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Ahora sí, mis amables lectores, que los mexicanos hemos probado de todo. Hemos estado sujetos a diversos regímenes políticos que nos han gobernado a partir de la Constitución de 1917, es decir, a los regímenes formales que hemos tenido, sino a los reales. A los que existen y se ejercen en la práctica cotidianamente.

Podemos afirmar que, básicamente, han sido tres: el del PRI, el introducido en el año 2000, principalmente por impulso del PAN, que vino a traer tanto a FOX, a Calderón, a Peña Nieto y a López Obrador al poder, y el de éste último.

¿Qué común denominador han tenido dichos regímenes? Bueno, el principal, formalmente, es que todos han sido presidenciales. Es decir, se han compuesto por un jefe del ejecutivo unipersonal: el presidente de la República; el del PRI con un Congreso prácticamente compuesto por empleados del presidente. Los del PAN, con Congresos de fuerte oposición que le negaron muchas propuestas al presidente, pero que hizo que el país operara a base de consensos; el de Peña Nieto, quien gobernó con un Congreso con mayoría de su partido, pero tuvo que hacer consensos con el PAN y el PRD para las reformas estructurales porque no gozaba de tener la mayoría necesaria para hacer reformas constitucionales. Y, finalmente, el actual de AMLO, que tiene mayorías en ambas Cámaras y que después de hacer alianzas con el PT, PVEM, PES y algunos priistas ha logrado hacer cambios constitucionales y de leyes secundarias que le han otorgado al presidente un poder inusitado.

Así, tuvimos 75 años de gobiernos del PRI en el Siglo XX, 12 años de gobiernos del PAN, con un intermedio priista con Peña de 6 años y ahora con Morena y su jefe López Obrador.

El actual régimen nos ha dado un claro ejemplo de que un sistema presidencialista, con un Congreso sumiso no es garantía de lograr avances, sobre todo, cuando se tiene a un presidente que vive en una realidad paralela, como de la “Dimensión Desconocida”.

El régimen presidencial adoptado formalmente en México nunca nos ha garantizado buenos gobiernos, con algunas excepciones que, yo digo, que fueron los gobiernos de Ruíz Cortines, López Mateos y los del PAN en nuestro Siglo. Todos con sus pifias de corrupción (de una manera u otra), desorganización y falta de destreza.

Me pregunto, ¿por qué no intentamos en México tener un gobierno parlamentario?

En un régimen de este tipo, se gobierna con la mayoría siempre, pero el primer ministro (jefe de gobierno), es un parlamentario del partido ganador, que tiene que estar constantemente rindiéndole cuentas al Parlamento en persona y de frente a la oposición. Ésta tiene un rol formal dentro del régimen, cuenta con ministros espejo a los ministros (Secretarios de Estado), que son nombrados por el primer ministro a discreción, quienes ejercen las políticas públicas que dicta su partido en el Parlamento y con la oposición siempre encima.

De esta forma, la rendición de cuentas y el escrutinio a las políticas públicas que se implementan siempre está a la vista de todos. Si llega un momento en que no se generan consensos con el primer ministro y su partido, se disuelve el Parlamento y se llama a nuevas elecciones, empezando un nuevo ciclo de gobierno. Si ningún partido no logra mayoría, tiene el partido que más votos obtenga la opción de formar coaliciones con los demás partidos para formar gobierno.

Creo que en México, después de haber experimentado varios regímenes, podemos llegar a la conclusión de lo que menos necesitamos es un presidente todo poderoso, y mucho menos uno que gobierne al país con hilarantes fantasías y ocurrencias cotidianas, porque tiene el poder absoluto con control del Congreso y nula oposición, sin el menor sistema de rendición de cuentas.

Es tiempo de que el pueblo recupere la Cámara de Diputados, y luego lleve a cabo un gran pacto nacional para reformar al Estado Mexicano desde sus raíces, para tener a un gobierno que nos lleve hacia el bien común.