se hallaba en su elemento, inmersa en el mundo de las noticias y la narración de historias, que eran realmente lo suyo.
Cristina aparecía con su cabello castaño a la altura de los hombros, rematado con un flequillo ligeramente ondulado; me miraba directamente. Su rostro ovalado, mostraba una sonrisa cálida y agradable. Vestía un elegante blazer negro, y sostenía en la mano un bolígrafo Mont Blanc. La imagen fue captada por Alberto Carbot
Nuestro siguiente encuentro tuvo lugar en 2014, en Tuxtla Gutiérrez, durante la inauguración de la librería José Emilio Pacheco de la Universidad Autónoma de Chiapas. Allí estuvieron presentes destacadas figuras gubernamentales y educativas, como el rector de la UNAM, José Narro, el gobernador Manuel Velasco Coello, el rector de la UNACH, Jaime Valls Esponda y el director del Fondo de Cultura Económica, José Carreño Carlón.
La inauguración se convirtió en una celebración de la vida y el legado literario de Pacheco, así como en un reconocimiento de su impacto en la cultura mexicana. En su discurso, Cristina destacó la relevancia de la librería como un espacio que permitía a su esposo José Emilio Pacheco, recién fallecido, “vivir en el espacio que más amaba”, refiriéndose a su pasión por los libros y la literatura. Luego rememoró la relación estrecha y afectiva de él con dos prominentes escritores chiapanecos, Jaime Sabines y Rosario Castellanos, subrayando la conexión personal y literaria de José Emilio con Chiapas.
En este evento, compartimos un saludo fraterno y algunos minutos de charla. Luego, me aparté discretamente, permitiendo a otros asistentes la oportunidad de interactuar con ella y tomarse algunas fotografías. Después de esta ceremonia no volvimos a vernos personalmente, por lo que, al enterarme de su fallecimiento a causa de un agresivo cáncer, me produjo un sentimiento de pesadumbre y me impulsó a escribir esta crónica.
En esa charla inicial con Gentesur/La Revista de México, Cristina aseguraba que para ella entrevistar era pura adrenalina y este ejercicio lo comparaba a tirarse desde un trapecio, sin red. Decía que, si no existía pasión, ella no podía hacer bien su trabajo. Maestra en el arte de la conversación, escritora y periodista de múltiples facetas, quizá sin saberlo, llegó hasta romper el récord Guinnes por el mayor número de entrevistas realizadas, en especial a la gente del pueblo.
Iniciada en el periodismo en los diarios Novedades y en El Día—cuando éste todavía se llamaba El Popular—, dos periódicos a los que reconocía haber querido mucho, Cristina Pacheco se mostraba agradecida de que ellos le hayan abierto las puertas, a pesar de no tener ninguna preparación previa para ejercer el oficio. Incursionó también en la Revista de la Universidad de México, Sucesos y El Sol de México.
“Me dieron espacios regulares semanales, que me permitieron primero ponerme en contacto con el ejercicio de la escritura —mencionaba—. No tenía ni siquiera el tiempo suficiente para preparar mis materiales. Realmente eran malos, pero los recuerdo con mucho cariño, porque era muy emocionante para mí ir a las redacciones, ver los periódicos y a los periodistas que estaban escribiendo, apurándose, metiendo sus hojas en los rodillos de las máquinas de escribir”.
Apasionada de la lectura, una actividad a la que consideraba un placer, Cristina Pacheco también pasaba el tiempo libre en la cocina, arreglando plantas y conversando. “Soy alguien que tiene esa pasión por la conversación y admiro mucho a los grandes conversadores, a la gente que sabe contar; eso me deslumbra, me fascina a tal grado, que me podría pasar la vida oyendo a esa persona —decía.
Se llamaba en realidad Cristina Romo Hernández “y lo seré siempre hasta que me muera” pero eligió designarse Cristina Pacheco —como se le conoció casi desde siempre—, por el apellido de su marido, José Emilio Pacheco, porque decía que a ella no le gustaba que a una mujer casada se le dijera 𝘧𝘶𝘭𝘢𝘯𝘢 𝘥𝘦 𝘵𝘢𝘭 𝘥𝘦… “como si fuera una marca o una propiedad”.
