COMPARTIR

Loading

Un fuerte malestar en el corazón de la masculinidad que recorre a comunidades de jóvenes erupcionó con violencia en la UNAM con el crimen, sin precedente, de un alumno del CCH Sur. El ataque se incubó desde los discursos de odio de subculturas radicales digitales que en otros lados se han materializado en tiroteos y acosos fatales dentro de las escuelas. Es una llamada grave de atención a tomar en serio la situación y no escatimar recursos para atenderla.

Las denuncias y quejas por diversos tipos de violencia en bachilleratos y facultades no son un tema nuevo, lo perturbador ahora son los precursores y patrones de riesgo. El desconcierto de autoridades universitarias ante los últimos hechos ejemplifica las dificultades para identificar problemáticas y prevenirlas; son un espejo de rupturas culturales y sociales de generaciones de la pandemia detrás de quiebres en los atributos de la virilidad tradicional, que no saben reconocer y transformar, y tampoco mecanismos efectivos para garantizar la seguridad de los alumnos.

La UNAM “está de luto”, como elevó el rector Lomelí, por la doble pérdida de un menor de 16 años, Jesús Israel, al que un compañero le quitó la vida y también por el agresor (19 años) que intentó quitarse la suya tras cometer el atentado, y que ahora se traducirá en acusación de homicidio y otra deserción escolar que ni la política oficial de becas para jóvenes ha podido frenar. El problema es profundo.

La escena, en que también fue agredido un trabajador, recuerda a muchos la exitosa serie de Netflix Adolescencia sobre grupos Incel o célibes involuntarios que debaten en foros digitales la crisis de la masculinidad con ideas radicales y mensajes ofensivos; jóvenes que se sienten desplazados por una percepción de feminización del mundo y que rebate con discursos de odio y misoginia incapaces de relacionarse con mujeres y frustrados con sus congéneres que sí lo hacen. Al igual que en ésta, la decepción y aislamiento social irrumpen en la realidad con golpes que quisieran desaparecerla.

Lo cierto es que el caso replica acreditaciones asociadas a la rebelión Incel de crímenes en campus de EU y Canadá alrededor de la exclusión y automarginación que refuerzan estos foros. El atacante que se hace llamar Lex Ashton en redes difundió imágenes de un joven con máscara de calavera y vestimenta negra con la leyenda marcada “baño de sangre”, una guadaña y cuchillos como el que habría usado contra un joven y su novia. Facebook eliminó algunos de estos sitios, que llegan a tener hasta 80 mil suscriptores.

Pero el doble crimen dejó un ambiente de inseguridad por la difusión de noticias falsas entre la comunidad y amenazas que reivindican la acción de Lex Ashton. La parálisis en los CCH y al menos 15 facultades de la UNAM dan cuenta de la gravedad de una situación compleja de reconocer y prever, a pesar de las denuncias. Tan sólo del plantel Sur han salido más de 30 quejas a la defensoría derechos universitarios desde abril de 2024, la mayoría por violencia de género; de 750 estudiantes que han denunciado algún ataque dentro de los 14 planteles de bachillerato, sólo en 41% de casos hubo sanción, documentó El Sol de México.

La crisis por diversos tipos de violencia, sin embargo, se aboca a niveles perturbadores, sino se concretan respuestas amplias y efectivas de apoyo psicológico para detectar estas problemáticas. Que no pueden ser atribuidas a la UNAM, pero de las que tampoco puede permanecer indiferente como su principal espacio de socialización. Otra muestra de los nuevos perfiles generacionales con las habilidades que aportan y la transformación de los modelos educativos, además de por supuesto revisar sus estrategias de seguridad y protocolos para garantizar su integridad desde su autonomía.

En el fondo la violencia es un llamado para acelerar las transiciones educativas y laborales con la mirada puesta en cerrar brechas intergeneracionales, que precipitó la pandemia global y profundiza la digitalización, la falta de oportunidades laborales y las crisis de identidad entre jóvenes. No puede olvidarse que la pandemia generó la mayor interrupción de la educación y el mayor aislamiento colectivo de la historia moderna, sin que aún se conozca hasta donde dejó generaciones rotas o más resilientes.