- Su historia y su singular romance con Jorge Díaz Serrano “el hombre más tierno del mundo”
Esta mañana, se dio a conocer la muerte de la ilustre mujer que quedó inmortalizada en la escultura diseñada por el escultor Juan F. Olaguíbel. Mi relación con ella dio inicio luego de haber conocido a su esposo, el ingeniero Díaz Serrano, hace muchos años, en compañía del periodista Roberto Cienfuegos.
La Diana Cazadora frente a su monumento. Foto Antonio Caballero
Posteriormente, el arqueólogo y destacado fotógrafo Enrique Franco Torrijos —miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística—, se encargó de que se acrecentara mi relación con Helvia, nacida en la calle de Donceles 60 en la Ciudad de México, una mujer que el próximo 22 de mayo sería centenaria.
A partir de entonces, nos hicimos excelentes amigos. Sostuvimos decenas de charlas en su casa y fuera de ella. Acudimos a muchos restaurantes y eventos en compañía de su comedido chofer, Sergio González, quien estuvo al servicio de la pareja por varios años.
¿Si pudiera resumir en pocas palabras lo que significó para usted su relación por más de 50 años con el ingeniero Díaz Serrano, cómo la definiría? —le pregunté a Helvia Martínez, en la luminosa estancia de su casa de la ciudad de México.
En compañía del arqueólogo y editor de libros de arte, Enrique Franco Torrijos —uno de los mejores amigos de la pareja—, la musa que inspiró al arquitecto Vicente Mendiola Quezada y al escultor guanajuatense Juan Fernando Olaguíbel Rosenzweig, para crear La flechadora de la estrella del Norte, que todo mundo conoce como La Diana Cazadora—, no vacila al responder:
—Nuestra relación fue extraordinaria, de mucho amor; nos quisimos muchísimo. A pesar de lo que la vida inesperadamente te depara, fuimos muy felices. De entre todo ello añoro su forma de tratarme; su amor por mí. Créame, siento infinitamente su ausencia. No habrá otro hombre como él.
Helvia y Jorge Díaz Serrano, exdirector de Pemex
Esta entrevista tuvo lugar los primeros días de mayo de 2011, en la antigua casa de tres plantas que habitó, en la calle Milton 67, colonia Anzures, de la Ciudad de México, aunque por varios años, hasta 2018, sostuve múltiples charlas con ella.
Helvia Martínez en la sala de su antigua casa de Milton 67. Foto Alberto Carbot
Sin amargura, pero con total convicción, asegura que “la política lo fastidió y de ahí la vida le fue muy injusta.
“Él estaba muy orgulloso por haber sido director de Pemex, pero fue una perversidad lo que le hicieron. Al paso del tiempo su imagen será reivindicada, porque fue un gran conocedor de la política energética del país… y estamos viviendo de eso; de todo lo que hizo él”, afirma.
No duda en calificar como una infamia la acusación que le hicieron por supuestamente haber cometido un desfalco con la venta de dos buques petroleros.
Aunque dice no querer ahondar sobre el particular, para ella, lo que le sucedió a su marido fue originado más bien por un error del expresidente José López Portillo, si bien dice que Díaz Serrano, en la intimidad, siempre creyó que el causante de su caída en desgracia había sido Miguel de la Madrid.
“Sin embargo, desde mi punto de vista muy particular, el asunto —no quiero decirlo así abiertamente—, fue provocado más bien por López Portillo, porque él lo retiró del cargo abruptamente y porque, con su autorización, Jorge había bajado los precios, aunque luego él le haya salido con que no lo había consultado con el respectivo comité técnico”, afirma
Sin embargo, la viuda del llamado Padre del petróleo mexicano, señala que Díaz Serrano nunca expresó una sola palabra contra López Portillo, y aún en conversaciones entre amigos, evitaba responsabilizarlo.
“Más bien, cuando yo hablaba y comentaba cosas contra él, Jorge me reconvenía rápidamente y decía lacónicamente:
—Helvia, por favor cállate.
Fue un caballero que nunca habló mal de nadie, ni del propio De la Madrid. A mí me regañaba cada vez que decía cosas. Nunca habló mal de ellos y se aguantó como los meros hombres”.
