La noticia de esta semana ha sido la gran controversia que se ha suscitado por la visita del presidente a Washington. Pero hoy no voy a escribir de eso, sino del gran alarde que el presidente y muchos han hecho por las supuestas ventajas que nos otorga el T-MEC o Tratado de Libre Comercio de México, Estados Unidos y Canada (USMCA para los gringos).
En general, puedo mencionar que el nuevo tratado resuelve el principal problema que hemos tenido con Trump, su amenaza de cancelar el tratado que se abroga ante su percepción equivocada, de que el “TLCAN” como se le conoce en México al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, era el peor y más injusto tratado que Estados Unidos había celebrado, aunque hubiera sido fruto de la negociación inicial de George H.W. Bush del Partido Republicano y concluida por el presidente William Clinton, del Partido Demócrata, ambos contraparte del presidente Carlos Salinas de Gortari. Lo digo así, porque el primer negociador compartía la visión neoliberal en apariencia de Trump, y el segundo incluyó las cláusulas laborales de protección de los obreros estadounidenses, de los que Trump enarbola su bandera. Por lo que podemos concluir, que el T-MEC ahora protege más los intereses de Estados Unidos de los que el TLCAN los haya protegido.
Es indudable que cuando se hizo el TLCAN México, Estados Unidos ni Canadá tenían la experiencia de hacer un tratado trilateral con esta envergadura, por lo que se decidió poner el tratado bajo el trasfondo de las disposiciones de la Organización Mundial de Comercio, que son los lineamientos genéricos de estos tratados trilaterales.
Pero ahora, con la llamada “modernización” que supuestamente hace el T-MEC respecto al TLCAN, se ha llegado a tener un nuevo tratado sumamente complicado y, sobre todo, enredado.
Como no pretendo con esta entrega hacer un análisis exhaustivo imposible de lograr en tres cuartillas, me avoco a señalar los datos más sobresalientes.
En primer lugar, las reglas de origen son en la industria automotriz muy complicadas, y se sube considerablemente el requisito de contenido regional que existía en el TLCAN. Esto puede ser bueno y malo, porque abre la oportunidad para que inversionistas mexicanos se pongan las pilas y aprovechen este requisito para aumentar el grado de integración nacional para los vehículos hechos en México, pero, si esto no sucede, puede provocar que grandes valores agregados se regresen a Estados Unidos, por los altos costos administrativos, de requisitos gubernamentales, de transporte y energía que existen en México.
El capítulo de protección para inversionistas se tornó sumamente complicado y lleno de requisitos difíciles de interpretar y hasta contradictorios, por lo que empresarios estadounidenses o de otros países se pueden ver preciados a mejor arriesgar sus capitales en Estados Unidos o en Canadá que tienen sistemas jurídicos y jueces más confiables que los mexicanos.
La famosa cláusula soberana en hidrocarburos que tanto alarde ha hecho el presidente, no fue más que una chamaqueada, ya que remite a las disposiciones del TPP (que es el Acuerdo de Asociación Transpacífico, por sus siglas en inglés), mismas que a su vez remiten a las leyes mexicanas de reforma energética, que contienen disposiciones constitucionales que protegen a los inversionistas privados mexicanos y extranjeros, por lo que el presidente está limitado a afectar a inversionistas extranjeros aunque sea materia de hidrocarburos.
Lo que sí nos hizo perder soberanía es la disposición del T-MEC que nos impide hacer acuerdos comerciales con China.
Así, podemos concluir que el nuevo T-MEC no es la panacea que sí fue el TLCAN, que tanto criticó AMLO como engendro neoliberal, pero que el T-MEC, aparte de ser neoliberal, tiene muchas disposiciones que favorecen a Estados Unidos que no tenía el TLCAN. Pero así AMLO va a Washington a celebrarlo y apuesto de que ni idea tiene de qué se firmó.