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Hace muchos años, cuando Luis M. Farías era presidente de la Gran Comisión de la Cámara de Diputados, se comenzó a discutir la constitucionalidad del Derecho a la Información. “Es como hallarle la cuadratura al círculo, decía el legislador. Años más tarde las cosas se lograron.

Una circunferencia con cuatro esquinas de 90 grados. Pero se hizo.

La Transparencia, como herramienta al servicio de ese derecho, tardaría mucho años más en ser considerada como un requisito indispensable para la democratización nacional.

Se creó hasta un instituto especializado en la transparencia, cuya función fue cegada por los gobiernos de la Cuarta Transformación, afectos a la opacidad y las verdades ocultas bajo el agua.

Todo bajo la superficie; abisal, penumbroso, secreto, discreto, oculto, invisible. Así les conviene a pesar del postulado 67 del catecismo morenista:

“La vida pública debe ser cada vez más pública”. Ajá.

Hoy la obsesión auto protectora del gobierno en su hábito de ocultamiento de las cosas públicas convierte un velero en un submarino. ¿Cómo? Dejando bajo el agua por cinco años (nada más) toda la información relacionada con el mantenimiento y el accidente ya conocido del buque escuela Cuauhtémoc. Todo bajo la quilla del bergantín.

SUBMARINO

Se botaba un barco de cemento construido por capricho de Heriberto Jara en el puerto de Veracruz a imagen y semejanza de la industria naval soviética. Luis Farías transmitía la botadura para XEW.

El casco se deslizó por el dique al mar y obviamente, se hundió. Sin perder la compostura ante tan egregio desastre, el locutor, con engolada voz y dejando sin gajos a la epopeya, dijo con toda solemnidad:

–Así hemos transmitido para ustedes la botadura del primer submarino mexicano, dijo Farías sin perder el humor. Lo cesaron.

Hoy tenemos otro submarino: la información bajo el agua.