El amor entre Cristina y José Emilio, iniciado en 1959, tras ser presentados por Carlos Monsiváis, mientras ella estudiaba Lengua y literaturas Hispánicas, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, fue una historia romántica que se formalizó en 1961 y duró más de medio siglo.
Si bien se desarrolló posteriormente en la radio y la televisión, evocaba con afecto sus años en los medios impresos, porque ahí estudió sobre la marcha y fue aprendiendo poco a poco. De hecho, escribía domingo a domingo en la contraportada del periódico La Jornada, la sección Mar de Historias, ampliamente consultada.
Derroche de adrenalina
Cuando se le preguntaba qué sentía al iniciar su tarea cotidiana como entrevistadora, no dudaba en responder con una sola frase: “por pura emoción”. Explicaba: “es pura adrenalina y lo equiparo a tirarme de un trapecio sin red. Y si no hay ese reto, ese desafío, no me interesa; no lo hago. A mí, la gente tibia, el trabajo hecho con tibieza no me atrae. Para mí un entrevistador debe tener mucha pasión, mucho entusiasmo, mucha energía para poder sacar lo que quiere; es un trabajador que tiene que elaborar muy arduamente sus herramientas, que son las palabras, con las que hacer caminos en la otra persona, para poder llegar a oírla realmente y entenderla”, exponía.
Pacheco comentaba que una entrevista que de antemano consideraba que no la emocionaría, y no la conmoviera, realmente, no la hacía y no le interesaba. “De automatismo nada. Trato de buscar siempre otros caminos para que mi trabajo se renueve y sea fresco todos los días” —exponía.
—¿Qué satisfacción le ha dejado su programa Aquí nos tocó vivir?
Lo maravilloso de este programa es el contacto con las personas; para mí es lo más importante; ese es mi capital. Ha sido muy gratificante, pero bastante duro, porque te desgasta y pone en riesgo tus sentimientos, decía.
Sobre por qué eligió al Canal 11 y no a Televisa o TV Azteca —que sin duda le reportarían más audiencia—, señalaba que en realidad ya no se podía garantizar si hay programas que tienen rating o no, y explicaba que en la televisora del IPN encontró un formato ideal para sus programas.
“Para mi idea de lo que quería hacer, no creo que otra televisora se hubiera arriesgado a producir y transmitir este programa, que nació sin antecedentes, porque nunca había habido una emisión así. Todo mundo me decía: 𝘈𝘺, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘪é𝘯 𝘷𝘢 𝘲𝘶𝘦𝘳𝘦𝘳 𝘷𝘦𝘳 𝘦𝘴𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘨𝘳𝘢𝘮𝘢 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘴𝘢𝘭𝘦 𝘭𝘢 𝘨𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘴𝘪𝘯 𝘮𝘢𝘲𝘶𝘪𝘭𝘭𝘢𝘳𝘴𝘦 𝘺 𝘷𝘦𝘴𝘵𝘪𝘥𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘵𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘭𝘰𝘴 𝘥í𝘢𝘴; 𝘦𝘴𝘰 𝘢 𝘮í 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘦𝘮𝘰𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢”, señalaba Cristina.
Al recordar el inicio de Aquí nos tocó vivir, evocaba que empezó “de una manera increíble, porque para muchos sectores sociales, encontrar un lugar donde mirarse y escucharse, había sido realmente un tesoro”.
Cristina Pacheco aseguraba que en su trabajo trataba de ser plural; “abarcar todos los aspectos que me lleven a la experiencia humana, por medio de entrevistas con un artesano, un comerciante, un agricultor, un banquero, un músico o un deportista. Lo maravilloso del periodismo es su similitud a una llave mágica, que te permite abrir muchas puertas, ya que detrás de todas ellas siempre hay una experiencia humana que es lo que a mí me interesa rescatar, porque se reflejan todas las cosas que están pasando ahora. No es teoría, ni rollo, sino hechos concretos, pero vividos desde la perspectiva de la historia humana. Entrevistar, aunque algunos lo duden, es un trabajo muy pesado, que a veces me deprime y eso, emocionalmente, me ha causado muchos problemas”.
—¿Cómo empieza un día en la vida de Cristina Pacheco?
Trabajando, afortunadamente; leyendo los periódicos, oyendo las noticias, preparándome para llegar a la estación y organizándome bien. Mi día, de hecho, lo dejo organizado desde la noche anterior, pero hay muchos imprevistos. Tengo que pensar en quién va a ser mi invitado para la televisión, constatar que va a venir y que todo el material esté listo para el programa del viernes; que va a haber una persona que recoja al invitado, que haya flores para obsequiarles a las invitadas.