El festejo navideño que transformó su vida
“La navidad de 1957 cambiaría por completo mi vida —dice—. Considero que esa amistad amorosa que Jorge y yo mantuvimos durante tanto tiempo quizá no fue del todo correcta; pero parece que él no era feliz en su matrimonio. El caso es que allí está para quien lo quiera deducir: baste decir que el asunto duró 53 años”, asegura la viuda del ex director de Pemex.
De notable presencia y con la distinción que la ha caracterizado a lo largo de su vida, a Helvia Martínez Verdayes la embargaba la nostalgia al escuchar Polvo enamorado, la melodía que en su vida en común con Jorge Díaz Serrano, fuese quizá la más significativa y que él de hecho hizo suya, a instancias de su creador Mauricio González de la Garza, escritor y periodista, gran amigo de la pareja, quien se las dedicó.
A petición suya, se la canté muchas veces. Lo hice, acompañado de una pista de karaoke y muchas más, a capela.
Fui un náufrago de mí / nocturno de dolor / angustia polvo y nada.
Soy, soy aquel que se perdió / buscando la razón del alma y las estrellas.
Tú llegaste a mi sufrir / resurrección de luz / amor, pasión y vida.
Soy aquel dolor de ser / por ti he vuelto a nacer / soy polvo enamorado…
“A Jorge le encantaba, sobre todo en voz de José José, porque la canción resumía en su letra lo que él mismo había sido en una etapa de su vida. Nunca se cansó de repetirme que por mí había cambiado; entre otras cosas había dejado de beber y casi vuelto a nacer, porque estuvo en peligro de muerte.
“Jorge no era un hombre inmune a las penas del alma, tenía una gran sensibilidad y me tarareaba Fui un náufrago de ti… Incluso uno de los libros que escribió, una novela, lleva precisamente ese título: Polvo enamorado”, dice.
Díaz Serrano conoció a Helvia el 24 de diciembre de 1957 “cuando yo era secretaria del director de Pemex, Antonio J. Bermúdez y Jorge un apuesto y próspero contratista, con fama de hombre generoso y muy caballero, que me intrigaba de sobremanera.
—Yo decía en broma: ¿dónde está ese señor tan singular y buen mozo para tratarlo personalmente?”, señala. Y advierte, en tono de confidencia:
“Sé de antemano que quizá lo que comento puede molestar o no gustarle a la familia de Jorge, pero han pasado ya tantos años y él ya murió y así fueron las cosas.
“Debo decir que yo ya había tenido contactos esporádicos, porque me pedía citas con el director y en más de una ocasión lo ayudé para que lo recibieran algunos funcionarios.
“Asistí luego a la tradicional comida navideña que ofrecía la Gerencia de Explotación en el restaurante La Ronda. A mi lado quedó una silla vacía. El ambiente era bullicioso, alegre. Las copas chocaban.
“Y lo que es el destino: de repente miré hacia la puerta y vi que entraba el ingeniero Jorge Díaz Serrano. Llegó hasta la mesa. Se detuvo junto a mí y me preguntó amablemente si podía sentarse en el lugar que no estaba ocupado.
—La silla está vacía, si quiere siéntese, respondí, sin pensar que la navidad de 1957 cambiaría por completo mi vida.
El secreto de la Diana
El relato es pormenorizado y lo consigna también en su libro El secreto de la Diana, escrito en colaboración de Ethel Krauze, ilustrado con bellas fotografías de Nadine Markova.
“Comenzamos a platicar. Polidori, el dueño del restaurante, estuvo atendiéndonos y nos regaló encendedores. Éramos muchos en la mesa.
Había ruido, alharaca festiva. Jorge se volvió hacia mí:
—¿Por qué no nos vamos a tomar una copa usted y yo solos?, me preguntó.
Lo vi unos cuantos segundos. Le respondí que sí.
Nos fuimos al Focolare, donde había más estruendo aún, pero al menos teníamos una mesa para los dos. Pidió una botella de champaña. Hablamos de pintura. Él acababa de regresar de Europa y me describió las obras de arte que había visto.
Le pregunté si tenía buena pintura y me contestó que sólo una acuarela de Fermín Revueltas que le había regalado su tío, el ingeniero Juan de Dios Bojórquez, gran coleccionista de obra mexicana.
