La larga sombra de Donald Trump se proyecta sobre México hace más de un lustro con las terribles amenazas que anuncia, otra vez, el posible regreso del republicano a la Casa Blanca, aunque los demócratas hayan continuado parte de sus políticas. Pero nadie descarta que ocurra si casi todo lo que dice y hace se cuece en la reivindicación de una violencia de tufo patriótico que se agita como algo necesario o una justa moral de purificación nacionalista.
Su triunfo se ve más cerca después del atentado en Pensilvania, del que salió ileso como gladiador del circo romano con el puño en alto y rostro ensangrentado para enardecer a sus huestes. Aunque todavía no hay encuestas que midan el impacto, la campaña presidencial arrancará hasta septiembre. Por lo pronto, hay la duda de si le beneficiará o no ese hecho de violencia política, así como el efecto en su estrategia y, para México, la forma de encuadrarlo en su discurso y promesas políticas.
En la convención republicana, de su coronación pueden verse algunos clivajes de su campaña, como un giro retórico hacia posiciones menos divisivas tras el atentado, un discurso de unidad republicana para sumar a decepcionados del trumpismo y, por supuesto, el lugar de su principal socio comercial en sus estrategias.
El gobierno de Claudia Sheinbaum no deberá temer su regreso, porque es, precisamente, lo que él quiere que pase. Su liderazgo tóxico y discurso sulfatado antimexicano utiliza la violencia verbal para empujar sus políticas, por ejemplo, la contención migratoria desde la campaña de 2018; o ahora con el combate a las drogas o encarar la revisión del T-MEC con posturas duras contra la inversión china en México.
El país necesita un liderazgo inteligente que enfrente sus amenazas sin dejarse intimidar por creer que va a suceder algo negativo o irracional. Se escribe fácil, no lo es, menos por la tensión de una mujer presidenta como contraparte, pero hay que recordar que el ego de Trump es una grieta que amenaza, antes que nada, la inclusión en su país.
El ethos de la violencia es tupido en un país en que el magnicidio ocupa un lugar destacado de su historia política. Pero a nadie escapa que es más grave en una sociedad armada y polarizada por el discurso de odio del que nadie está a salvo, ni siquiera uno de sus mayores instigadores.
El ataque de Butler demostró que la pretensión de líderes autoritarios de normalizar la violencia verbal es jugar con el riesgo de traspasar a la física. Trump coquetea con ella como algo positivo para hacer “otra vez grande a América” y detener su decadencia, pero no puede justificarse ni en restablecer el consenso, sólo busca imponer su dominación.
Con bravatas y amagos intentará aterrar, como con la construcción del muro en la frontera contra la migración, con sus planes de “guerra contra los cárteles” en México o aranceles comerciales.
Todavía con el zumbido de la bala en la oreja, destapó a su vicepresidente, el senador por Ohio JD Vance, un triunfo del ala dura del Partido Republicano y también con un discurso racista para designar chivos expiatorios y estigmatizar a los mexicanos, así como del uso del ejército para atacar a los cárteles.
Frente a ello, el país requiere de ideas constructivas sobre cómo avanzar en distintos escenarios. Aunque la estrategia tendría que partir por hacer lo contrario a lo que esperaría que hagamos: caer en la zozobra y el temor.
Baste recordar el “error histórico” de Enrique Peña Nieto cuando invitó a Trump en 2016 para apaciguar su discurso incendiario; o la tentativa de Andrés Manuel López Obrador de llevar la fiesta en paz a costa de acceder a sus exigencias migratorias o su tentativa de ampliar el muro.
De un caso a otro, la fórmula “El miedo es el mensaje” sí le ha funcionado. Ante Trump hay que actuar con “inteligencia y serenidad, no temerle”, ha dicho el futuro canciller, Juan Ramón de la Fuente, en una declaración que deja ver que algo podría estar cambiando en las consideraciones del próximo gobierno. Aunque también pasa por no minimizar los riesgos con el discurso evasivo de que un segundo mandato de Trump no afectaría a la política exterior mexicana.
Cuando los liderazgos políticos tienen pretensiones de dominación y quieren cambiar la forma de ver la violencia no queda más que enfrentarlos y resistir a su poder de tergiversar la realidad.