La pasión por lo humano
Hay tantas personas a las que me gustaría entrevistar —comentaba—, y solo es un programa a la semana, entonces tengo que elegir y me cuesta mucho trabajo. Hay centenares, miles de personas que valen la pena por lo que han vivido, por cómo trabajan, por el área de su actividad y su especialidad; por la forma en que realizan su trabajo, su excelencia, su rareza, su silencio. En mi trabajo periodístico, por fortuna, existen muchos recursos literarios y eso lo enriquece, porque quiero que tenga la estructura de un pequeño cuento.
—¿A quiénes considera como los grandes conversadores?
A la gente de pueblo, que tiene muy buena memoria y buen lenguaje; le dan color a lo que están contando. El señor José Pagés Llergo era un extraordinario conversador. Otro es Ricardo Legorreta. Juan Soriano, maravilloso. Te podría nombrar a muchos, pero una persona a la que admiré muchísimo fue Fernando Benítez.
Cristina recordaba que, en Los amos de la noche, entonces su más reciente libro, donde entrevistó a cantantes, vedettes y boxeadores, se había dado cuenta de que “los luchadores son buenísimos conversadores. La buena conversación no depende del nivel de cultura, aunque claro, una persona que sabe muchas cosas, lógicamente adorna mucho su conversación, pero es una cosa de estilo, sobre todo de lenguaje. He tenido la buena suerte de encontrar buenos conversadores”.
Pánico al éxito
Al mencionarle que ella ya había alcanzado el éxito en su profesión, señalaba que esa era una palabra que le daba “mucho miedo, porque es muy falsa. Se me hace como una duela mal puesta, perdida entre las demás; si uno la pisa y se la cree, la tabla le da en la cara. Más bien el éxito es estar en el trabajo a la hora en que uno tiene que estar, no traicionarse, ni meterle la zancadilla a nadie” —decía.
Admirada por su naturalidad, Cristina Pacheco decía odiar lo artificial y las poses. Cuestionada sobre si proyectaba un libro autobiográfico, señaló entonces que tenía una novela que no había podido terminar por falta de tiempo, la cual había escrito a lo largo de muchos años “desde que trabajaba en una revista llamada La mujer de hoy, que hacía con 2 muchachos y una secretaria y donde colaboraba la hoy famosa periodista de espectáculos Paty Chapoy; una publicación donde me quedaba mucho tiempo libre. Y todo era muy bonito, porque los cuatro íbamos a un ritmo muy rápido y me quedaban muchas horas libres.
“Entonces yo escribía muchas cosas y llegué a hacer una enorme cantidad de cuartillas que tengo en mi casa. Creo que son como cuatro mil, la que sería una de generaciones de familia, la de mi abuela, de mis tías o la de mi madre, que es una historia fascinante” —decía—. Ahí está, la haré el día que tenga tiempo —ya no diga, para escribir—, sino para contar, porque ese libro requiere una edición tremenda; no habría quien leyera ni publicara una cosa de esa naturaleza. Todo está hecho sin pretensiones literarias, simplemente es un relato”, señalaba en esa entrevista.
El eterno viajero en memoria de José Emilio
Tras la muerte de su esposo, el 26 de enero de 2014, Cristina le dedicó El eterno viajero, un emotivo texto en su espacio dominical en La Jornada y comenzó a escribir con una nueva libreta, buscando consuelo en la escritura y el recuerdo de sus días juntos. Las tareas cotidianas, como regar las plantas o preparar la comida, se convirtieron en actos para recordar y rendirle tributo. Encontró consuelo en leer en voz alta sus poemas, manteniendo viva su presencia a través de sus palabras, y en su soledad, se envolvió en los suéteres de José Emilio, buscando su calor y presencia en los objetos que él dejó atrás.
A través de sus palabras, reveló cómo el amor y el respeto mutuo no solo enriquecieron su vida juntos, sino también sus obras creativas y revivió las conversaciones y correspondencia que sostenían, especialmente cuando él estaba de viaje. La práctica de mantener diarios durante sus ausencias, se convirtió en una forma de sentirse cerca, una tradición que ella continuó tras su partida.
