Número cero/ EXCELSIOR
¿Realmente está en peligro la democracia en la elección o lo que peligra es la configuración de los partidos de la transición? El proceso electoral más grande en la historia del país camina, para unos, por el pasillo hacia el patíbulo del autoritarismo, y para otros, como catalizador de un cambio de régimen.
La liberación de energía de las urnas será una sacudida para la configuración del poder de los partidos, que en la oposición muestran agotamiento y disonancia con la sociedad desde 2018. Baste ver la debacle del PRI en el sexenio, la evaporación del PRD, y en cambio, el crecimiento de Morena con 21 estados en la bolsa en cuatro años, aunque por lo mismo pueda ser un polvorín. Pero la probabilidad de un movimiento de consecuencias imprevisibles y negativas es una simplificación de los encuadres de visiones encontradas en la discusión pública.
Detrás de la guerra mediática de discursos, en México hay una disputa soterrada por el desplazamiento de una coalición que controló al país las primeras décadas del siglo XXI. Si, como dicen los opositores, es la hora de la verdad, lo sería para el régimen del poder compartido del PRI, PAN y PRD, ahora unidos para defender su sobrevivencia en las urnas. Aunque tienen en contra el reloj político, extraviados en un túnel del tiempo que desde 2018 les abrió la puerta de salida. Su desajuste con la evolución política de la sociedad les impidió enfrentar su impopularidad para no herir la vanidad de sus dirigentes frente al espejo. Y su soberbia, subestimar a López Obrador como una “anormalidad” en torno a la cual se construiría una nueva confederación de alianzas sociales, empresarios, intelectuales, que ahora apoyan a Sheinbaum.
Pero su desplazamiento no equivale a amenaza democrática como quiere hacer creer la defensa opositora, siempre que pase por las urnas. En los cánones democráticos, incluso es sano el voto de sanción a cúpulas excepcionalmente ajenas a representar más que a sí mismas y sin otro proyecto que defender sus prerrogativas como el PRI de Alito o la alicaída monarquía de los “chuchos” perredistas. Para quienes una candidatura ciudadana y sin militancia como Xóchitl es fachada para proteger sus feudos con la fórmula manida de la “ciudadanización” con que taparon errores como desactivar los contrapesos de órganos autónomos como el Inai o el INE.
Dirán que no hay tal nueva coalición porque en Morena están panistas, perredistas y priistas, comenzando por López Obrador, aunque siempre representó otro proyecto. Además, soslayan que los viejos acuerdos con factores de poder económico y social se rompieron por resultados malos de los gobiernos del PRI y del PAN, a los que ahora ofrecen volver como a una edad dorada. Y que no lo es para una mayoría social que respalda la popularidad presidencial y mantiene arriba a Sheinbaum por dos dígitos en las encuestas. A pesar de las advertencias de peligro, prefieren seguir el estandarte “primero los pobres” aun sin dejar de reconocer fallas, desviaciones y falacias de un gobierno de cara la gente.
El encuadre del discurso opositor de salvar la democracia está encaminado a poner límites a un triunfo y gobierno de Sheinbaum. Aun así, puede entenderse el temor a la concentración de poder, aunque no es extraño que en la democracia todo partido quiera gobernar en solitario. Refutarán que aquí se usará para destruir instituciones, contrapesos y la autonomía de la Corte, si Sheinbaum sigue el programa de López Obrador o acepta el mandato como interpósita persona. Aunque podrían darle hasta el beneficio de la duda si su oferta de continuidad cambia de rumbo y se desviara hacía sus intereses.
La idea sirve para restarle legitimidad con la mancha de una elección de Estado que mantenga vigente su oposición en el futuro, aunque el plan C para obtener la mayoría calificada sea muy improbable en las urnas.
Vienen a decir que, si el pueblo se levantara contra la democracia en las urnas, ellos seguirían como último valladar contra la regresión histórica que supondría la segunda Presidencia de Morena, tanto como la continuidad de López Obrador, aunque de lo que se trate sea de la pretensión, también legítima, de permanecer en la escena política en el Congreso y en los estados donde se concentra la lucha para no salir de escena.
Las urnas serán un terremoto en el edificio del sistema de partidos, en un país dividido.