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ELCRISTALAZO.COM

Ignoro cuantas personas se sientan felices, dichosas, triunfadoras con esta emergencia política —del verbo emerger—, de las mujeres, expresada en la segura competencia de dos —o tres— de ellas en la contienda presidencial. Deben ser millones. Muchos millones.

Esta competencia femenina por el Poder Ejecutivo parece algo sencillo de comprender, pero resulta complejo para quienes no reflexionen en lo sucedido en los años cincuenta, a la mitad, del siglo pasado, cuando por primera vez —en el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines—, se le reconoció al mujerío el derecho del voto (uso la palabra mujerío, como López Velarde, conste).

Hoy la lucha cívica de muchas mujeres nos parece algo lejano y legendario. Y no es tan distante en el tiempo. Esto es un poco de historia (Colmex, Gabriela Cano):

… Aunque en Yucatán no se hicieron cambios legislativos que establecieran el derecho de las mujeres a votar y ser votadas (1922-24), fue el primer estado en el que (mujeres) ocuparon puestos de representación popular.

Elvia Carrillo Puerto, Beatriz Peniche Ponce y Raquel Dzib fueron diputadas locales durante el breve período de Felipe Carrillo Puerto en Yucatán, entre 1922 y 1924; mientras que Rosa G. Torre fue regidora en el gobierno municipal de Mérida.

Felipe Carrillo Puerto contaba con el apoyo de su hermana Elvia, quien organizó ligas de resistencia y promovió los deseos ciudadanos de las mujeres; sin embargo, no se estableció una reforma que decretara el sufragio femenino.

“La mayor activista a favor del voto femenino en tiempos revolucionarios fue Hermila Galindo, originaria de Lerdo, Durango, y colaboradora de gran confianza política de Venustiano Carranza. Ella hizo propaganda constitucionalista dentro y fuera de México. Con su fuerza oratoria, promovió el sufragio y la educación femenina mediante conferencias en diversos lugares del sureste…”

El derecho al voto trae aparejado, por naturaleza, el derecho de ser votado. En este caso votada. En Yucatán, lo hemos visto, fue al revés. En pocos años —relativamente—, eso parece estarse acercando a una cercana realidad presidencial, en cuya circunstancia se puede responder afirmativamente la pregunta subdesarrollada (nadie lo habría preguntado en la Inglaterra Victoriana), sobre si México está preparado para el gobierno de una mujer.

¿Se debe a la genuina evolución de la igualdad social, al empuje certero de las mujeres activas y activistas o es expresión oportuna del aprovechamiento mercadológico conforme con el espíritu de la época por parte de los hombres del poder para presentar una opción novedosa, incluyente, indiscutible cuya habilidad disfrace a una señora leal, fiel, afortunada y dócil para encumbrarla como la máxima “Adelita”; una soldadera de la transformación, a pie, con paso dócil detrás del revolucionario montado en el caballo de un movimiento triunfante?

Es quizá una combinación de esas y otras cosas. Pero sea como sea, los opositores se oponen con la misma fórmula. Así fue la imitación extendida de los programas sociales de AMLO. Si él no hubiera impulsado a Claudia, para presentar otra de sus aportaciones como una primera vez en la historia, hasta en el Ejecutivo, nadie estaría pensando en una batalla entre mujeres.

Hoy no se ve, ni siquiera en el aparentemente rejego Movimiento Ciudadano, la posibilidad de presentar la candidatura de un señor, así se parezca al profesor Xavier.

Con esa necesidad imitativa, para no perder en los terrenos de la comparación, no sería extraño si el consejo presidencial es desatendido y Samuel no resulta escogido por Dante, ver a la mejor de las mujeres del MC en la boleta. Me refiero a Ivonne Ortega; yucateca como Elvia Carrillo Puerto y otras feministas peninsulares.

Por otra parte, la confirmación de su aparente oposición solitaria viene acompañada por una promesa de Dante cuyo solo enunciado llenó la república de congojas: si no supero en votos al Frente, me retiro de la política.

No, por Dios, quién podría sobrevivir ante tal orfandad, no y mil veces no… sería dantesco…