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La alarma política no puede sonar más fuerte y clara para México en el horizonte del neointervencionismo de EU con su manifestación renovada de fe en la vieja Doctrina Monroe. Su nuevo “corolario Trump” pone al día los mayores riesgos del expansionismo del siglo XX con miras a restaurar su hegemonía en el hemisferio occidental. No interpreto, así lo dicen sus documentos nacionales con meridiana transparencia. Por ello, la pregunta obligada es cómo prepararse —gobierno, sociedad y empresarios— para responder a la nueva estrategia de seguridad nacional que Trump publicó hace unos días con los más duros trazos de coacción de la diplomacia de las cañoneras para proteger los negocios de los socios de la Casa Blanca contra la influencia de China y Rusia en su zona prioritaria de México y América Latina.

El gobierno de Sheinbaum ha logrado sobrellevar en su primer año esa “política del garrote”, lo que, incluso, le ha valido reconocimiento como una de las mujeres más poderosas del mundo; y controlar la pirotecnia de minas personales que su homólogo coloca para imponerse a los que percibe más débiles. Su estrategia consiste en una política de contención que evita la confrontación directa y despresurizar con mensajes de serenidad los embates de su guerra comercial, pero comienza a mostrar los límites en los estragos a la economía e inversión nacional. El problema es que no se ve que la situación cambie con su nuevo plan de seguridad, por el contrario, se recrudezca. Todo lo cual hace que se desgaste el discurso con que Sheinbaum minimiza los daños que ya exhibe la economía por la política de Trump para asegurar concesiones comerciales o territoriales sin recurrir a guerras totales: no cesa de atacar la sobrevivencia del T-MEC, amagar con intervenciones directas contra el narco, atacar la migración y exigir el pago de agua con castigos arancelarios. Y ahora, además, abrir la puerta de recursos naturales y producciones clave a las empresas estadunidenses, incluso con conflictos calientes como en Venezuela.

Las perspectivas para México por la “guerra comercial” empeoran, dado que las metas de Washington implican sumisión a sus designios. Por ejemplo, aceptar vía libre a sus empresas para localizarse en áreas clave para las cadenas de suministro o explotar sus materiales raros, imprescindible en la carrera tecnológica; hasta acceder a contratos de obras públicas sin concurso y, evidentemente, con ventaja de las compañías locales, bajo la divisa colonialista del “América primero” de la versión 2.0 del “América para los americanos”.

El teatro de operaciones del círculo de los negocios de la Casa Blanca es la guerra comercial de una potencia en crisis orgánica. Que para restaurar su poderío en declive recupera la fórmula de la economía de guerra con una reedición de enemigos de los cárteles como terroristas, la migración como amenaza a la civilización y la expulsión de sus rivales China y Rusia de su viejo patio trasero; ahora preocupado porque florezca bajo su remodelación y tutela para asegurar orden y buenos gobiernos con que desalentar los males que le exportan.

Las bajas por los ataques ya se cuentan entre la caída más prolongada de las remesas en una década, el enojo en el campo por la presión de entregar agua a EU en condiciones de sequía, así como también el retraimiento de los inversionistas nacionales que contemplan, pasmados, la incertidumbre sobre el futuro de la economía y las desventajas con compañías estadunidenses, aunado a la desconfianza interna. Pero, ¿pueden espera hasta que el panorama se aclare, aunque arriesguen sus activos? ¿Es suficiente el Plan México para enfrentar la guerra comercial? ¿Alcanza el control político para preservar a la economía de la destrucción de los ataques?

Ante el recuento de daños, el discurso oficial para reducir lo más posible el tamaño de la amenaza se consume en una política exterior desdibujada. Las banderas rojas de la colaboración y coordinación no alcanzan para fijar la frontera al intervencionismo, aunque pueda acomodarse a la disyuntiva de la lógica amigo-enemigo con que Donald quiere ordenar su mundo feliz. Por ejemplo, con los aranceles a los países asiáticos que exige EU. Una disyunción muy difícil que desune regiones y divide países, rompe acuerdos y tratados, entre gobiernos que acepten cooperar con el mundo maravilloso del dólar y perjudicar a los que quieren jugar con otras monedas de negociación, a pesar del agravamiento de riesgos globales.

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