Me contó que de joven, estudiando en México, dormía en la sala de su tío y ahí aprendió a amar el arte.
—Tengo el propósito de hacerme un buen coleccionista, señorita Martínez, me dijo.
Volaba el tiempo y no habíamos comido. Fuimos al restorán del Hotel Monte Casino, donde hacían un delicioso jugo de carne. Tocaron los cancioneros. De camino al estacionamiento pasamos por una tienda de regalos en la esquina de Hamburgo y Génova.
—Nunca le he regalado nada, señorita— me dijo.
Me reí.
—Yo sé que usted siempre le regala cosas a las secretarias —le comenté. Sabía que en su esplendidez, llegaba a regalar hasta centenarios. Vimos una gran lámpara. Quiso obsequiármela. Entre bromas, le dije:
—No ingeniero, esa lámpara me tira el techo de la casa.
—Entonces esta mesa…
—¿Por qué no mejor el florerito de cristal cortado? Le sonreí.
Todavía lo conservo.
Me llevó a mi coche. Nos deseamos felicidad.
Nos despedimos. Nochebuena.
El 26 a primera hora me invitó a comer.
Pensé: voy a lo mismo. Pero él insistió. No pude negarme.
El 31 de diciembre volvimos a reunimos con los compañeros de oficina. Él ya me acompañaba con específica dedicación. Fin de año.
Comenzamos a tutearnos. Estaba muy cerca de mí. Yo sentía que quería abrazarme. Me besó. Feliz año nuevo.
Desde el inicio de 1958 no dejamos de vernos ni un solo día. Desayunábamos en el restorán Normandie, en la esquina de Niza y Reforma.
Al mediodía tomábamos la copa en el Hotel Reforma. En la noche salíamos a cenar. Me dejaba en la esquina de mi casa, yo temía que mi madre fuera a hacerle alguna inconsecuencia. Peligro, peligro, sentí.
Una noche le dije:
—Eres casado, tienes hijos, eres hombre importante. No veo ningún futuro. Soy celosa, absorbente. Voy a sufrir. Te pido que dejes de buscarme.
Se quedó callado unos segundos. Me abrió la puerta del coche, diciendo:
—Concedido.
Me bajé. Llegué a mi casa, casi tranquila. Se había terminado el problema. No habían pasado diez minutos cuando sonó el teléfono.
Sólo dijo:
—¿A qué hora desayunamos mañana?
—A la misma hora de siempre —contesté.
Y desde esa fecha, hasta el 6 de marzo pasado, cuando Jorge entró al hospital, no nos separamos nunca.
“Tuve con él, lo digo con mucha pena, una amistad amorosa”, comenta algo sonrojada.
Cuando lo conoció, su esposa estaba de viaje. Se había ido a Italia a aprender restauración. Señala que “parece que no se llevaban bien, y en cambio él se enamoró de mí, perdidamente.
“Inmediatamente que me empezó a enamorar, me dijo que se iba a divorciar, pero tardó años en hacerlo. Y no había modo; no se podía, y así seguimos por muchísimos años”, dice.
“El cariño que nos tuvimos Jorge y yo era muy especial. A cualquier gente que le pregunte le dirá que nos queríamos muchisísimo. Eso ha molestado desde siempre a una hija de él, que tiene el carácter un poquito difícil, porque si se analizan los hechos, yo no le puse a Jorge un puñal en el pecho para que se casara conmigo.
“Considero que esa amistad amorosa que Jorge y yo mantuvimos durante tantos años quizá no fue del todo correcta; pero parece que él no era feliz en su matrimonio. El caso es que allí está para quien lo quiera deducir: baste decir que el asunto duró 53 años”.
Recuerda que él todavía tardó mucho tiempo en divorciarse y por ironías del destino, se desposó con Díaz Serrano en la cárcel por la vía civil, y posteriormente por la religiosa, en el templo de San Agustín, en Polanco.
Pero en los años previos a su encarcelamiento, viajó con Díaz Serrano por todo el mundo.
Lo acompañó a Rusia, en el breve tiempo en que fue embajador en Moscú y en todos los viajes que hacía, a los cuales les acompañaba la periodista Manú Dornbierer, una gran amiga de la pareja, quien solía hacer las crónicas de sus actividades.
