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A partir de la relectura de “Mi último suspiro”, escrito por Jean-Claude Carriere (no tengo acento grave para la primera “e”) con su amigo Luis Buñuel a modo de autobiografía del cineasta español, encontré algunos textos y entrevistas del escritor cuyo talento cultural y cinematográfico no parecerían de utilidad en el análisis político
Pero ¡helas!, como dicen los franceses, toda idea lúcida sirve para comprender un fenómeno, de cualquier naturaleza.
Y las ideas de Carriere son útiles para describir los hechos recientes de la vida mexicana; comprender, su naturaleza, su mérito y su poco valor, especialmente en lo relativo a la Reforma Judicial cuyo despoblado experimento electoral se desarrollará hoy y será memorable por muchos motivos los cuales veremos para juzgar y evaluar a partir de mañana, sin esperar siquiera los diez días auto concedidos por el INE para calificar el galimatías y acomodar los resultados a la conveniencia del sistema.
Estos diez días no conmoverán al mundo. Quizá sea una risible una decena trágica en cuya contabilidad, como si fuera una pila, de agua bendita, muchos meterán la mano. Rodará la elección —como decían las abuelas de las putas—como la falsa moneda, de mano en mano.
Sin embargo, quienes defienden la Reforma siempre tienen a la mano un manido recurso: era necesario cambiar un Poder Judicial corrompido, corrupto y poco justiciero.
Eso es cierto, pero las intenciones del cambio no corresponden a las estrategias políticas. El procedimiento, la base ideológica, si tan feble razonamiento consultivo y electorero pudiera calificarse ser un planteamiento ideológico o jurídico, podrían con un poco de benevolencia calificarse de buenas intenciones. Pero en la política, como en el arte, la obra no se juzga por sus intenciones sino por sus resultados.
Por eso (Carriere) “lo que cuenta no es lo que el artista –poeta, cineasta, novelista, arquitecto–, quiere decir, sino lo que dice”. Y eso vale también para la política. Nada vale lo que se quiere; vale –o no vale– nada más lo que se ha hecho”.
Pero en este caso nada valieron los llamados a la razón:
Hay otra idea. Esta puede ser aplicada al candor de los desentendidos, los profesionales de la buena voluntad, los memos, cuya frase más profunda consiste, sin valor para externar una opinión firme, en ofrecer “el beneficio de la duda”. Ahora Cartesio es un benefactor.
Creer en lugar de comprobar.
–Si yo digo (dice JLC): creo qué, quiero decir, no sé. Creer es igual a no saber.
Por eso la duda ignorante ha sido sustituida por la verdad interesada, porque la exponen quienes han hecho el planteamiento y lo han llevado a cabo.
— Por ejemplo (JLC) si quieres conocer la historia del Partido Comunista Soviético de 1915 a 1925, no vas a escoger a un historiador comunista, sino un hombre que no tenga la fe comunista y que pueda observar con calma, tranquilidad y con un cierto frío y distancia lo que pasó”.
Eso nos está ocurriendo en México. Vivimos aturdidos por narradores orgánicos, quienes son a su vez los beneficiarios de la verdad proclamada por ellos mismos.
–“Yo por ejemplo (JLC) siempre digo que únicamente un ateo, pero un ateo sincero que no sea un polemista o un agresivo puede comprender las religiones”. Obviamente, comprender no significa aceptar ni mucho menos practicar.
Pero a fin de cuentas esta ocurrencia siniestra y sus consecuencias desaparecerán algún día. Hoy nos escandaliza, pero ante el ESCÁNDALO (con mayúscula), recordemos esta anécdota buñueliana:
“…Buñuel y Breton se encontraron los dos solos en un bar en los años 60 y de repente Breton –me contó Don Luis; yo no estaba–, se puso a llorar. Buñuel le preguntó:
–“¿Qué pasa?”
–Luis, contestó Breton, hoy es imposible escandalizar a nadie”. Después de Auschwitz, después de la Segunda Guerra Mundial, después de Hiroshima, el escándalo surrealista parecía pueril.
Así nos parecerá algún día este escándalo electoral-judicial.
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