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elcristalazo.com
En época reciente algunos medios han redirigido su atención a los movimientos guerrilleros de los años 70, principalmente a la insurrección del Partido de los Pobres, cuyo comandante, el profesor Lucio Cabañas murió en una escaramuza contra el Ejército.
Años después, el general responsable de sofocar a la guerrilla (o uno de los responsables), Arturo Acosta Chaparro, fue asesinado afuera de un taller mecánico en la ciudad de México tras haber sido liberado después de purgar seis años de prisión por sociedad con el “Señor de los cielos”, Amado Carrillo.
Acosta fue exonerado –tras un sexenio oculto en la prisión — y luego fue muerto a tiros en la calle, a la luz del día, supuestamente por una delación del “Vicentillo”, como se llamaba a uno de los hijos de Carrillo Fuentes. Otros tienen una versión distinta: los exguerrilleros (o guerrilleros en pausa) se la cumplieron. No lo pudieron matar en la sierra y lo persiguieron con paciencia de venganza hasta la ciudad de México.
Todo lo anterior tiene relación con varios aspectos poco analizados en la relación México-Cuba, tan cubierta de velos, mentiras, misterios y exageraciones románticas.
Por ejemplo: México no aceptó romper por Cuba ni aprobar su exclusión de la OEA por defender los sagrados principios de política exterior. Mentira.
Los Estados Unidos, enterados desde el principio del embarque de Castro a Cuba desde las costas mexicanas (y no ajenos al tráfico de las armas para la guerrilla ) necesitaban una plataforma para triangular su vigilancia a La Habana y México era el lugar ideal.
En los años sesenta una sección de la embajada de Estados Unidos operaba en la esquina de Reforma y Lafragua a unas cuantas calles de donde conspiraban Fidel, El Che y el resto de la pandilla en la colonia Tabacalera. Lo demás se explica sólo.
Una de las condiciones del apoyo diplomático entre México y Cuba –convertido después en dádiva financiera, petrolera, energética y de todo tipo; hasta hoy–, les impedía a los castristas “exportar” su revolución a México, como era su costumbre.
Sin embargo, indirectamente fomentaron (así haya sido con el ejemplo y la propaganda) a los grupos armados en Latinoamérica. El mejor ejemplo (en todos sentidos) fue la idiotez guevarista de irse a meter a Bolivia.
Fidel Castro, en el prólogo del diario del Che, recuerda cómo pensaba el fallido aventurero: “Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo…”
Pues el imperialismo ahí está y el grito de guerra valió madres.
“…Che no concebía la lucha en Bolivia como un hecho aislado sino como parte de un movimiento revolucionario de liberación que no tardaría en extenderse a otros países de América del Sur…”
Es muy notable, en las 14 páginas del prólogo de Castro al “Diario del Che en Bolivia” (Siglo XXI), no hay una sola mención de México en las hazañas revolucionarias proyectadas para otras latitudes. De acuerdo con la asamblea Tricontinental, hasta África es motivo de empeño, como después lo probaría su presencia armada e institucional en Angola. Pero México, tan cercano, nunca.
El pacto se cumplió parcialmente: no se exportaba la Revolución, pero sí se la imitaba con subversión, secuestros, piratería aérea, asaltos bancarios y asesinatos (EGS). Los secuestradores de aviones o activistas estudiantiles amnistiados, se iban a Cuba. Y no sólo a beber “mojito”.
La guerrilla le dio paso a la “narco guerrilla” y ésta a la narcopolítica sin pretexto, como ocurre en Guerrero. Ahí está el caso de Iguala, por ejemplo, en el tortuoso camino de la exportación de heroína.
Pero México sigue en pleno romance con la desastrada Revolución Cubana. El misterio sigue.
–¿A cambio de qué?
Ni modo de aceptar como bueno este rollo de Díaz Canel en septiembre de 2023:
“…hasta hoy, no ha dejado de crecer el patrimonio común levantado por una infinita lista de prestigiosos intelectuales y artistas de ambas naciones. Nos unen la literatura, el cine, las artes visuales, el bolero y el mambo…”
De Martí a Pérez Prado.
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