Helvia explica el por qué nunca tuvo hijos con Díaz Serrano.
“No los tuve, porque yo ya era una mujer mayor cuando me casé con él, y cuando pudimos, nunca quise tenerlos, porque no quería que mis hijos fueran diferentes a los de su primer matrimonio, ya que ellos disponían de todo tipo de comodidades, riqueza y todo eso. Claro que me hubiese gustado conocerlo en otras circunstancias y tener un hijo con él.
“Eso me hubiera encantado pero no se podía, porque además yo trabajaba, tenía a mi mamá y debíamos guardar las apariencias, apariencias que, a la distancia, pienso que me costaron muy caro”, revela.
“Al principio mi mamá lo aborrecía”
A pesar de que mantenían un romance, él vivía en su casa y ella en la suya “porque mi mamá lo aborrecía, como era natural, debido a que no estábamos casados”.
Contrajeron matrimonio civil años después, cuando Díaz Serrano fue puesto en libertad y luego de la muerte de la madre de Helvia. Hasta entonces se fue a vivir a casa de ella.
Boda en la cárcel. Acompañados de las periodistas Manú Dornbierer y Margarita Michelena
A pesar de esas circunstancias, Helvia dice que su relación “no la cambiaría nunca, porque Jorge era un hombre que por todo lo que hacía, sabía que me adoraba y que no podía estar sin mí. Cuando yo le preguntaba, Jorge ¿qué te parece que hagamos esto o lo otro?
—Lo que tú dispongas, era su contestación.
“Todavía cuando estuvo enfermo, le pregunté si no le gustaría hacer un viaje por las playas de México —porque hicimos muchos en cruceros—, y él me contestó: contigo, a donde quieras”.
De la abundancia, a la pobreza, por la separación de sus padres
Integrante de una familia adinerada en los tiempos del Porfiriato, pero cuya abuela sufrió la expropiación de varias haciendas, su madre María Luisa Verdayes Mendía se separó de su progenitor Jesús Martínez Velázquez, originario de Aguascalientes, quien a la postre radicó en Hidalgo y llegó a presidir el club de fútbol Pachuca, cuando ella era aún muy pequeña.
Debido a la separación de sus padres, admite que tuvo una niñez “bastante triste, porque no teníamos dinero.
“Mi padre fue un mujeriego irredento, por eso mi mamá lo echó de casa; lo mandó al diablo y yo empecé a tratarlo esporádicamente, hasta que tuve 7 u 8 años. Me llevaba a pasear a la Alameda o a comer a casa de mi abuela paterna, pero el dinero escaseaba.
“No obstante, en cuanto empecé a trabajar, lo hice muy bien y las cosas cambiaron” —dice ella.
Un amigo de su familia —quien fue el primer director de Pemex, Vicente Cortés Herrera—, la llevó a trabajar a la empresa, donde laboró como secretaria de otros 3 directores de la paraestatal: Efraín Buenrostro, Antonio J. Bermúdez y Pascual Gutiérrez Roldán.
Hasta 1969, cuando llegó como director Jesús Reyes Heroles, ella fue destinada a otras oficinas y entonces decidió jubilarse.
La confidencia de JLP
Cuando José López Portillo le comentó a Jorge Díaz Serrano que tenía muchas posibilidades para relevarlo en la Presidencia de la República, el funcionario acudió a ver de inmediato a Helvia para comunicárselo.
—Quiero que sepas antes que nadie lo que acaba de decir López Portillo. Me dijo que es posible que yo sea el candidato a la presidencia, le externó.
Ella le respondió:
“¡En la torre, Jorge!, desde este momento tenemos que dejar el asunto nuestro por la paz. Yo no te quiero perjudicar, ni lo voy a hacer”.
—¿Así es como me vas a ayudar?, me dijo molesto. Y agregó:
—Tú y yo no vamos a terminar, ni por este ni ningún otro cargo que me ofrezcan. Y siguió conmigo eternamente”.
Posteriormente vinieron los días aciagos de su juicio político y encarcelamiento.
Como fiel soldadera, Helvia todos los días acudía a comer con él en lo que describe como el jacalón de la cárcel.
