Lamentable, pero lo que ocurre en Acapulco debe ser un factor determinante para observar que la continuidad podría ser un gran error de los mexicanos en el próximo sexenio.
Y es que para poder administrar un país si se necesita ciencia y empatía con la gente, porque no se puede gobernar si no se establecen los objetivos a alcanzar en el corto, mediano y largo plazo.
La poca empatía que muestra este gobierno ante la falta de agua y alimentos en Acapulco y los municipios aledaños, no puede explicarse de ninguna forma y más cuando este estado siempre ha sido uno de los más pobres a nivel nacional.
Como lo ha hecho este gobierno, espera que los problemas se solucionen con el tiempo y que la fortuna lo siga cobijando.
Podrán presumir números macroeconómicos de y manifestar que existe estabilidad en las finanzas públicas, pero de que sirven si al momento de aplicar recursos a favor de la gente, no se hace adecuadamente o solo a cuenta gotas.
Esto tiene que terminar y los mexicanos tenemos una gran oportunidad para realiza esto en los comicios del próximo año.
Qué triste sería seguir otros seis años de improvisación, amenazas, insultos y pleitos desde Palacio Nacional.
México necesita una persona capaz de discernir entre las prioridades del país, y no por “capricho” se gasten recursos en obras que poca viabilidad económica dará al país.
Que tenga en cuenta que México está ubicado en una región del globo propensa a huracanes y terremotos, y no use el dinero guardado para desastres en despilfarro para cumplir fantasías personales.
También que comprenda que la vecindad con la economía más grande del mundo, debe ser aprovechas para que nuestra economía también se fortaleza, y para ello se necesita invertir en infraestructura que sirva para que las grandes empresas o las que tiene algún interés con Estados Unidos se ubiquen dentro del territorio nacional.
México requiere a una persona que en verdad comprenda que ser titular del Poder Ejecutivo no es ser dueño del país, sus riquezas y su población, sino es ser un funcionario que trabaje para le beneficio de su población utilizando las riquezas del país para generar más riqueza y que el gasto debe realizarse con objetivos de corto alcance y de utilidad nacional.
El huracán Otis develó, de manera terrible, las consecuencias de una suma de errores garrafales en la administración del país, que no llamaban la atención porque no se hacían tan visibles como ahora.
La destrucción de instituciones, el desgaste de otras por el golpeo presidencial, el uso del gobierno como aparato de propaganda personal, han dejado débil al Estado para cumplir sus tareas fundamentales y así lo hemos visto en este desastre en Acapulco.
Se destruyó el Fondo de Desastres Naturales (Fonden), que tenia más de 18 mil millones de pesos para crear un fondo que cada año se renovara cantidades que no podrán resolver absolutamente casi nada.
Secaron el Fondo de Estabilización de Ingresos Presupuestarios (FEIP) que tenía 296 mil millones de pesos para emergencias graves.
Y los resultados de todo ello, lamentablemente lo tiene que pagar la población y sufrir en carne propia esos errores.