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elcristalazo.com

En medio del pajar de las declaraciones del “Mayo” Zambada, su abogado Frank Pérez, quien desde un principio soltó la versión del secuestro; el otro defensor, Jeffrey Lichtman; los abogados del gobierno mexicano y su comprometida imagen (Andrés Manuel L.O., y Rocha Moya), algo queda muy claro: el narco (por usar una sinécdoque del crimen generalizado), tiene las manos metidas en todas las áreas donde su complicidad con los funcionarios públicos les permite ganancias mutuas.

Universidades, gobiernos, policías…

Y otro aspecto claro, la red de complicidades crea el muro de ignorancia tras el cual el gobierno de México hace como si todo ignorara y les deja a los americanos la oportunidad de contar una de vaqueros, como lo dicho por Ken Salazar la semana pasada, cuya tesis central es: nosotros no hicimos nada, lo cual, queda palmariamente desmentido con la recepción VIP de los agentes federales en El Paso.

¿Si no intervinieron, ¿Cómo sabían la hora y lugar de llegada para prender al Gran capo y al pequeño Chapo?

Y otra pregunta: ¿Por qué si no había acuerdos, intervenciones o encuentros previos con agentes estadunidenses, el Chapito entregó a su padrino al gobierno americano? Se podría haber ahorrado el flete de tan riesgoso paquete, simplemente con avisar al Ejército o a la Guardia Nacional. ¿Quién pagó?

Hasta ahora las declaraciones de Ismael Zambada, las haya redactado el abogado, los abogados o Stephen King con ayuda de John Le Carré, nos regalan una línea reveladora: la constante relación entre un fugitivo y (por lo menos) un notable actor político y la UAS. Y eso, por lo dicho hasta ahora.

Cuando IZ habla del difunto Melesio, fundador del Partido Sinaloense, ex rector de la universidad y ex secretario de Salud, entre otras cosas, con quien –según él– se iba a reunir para arreglar la Universidad (por lo visto base de operaciones y vínculo entre el narco, el gobierno y los negocios de todo tipo), relata una antigua amistad, merced a la cual (y en paralelo con otro ex rector, ahora gobernador del estado), iba confiado. Y acabó confinado.

Tan crédulo como para hacerse acompañar de un mando policiaco superior y guardias desaparecidos, cosas –obviamente– ignoradas por el gobernador turístico, quien tenía a la mano –oportunamente–, la bitácora de un vuelo privado. Fácil.

“(MZ).- Héctor Cuen era un amigo mío desde hace mucho tiempo… Fue asesinado al mismo tiempo, y en el mismo lugar, donde fui secuestrado…”

¿Cuánto tiempo es  mucho  para la amistad con un hombre escondido en la serranía durante 40 años? ¿Cómo se logra la frecuencia del  amigo?

Y las mismas interrogantes valen para quien dice “profesar justamente la política del Presidente” y no tener complicidad con nadie… “por lo tanto, si le dijeron que iba a estar yo, le mintieron; y si les creyó, cayó en la trampa; no tenía por qué, no tengo por qué…”

Debemos agradecer estas últimas palabras cuya seriedad nos prueba lo imposible: un hombre capaz de creer en una cita a ciegas con desconocidos, como quinceañera alborozada con el Tinder de su prima mayor, habría caído muchos años antes.

Pero la ignorancia colectiva aclara el misterio.

Cuando Mr. Ken., da detalles de todo y niega la participación de su gobierno (¿entonces cómo supo?) su relato prueba lo contrario. Igual en cuanto a los mexicanos.

Y cuando el presidente exculpa –junto con CSP–  a Rocha, debemos creerles a todos porque todos son dueños de la verdad o de la mentira, porque este es un gato con los pies de trapo y los ojos al revés.

¿Quieres que te lo cuente otra vez?