“La comida que le llevaba era para que él cenara y no falté ni un solo día de los 5 años en que él estuvo en la cárcel, salvo el día que fui a enterrar a mi mamá.
“Salía a las 11 de la mañana y regresaba a las 7 de la tarde. Comíamos juntos, platicábamos y a las 5, que nos corrían a todo el mundo, me venía a la casa. Allí nos casamos por lo civil.
El 30 de julio de 1988 me llamó y me anunció muy contento:
—Helvia, salgo mañana. Tienes que venir a las seis y media de la mañana. Avísale a mis hijos y ponte de acuerdo con el licenciado y con Christiane, mi secretaria.
El relato lo recrea en su libro, tal y como ocurrió:
“No podía creerlo. ¿Sería posible tanta dicha? Todo el día estuvo sonando el teléfono, feliz. Sabía que le preparaban una recepción, pero nunca imaginé lo que sería, llegué a las seis y media de la mañana. Había multitudes con pancartas. No podía creerlo: Jorge estaba de traje y con corbata 76.
La foto oficial de Díaz Serrano obra de Enrique Franco Torrijos
“Durante cinco años lo vi con el horrible color beige, de chamarrita o en mangas de camisa cuando hacía calor. Qué apuesto, pensé, qué delgado.
Las 8 en punto. Se abrieron las puertas del infierno. Veníamos con Jorge.
Sus hijos Jorge, Fernando y Ricardo; sus hijas Laura y María Elvia, los licenciados Mendoza Morales y Mendoza Iglesias, la querida Margarita Michelena, Ignacio Muñoz de Cota y su esposa Pilar, quien esperaba con una emotiva pancarta, y tantos amigos que, contra mi voluntad, me veo obligada a omitir sus nombres.
Agradezco a los licenciados su profesionalismo, su amistad, su compañía. Se abrió la puerta. Los mariachis tocaron El rey. Nudo en la garganta. Los periodistas se acercaron. Uno le dijo:
—Voy a traer un micrófono, ingeniero.
—Sin micrófono. Todavía tengo la voz fuerte —respondió él.
Una avalancha lo devoraba. La televisión mexicana y la estadounidense . Qué larga espera. No querían dejarlo. Al fin llegó al coche. Lo primero que quiso fue ver a su madre. Fuimos a desayunar con ella a un Vips. Yo había logrado cordialidad con sus hijos que ha ido creciendo, llegamos a mi casa.
Aunque teníamos treinta años de estar tan cerca, nunca habíamos vivido juntos. Entrando, dijo a los amigos que nos esperaban:
—Por fin me dio posada Helvia.
—Sí, mientras te portes bien —aclaré.
Fue difícil al principio. Yo siempre había sido muy independiente. Pudimos superar los obstáculos con una cualidad compartida: la consideración.
En la noche, gran fiesta en casa de unos queridos amigos. En la pancarta: Jorge, bienvenido.
Los primeros días la gente lo detenía en la calle:
—Creemos en su inocencia, ingeniero, estamos con usted.
Hombres y mujeres lo saludaban. Ellas hasta lo besaban. Tuve que acostumbrarme. Un buen amigo que trabajó con él de joven nos invitó a España. Mandó los boletos de avión, llegamos a Madrid. Nos esperaban. Delicioso viaje.
De nuevo la vida, la alegría. En todas partes lo reconocían, mandaban botellas de vino a la mesa, felicitaciones. Regocijo por la libertad. La gente sabía que Jorge había padecido una gran injusticia.
Cuando se le pregunta a Helvia si alguna vez comentó con su esposo si temía que le pasara lo que a Luis Donaldo Colosio —quien fue asesinado el 23 de marzo de 1994—, admite:
“Por supuesto. Yo tenía miedo de que le pasara algo, igual de lo que le ocurrió a Colosio. Lo comentamos muchas veces con Jorge”.
El principio del fin
En torno a cómo se inició el declive físico y emocional de Díaz Serrano, con tristeza cuenta que en 2005 él fue víctima de una hidrocefalia y ya no podía bajar ni subir escaleras, porque no podía caminar.
A los 20 días tuvo un hematoma, le volvieron a abrir la cabeza.