Cristina describió los preparativos del último viaje de José Emilio, enfocándose en los detalles que reflejaban su vida en común. Utilizó un cuaderno de Almudena, de papel rayado de varias páginas, para escribir sus pensamientos y recuerdos e iniciar sus anotaciones, una elección simbólica que reflejaba su deseo de mantener su conexión.
La carta —de cuatro secciones—, relata la última mañana en que estuvieron juntos, marcada por la prisa y los inconvenientes, una representación de su vida compartida. Su esfuerzo por alcanzarlo en la terminal se convirtió en una metáfora de su deseo de protegerlo y cuidarlo. La interacción con un guardia en la estación, ilustró la humanidad y el deseo desesperado de Cristina por un último adiós. A pesar de no alcanzar el tren, la bufanda de José Emilio se convirtió en un símbolo de su amor y preocupación por él.
Al volver a su hogar, enfrentó la realidad de su soledad, reflejada en su instinto de llamarlo y buscarlo para compartir sus vivencias, como si aún estuviera con ella. Su ausencia se hizo más evidente en los rincones silenciosos de su hogar, llevándola a buscar consuelo en una librería. En su elección de Los Thibault, de Roger Martin du Gard, Premio Nobel 1937, buscó un escape en la lectura, evitando así los recuerdos dolorosos en los libros que compartieron. Al volver a su casa, el saludo vacío a José Emilio y la visita a su cuarto, se convirtieron en actos de rememoración y presencia. Escribió que la dificultad de adaptarse a la vida sin él se reflejaba en el acto de preparar café para uno, un ritual que compartieron por muchos años.
En su carta, el patio y la fuente que le gustaban a José Emilio se convirtieron en un refugio para ella, un lugar donde podía sentir su presencia. Al concluir el cuaderno de Almudena, le prometió continuar escribiendo en libretas, una promesa de mantener viva la conversación, y la esperanza de un reencuentro se convirtió en un tema recurrente.
La carta se transformó en un puente entre la realidad y los recuerdos, un diálogo imaginario donde Cristina compartió sus pensamientos y sentimientos más íntimos y reveló cómo, a pesar de su ausencia física, él seguía siendo una presencia constante en su vida. A través de su escritura, mantuvo viva su memoria, celebrando su legado y honrando su vida juntos. Al finalizar la carta, Cristina agradeció a José Emilio por los años de amor, aprendizaje y compañerismo compartidos.
La entrevista con Jacobo Zabludovsky
En una memorable edición de Conversando con Cristina Pacheco, coincidiendo con su 15º aniversario, la periodista ofreció a su audiencia una charla excepcional con Jacobo Zabludovsky. La invitación extendida por Pacheco permitió al legendario conductor del programa 24 Horas expresar su reconocimiento por la labor periodística de Pacheco, haciendo especial mención a su columna Mar de Historias.
Con un tono de camaradería y a pesar de una molestia en la garganta, Zabludovsky la sorprendió gratamente al interpretar el bolero Cenizas de Wello Rivas, una muestra de su versatilidad y carisma. Cristina recordó la primera vez que entrevistó a Zabludovsky en 1980, un evento significativo en su historia personal y del periodismo televisivo en México. Al reflexionar sobre su carrera, Zabludovsky destacó la importancia de la pasión y la entrega en el periodismo, más allá de los premios y reconocimientos. La conversación abordó las entrevistas memorables de Zabludovsky con figuras como Fidel Castro y Ernesto “el Che” Guevara, así como su cobertura en eventos significativos a nivel mundial.
Inspirado por las palabras de Robert Capa, Zabludovsky subrayó la importancia de la proximidad en el periodismo, un principio que guio su enfoque de reportero. La entrevista se adentró en la esencia del periodismo, resaltando la importancia de estar presente y ser sensible a los acontecimientos para informar con profundidad. Zabludovsky comparó la improvisación en el periodismo con el jazz y la pintura abstracta, destacando la necesidad de una preparación sólida. Compartió cómo su pregunta aparentemente sencilla a “el Che” Guevara abrió un diálogo profundo y revelador, mostrando su habilidad para iniciar reportajes impactantes.
