Número cero/ EXCELSIOR
El salto de mayor grado de dificultad del “destape” de Morena consistía en empatar la opinión popular con la voluntad de su líder máximo, López Obrador. Así fue siempre. La expresión vox populi, voz dei revela la clave del triunfo de Claudia Sheinbaum en un proceso en el que nunca hubo mayor incertidumbre sobre un resultado que siempre la favoreció, pero sí mucha zozobra por su legitimidad si lo desconocían los perdedores. Así fue también.
Como presagio autocumplido, la elección de su candidato presidencial cerró entre peleas y descalificaciones en línea con el pronóstico de que no saldría unida y manchada por denuncias de irregularidades. “Que Dios lo agarre confesado”, me decía una senadora morenista que llegó a ocupar cargos de primer nivel en el gobierno, sobre el desafío de Marcelo Ebrard de impugnar el proceso y no asistir al anuncio del ganador cuando ya nada modificaría el resultado, aunque abre la puerta para su salida de Morena.
Sheinbaum se mantuvo al frente de los sondeos desde el “destape” de las corcholatas en 2021 y su ventaja varió muy poco en la precampaña, en la que, en cambio, creció la desconfianza por denuncias de apoyos y cargadas de gobernadores a su favor, de irregularidades en la encuesta y conteo de los votos. Así fue el resultado final con un margen de dos dígitos en las encuestas y Ebrard al borde de la ruptura.
La carrera presidencial de la 4T no se distinguió por la incertidumbre de las competencias democráticas. La aseveración no sorprende tampoco a nadie, menos a un político con la trayectoria y experiencia de Ebrard. De principio a fin cuestionó el “piso parejo” de la contienda, que articuló en el discurso de un demócrata preocupado por la legalidad y alimentó con el temor de ruptura con López Obrador y Morena. Pero nunca dejó claro cuál era su juego.
La cuestión, entonces, es por qué llegar hasta el final de un proceso que denunciaba viciado si negociar con la desobediencia nunca pareció tener futuro. Irse después de aceptar las reglas del juego lo convertiría en un mal perdedor más que en un demócrata, además de que habían pasado los tiempos para emigrar a la oposición cuando ya ha abrazado la candidatura de Xóchitl y MC tampoco le asegura abrirle la puerta.
Tampoco son los mismos tiempos de Manuel Camacho cuando resucitó de entre los perdedores para desafiar al PRI cuando fue marginado de la sucesión presidencial de 1994, dado que Ebrard enfrenta un liderazgo más fuerte que el de su mentor. Además de que su popularidad parecía ir a la baja junto con la idea de que podría representar dentro o fuera de Morena una candidatura de centro para romper la polarización y atraer a las clases medias distanciadas de Morena desde 2021.
El resultado deja a Ebrard como el eterno aspirante a la candidatura presidencial, aunque sugiere que aún está “vigente” la posibilidad de correr con la oposición en 2024. ¿Tiene un plan B? La duda es, incluso, si alguna vez la tuvo o si creyó que podría imponerse a la voluntad presidencial. Su principal diferencia con Sheinbaum es que ella siempre observó la lealtad incondicional como el pegamento para juntar las preferencias en los sondeos con los deseos de continuidad del obradorismo.
En efecto, ella representa la continuidad de la 4T, aunque tendrá que llevar a la elección de 2024 una propuesta de “segundo piso” —en sus propias palabras— para traspasar el voto duro de Morena, que está lejos de los 30 millones de votos de López Obrador y de la meta del plan C para ganar el Congreso por mayoría calificada. En ese punto, las clases medias tendrían que ser un objetivo central de su campaña, aunque el Presidente renunció a ellas tras el revés de la elección de 2021.
La exjefa de Gobierno de la CDMX siempre fue la candidata del “obradorismo” porque siempre contó con la bendición de su máximo líder. Ella le dejó la puerta abierta a Ebrard, pero la pregunta es ¿hasta qué punto López Obrador aceptará que no hay marcha atrás para la despedida de uno de sus hombres más cercanos? Por lo pronto tendría que acatar la verdad revelada por la “voz del pueblo” y levantar la mano a su contrincante, algo difícil si no quiere, como dice, “someterse a esa señora”.