“Con todo, estábamos muy bien, yo lo sacaba a pasear, lo llevaba a comer los domingos, al cine, andábamos en el coche paseando”, dice.
Un sábado en la noche, luego de cenar, ella subió a la planta alta y él se quedó sentado en el antecomedor.
Cuando bajó, advertida por los gritos de angustia de quienes lo atendían, vio que lo llevaban en andas, por la escalera, porque él dijo que ya no podía caminar.
Los enfermeros que lo atendían eran enviados por Pemex, gracias al servicio médico del que todavía, como jubilada, Helvia dispone.
“Jorge no tenía ningún tipo de atención médica. Lo atendían en Pemex, como mi esposo que era, porque cuando él fue aprehendido, le retiraron cualquier beneficio como extitular”, comenta.
Al día siguiente, ella les avisó a sus familiares que lo internarían en el hospital de Pemex, pero una de sus hijas insistió en que fuera trasladado al ABC, un centro hospitalario que estaba fuera del alcance de sus posibilidades. Sin embargo, fue internado en el centro médico privado y uno de los amigos de Díaz Serrano se hizo cargo de los gastos, a pesar de que estuvo casi un año hospitalizado.
Luego, a instancias de una de sus hijas, Díaz Serrano fue llevado a un departamento prestado por un amigo, donde pasó sus últimos días, previo al internamiento hospitalario, donde finalmente falleció.
Ella acudía a visitarlo con muchas dificultades y la última vez le dijo:
—Me siento muy mal, Helvia.
—¿Qué tienes?, le pregunté.
—No sé, pero me siento mal, me dijo y cerró los ojos; se durmió.
“Permanecí esperando a que despertara, pero estaba profundamente dormido, así que decidí volver a casa. Luego me informaron que él comenzaba a arrojar flemas con sangre.
“El domingo, 24 de abril, no fui al hospital —porque tenía mucho catarro, ya que como fumé mucho, me dan unas neumonías espantosas y temí contagiarlo—, y al día siguiente, como a las 10 de la mañana, me llamó su hija. Me dijo que su padre había muerto.
“Luego, el cuerpo fue trasladado al velatorio del Panteón Francés, donde se cremó. Yo ya había pagado con antelación su funeral y el mío.
“Su hija me manifestó que deseaba que las cenizas se convirtieran en un brillante, como ahora se estila, pero me opuse, porque finalmente me parece un acto macabro.
Yo tengo las cenizas de Jorge. Ella me pidió que cuando yo muera, se las entreguen. Ya veré que haré finalmente con ellas”.
La estatua de La Diana en Reforma
Nacida en el centro histórico, en Donceles 60, la calle donde se instaló la Asamblea de Representantes del Distrito Federal, Helvia recuerda cuando posó desnuda para La Diana Cazadora, ante el famoso escultor Juan Olaguíbel.
“El Presidente Manuel Ávila Camacho quiso embellecer la ciudad”, comenta.
Y en su libro El secreto de la Diana, editado en 1992, pormenoriza:
“El Paseo de la Reforma era hermosísimo: casas señoriales, palacios. Pero no había monumentos. Sólo el Ángel de la Independencia. Se decidió hacer una fuente frente a los leones de Chapultepec. Llamó al escultor Juan F. Olaguíbel para pedirle que hiciera el monumento.
“El escultor consultó al arquitecto Vicente Mendiola —quien trabajaba en Petróleos Mexicanos haciendo la ampliación del antiguo edificio de la compañía petrolera El Águila, en la avenida Juárez.
“El arquitecto Mendiola tenía su oficina en un pequeño privado del archivo de la Dirección General, donde las muchachas íbamos y veníamos por documentos. Lo recuerdo bien: Mendiola y Olaguíbel sentados, mirándome. Yo estaba acostumbrada a los halagos, pero estas miradas fueron demasiado insistentes.
“Una tarde se me acercó Mendiola y me dijo que ambos querían hablar conmigo. Harían un monumento: una hermosa fuente con una estatua. Querían que yo fuera la modelo. Me sorprendí tanto que me eché a reír. Pero esa noche no dormí un segundo.
“Al día siguiente volvieron a pedírmelo, querían explicarme con detalles y me citaron en el Tampico Club, un restorán de moda que acababan de abrir en Balderas.