La conversación se centró en la evolución del periodismo. Zabludovsky enfatizó que, aunque las herramientas cambian, el núcleo del periodismo permanece constante. Desde la Revolución Francesa —señaló—, el periodismo ha sido crucial en la denuncia y en la formación de la opinión pública. Luego abordó el tema de la censura y la autocensura, compartiendo su experiencia de trabajar con libertad absoluta.
Zabludovsky compartió a Cristina anécdotas de su infancia en la zona de La Merced, destacando cómo influyó en su vida y carrera. La discusión se orientó después hacia cómo la radio y la escritura forjaron sus inicios periodísticos, y su trabajo en diversas estaciones y periódicos. Habló sobre su educación y la elección de estudiar Derecho, viéndola como la mejor preparación para un periodista en una época sin carreras específicas de periodismo.
Recordó su encuentro con su esposa durante sus años universitarios, un momento decisivo en su vida personal y profesional. Zabludovsky también detalló su participación en una película como locutor, mostrando su adaptabilidad en diferentes medios de comunicación. Rememoró su amistad con el cómico Mario Moreno “Cantinflas” y su participación en la película El Portero, una experiencia que emulaba su labor periodística.
El periodista compartió cómo su entrada a la revista Siempre! a través de una invitación de José Pagés Llergo marcó un cambio significativo en su carrera. Habló sobre su relación con el director y destacó cómo este vínculo influenció profundamente su enfoque periodístico. Posteriormente reflexionó sobre la mayor aportación de Pagés Llergo al periodismo mexicano: su honestidad y valentía al reconocer errores públicos.
La conversación giró más tarde hacia su pasión por el tango, revelando otra faceta de su personalidad y sus intereses culturales. Zabludovsky compartió también anécdotas de su carrera, recordando los anuncios publicitarios que narró y la importancia de la radio en su vida.
La entrevista con Cristina abordó la relación entre el periodismo y la historia, y cómo los periodistas documentan y contribuyen a la narrativa histórica. Exploraron el futuro del periodismo y la necesidad de adaptarse a los cambios tecnológicos, un tema crucial para él y analizaron la importancia de mantener la ética en el periodismo frente a los desafíos actuales y futuros.
La entrevista concluyó con reflexiones sobre el legado de Zabludovsky y su deseo de influir positivamente en las futuras generaciones de periodistas. Al final, la recién fallecida comunicadora agradeció su participación, no solo para celebrar los 15 años del programa, sino también para honrar la carrera de quien fue uno de los periodistas más influyentes de América Latina.
Pionera en el periodismo cultural; más de 13 publicaciones conforman su obra
De acuerdo a la Enciclopedia de la Literatura en México, Cristina Pacheco fue autora y coautora de más de 13 obras, entre ellas Para vivir aquí, Sopita de fideo, Cuarto de azotea, Zona de desastre, La última noche del tigre, El corazón de la noche, Para mirar a lo lejos, Amores y desamores, Limpios de todo amor, El eucalipto Ponciano, Dos pequeños amigos y Los trabajos perdidos.
También produjo A través de los ojos de ella (tomos uno y dos), El oro del desierto, La luz de México, Los dueños de la noche, La rueda de la fortuna, Testimonio y conversaciones, Al pie de la letra, Arreola en voz alta, Palabras de mujer, Crítica y estudios sobre géneros varios, Libreros: crónica de la compraventa de libros en la ciudad de México, Efraín Huerta, obra reunida [CD] vol. 1. Presentación de Cristina Pacheco y José Emilio Pacheco. Su libro de relatos más reciente fue El eterno viajero.
Sin duda, será recordada como una pionera en el periodismo cultural, cuya obra es un reflejo de la riqueza y diversidad del país. Su trabajo, en conjunto, es un mosaico de relatos que pintan un retrato de la vida mexicana y también un homenaje a la cultura, construido a través de audios, videos, historias y principalmente conexiones humanas.
“La partida de Cristina Pacheco no representa solo la pérdida de una gran periodista, sino tal vez el adiós a una gran narradora que capturó el alma de México en sus palabras” —he leído en Internet como homenaje póstumo de parte de sus muchos seguidores.
De igual manera, algunos analistas —y considero que no les falta fundamento—, han interpretado el fallecimiento de la periodista y escritora guanajuatense, como un adiós a una era del journalisme à pied de terre, periodismo a pie de calle y sobre todo empático. Una época en la que, parafraseando el título de su popular programa, aquí nos tocó vivir.