“Muy serios y formales volvieron a lo mismo: no querían a una modelo profesional, sino a una muchachita fresca corno yo. Tenía dieciséis años.
“Para convencerme, uno de ellos, el arquitecto Mendiola, dibujó en la servilleta una Diana cazadora. Debo tenerla todavía guardada. Ahora pienso que si me hubiera negado, qué frustrada estaría. Soy feliz contemplando a la Diana cada vez que paso a su lado, aunque por haber posado como modelo, no haya recibido ni un centavo, porque así lo determiné entonces.
“Sin pago de por medio, ellos estaría comprometidos a guardar silencio sobre quién había sido la modelo. El secreto debía guardarse a toda costa, aunque luego, al paso de los meses, hayan comenzado las habladurías y los rumores.
“Empero, debo reconocer que inicialmente, cuando comencé a posar, el trance fue espantoso. Me sudaban las manos y la frente, pero ellos se portaron muy bien conmigo. Bajaba la esposa de Olaguíbel con sus hijos y sus perros y me trataban de maravilla. No tengo que decir nada, ni siquiera que me daba vergüenza, porque finalmente el asunto era muy bonito”, afirma.
“No te pintes tanto, porque te alborotas lo feo”
Revela que a pesar de su belleza de la cual todavía, a punto de cumplir 90 años, quedan muchas huellas, “honradamente yo no me sentía tan bonita.
Helvia Martínez joven
“Y es que en mi casa todas eran tan bonitas, mi mamá y mis tías y mi abuela tan distinguida, de ojos azules, verdes y muy blancas. Yo era prietita. Me decían de chiquita: pobrecita, es muy prietita mi hijita.
“Mi abuela tenía un dicho muy chistoso: está feíta mi hijita pero tiene cierto fregadillo. Mi mamá me decía:
—No te pintes tanto, porque te alborotas lo feo”.
Acerca de su decisión de posar para La Diana, afirma que le da gusto haberlo hecho, al igual que para la Fuente de petróleos, por la cual recibió como pago 600 pesos.
“Qué bueno que lo hice, porque ahorita lo estaría lamentando. Me desprestigié un poco, la gente habló de mí; un novio que tenía se enojó y no volvió. Años después, cuando Jorge se enteró que yo era la modelo, también se enojó y casi no me habló dos días, pero luego hasta me trajo gallo con Pedro Vargas”, recuerda divertida.
Luego afirma que, al paso del tiempo, a él llegó a gustarle tanto La Diana, que cuando pasaba junto a la glorieta le enviaba besos.
“Y como la escultura de Olaguíbel no lleva mi rostro, él mismo se dio a la tarea de que se hicieran 3 copias, de menores proporciones, pero esta vez con mis facciones. Una de ellas está en la Zona Rosa, otra en la Hacienda La Noria, cerca de Querétaro y la última la tiene un amigo “—dice. Y agrega:
“Sin embargo, a la Diana de carne y hueso, siempre la tuvo a Jorge su lado”.
Rememora luego que cuando posó para La Diana, recibió muchas críticas, sobre todo, de gente cercana al ex titular de Pemex.
“Se dijo que le había quitado la dignidad a Díaz Serrano, sin pensar que yo había posado muchos antes de conocerlo. Además, la dignidad se la da o se la quita uno mismo”.
—¿Cuál es el legado que le dejan sus largos años de convivencia con un personaje como lo fue el ingeniero Jorge Díaz Serrano?
“Su manera como me trató, y su amor; no hay otro.
“En el aspecto material, me dio alhajas, un departamento preciosísimo en Polanco —que me vi obligada a vender por necesidad de dinero y me arrepiento de haberlo hecho—; también me regaló una casa muy bonita en Cuernavaca, pero que igualmente se tuvo que vender cuando lo metieron a la cárcel. En fin, casi la totalidad de las cosas que me obsequió, al paso de los acontecimientos, se convirtieron en frijoles.
“Mi apoyo fue ese: devolverle prácticamente todo lo que me había dado, para poder sobrevivir, porque él, desde que estuvo en la cárcel, se quedó casi en la ruina. Ya no tenía aviones, casas o dinero, ni posibilidades de nuevos ingresos.
Lo único que hoy poseo es mi casa materna, que ya he puesto en venta y algunos cuadros; eso es todo”.
Sin amargura, pero con total convicción, asegura que “la vida fue totalmente injusta con Jorge. La política lo fastidió. Él estaba muy orgulloso por haber sido director de Pemex y de sus logros en materia petrolera que hoy está disfrutando el país. Por eso siempre diré que lo que le hicieron fue un acto de perversidad; una total injusticia.
“Pero si vamos a su legado, más allá de las cosas materiales, en el terreno espiritual, amoroso, de pareja, puedes escribir que nos quisimos muchísimo, fuimos muy felices y que siento infinitamente su ausencia”, concluyó la legendaria mujer.
La carta de su muerte anticipada.
En una ocasión hace varios años, me pidió le redactara una carta al exdirector del periódico El Economista, Luis Enrique Mercado, donde expresara su molestia por haber publicado que ella había fallecido. Así lo hice.
Escribí la nota aclaratoria y se la llevé para que la firmara.
—Alberto, estos me quieren matar antes de tiempo —me dijo. Luego, hice llegar la breve carta.
México, DF., 18 de julio 2013
Lic. Luis Enrique Mercado Sánchez
Presidente y director general de
Grupo Editorial Zacatecas, SA de CV
Presente.
Señor director:
Con mucha extrañeza fui informada que en su edición de ayer, 17 de julio de este año, en el diario “Zacatecas en Imagen”, que usted dirige, apareció una nota firmada por el reportero Francisco Reynoso, que da cuenta de mi supuesto fallecimiento.
Lamento tener que dirigirme a ustedes para desmentir la información y ratificarles, que pese a algunas dolencias propias de mi edad, me encuentro viva y en buenas condiciones de salud.
Ciertamente, como ya ha sido documentado, fui la modelo que inspiró al escultor Juan Francisco Olaguibel Rosenzweig, la escultura de La flechadora de la estrella del Norte, más conocida como la Diana Cazadora, al igual que la imagen femenina de la Fuente de Petróleos, que recientemente ha sido remodelada.
Aunque admito que nunca he tenido oportunidad de conocer personalmente Zacatecas, sé que es un estado muy bello, particularmente su capital. Por ello, resulta una falta de respeto a sus lectores el asegurar que, hasta mi pretendido fallecimiento, yo vivía sola, en una casa que rentaba en el Centro histórico, no recibía visitas, ni hacía amistad con nadie.
Por demás está decirle que desde hace más de medio siglo resido en una casa de la colonia Anzures, de la ciudad de México, en compañía de gente de todas mis confianzas que me auxilian desde hace 2 años, cuando falleció mi esposo, el ingeniero Jorge Díaz Serrano, quien durante su gestión dejó un gran legado en materia de hidrocarburos para las futuras generaciones de mexicanos.
Le saluda con afecto: Helvia Martínez viuda de Díaz Serrano
Mis memorables recuerdos con La Diana Cazadora
Una de las últimas ocasiones —antes de que el peso de la edad y los avatares de la vida la obligaran a permanecer prácticamente aislada en el departamento de Polanco que adquirió luego de vender la casa de Milton 67, en la colonia Anzures de la Ciudad de México—, fuimos juntos a comer al restaurante estilo alemán El Hipódromo, en la calle de Popocatépetl 3.
Me acompañó, como lo hizo en otras varias oportunidades, el destacado fotógrafo Antonio Caballero. Todavía nos dimos tiempo para que modelara en su departamento unos delicados aretes de plata de Taxco, que le obsequié, y luego visitar a pié las proximidades donde hoy se halla su emblemática escultura La Diana Cazadora, que desde la legendaria avenida de Paseo de la Reforma en la ciudad de México, seguirá como una majestuosa referencia a nivel nacional e internacional.
Con delicadeza, de su mano atravesé la célebre avenida Reforma. Con sus pláticas y confidencias, tengo material suficiente para escribir un texto, que seguramente elaboraré en fecha próxima. Me apreció de verdad —fue muy correspondida— y atesoro varios de sus obsequios. Una celebridad; una mujer inolvidable. La extrañaremos.
Foto principal: La Diana Cazadora muestra la imagen mientras posaba. Foto Alberto Carbot