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Número/ Excélsior

La confusión en el mando político ante la crisis arriesga la gobernabilidad porque la falta de entendimiento, diálogo y coordinación conduce a la equivocación y a esquivar responsabilidades. ¿Cuántos errores se contarán en el futuro de estos días decisivos para el sexenio de López Obrador? Ante el nuevo juego de la pandemia, el Presidente se ve en pasmo y extraviado para retomar el equilibrio entre el Estado, la economía y la salud pública. En una emergencia, las repuestas no pueden ser las mismas recetas y el guion de políticas que sigue hasta ahora y hace todo por defender (hasta exponer su salud). El único dato cierto para todos es que la realidad cambió con el COVID-19, pero no quiere verlo.

La tentativa por mantener el rumbo ante una situación extraordinaria, sin variación de las políticas de austeridad y disciplina fiscal de su gobierno, lleva al desorden, la desavenencia y, finalmente, a la descomposición por la ausencia del Estado. Sobre todo, si la dirección se sostiene sobre equívocos, como ilustró el exsecretario de Hacienda, Carlos Urzúa, en un artículo publicado esta semana que corrobora el desacierto de creer que existen ahorros públicos suficientes para superar la crisis. El presupuesto de seis billones de pesos para 2020 es casi igual al año anterior, más que insuficiente para atemperar una depresión económica que las estimaciones sitúan entre 3 y 7 puntos del PIB.

En efecto, la comunicación del Presidente ha pretendido que se tome por cierto lo que no lo es. Primero, al asegurar que la economía estaba blindada con un fondo de 150 mil millones de pesos ante el derrumbe de los mercados financieros y, luego, al hablar de otro fondo por 400 mil millones de pesos para ayudas sociales. Si alguien pensase que los recursos sirven para las necesidades económicas y sanitarias del COVID-19, también debería saber que buena parte del primer fondo de estabilización presupuestaria ya se gastó en 2019, y que la otra partida corresponde al mismo monto de los programas sociales del año anterior.

No hay más. Y, peor aún, el Ejecutivo rechazó una reforma para obtener recursos adicionales a través de la reducción del balance primario cuando se presente una emergencia que ponga en riesgo a la sociedad o a la economía. Al comenzar la crisis hace un mes, los diputados aprobaron la reforma, pero el gobierno la frenó en el Senado por “razones políticas”, confió una fuente de Hacienda. ¿Cuáles? La negativa del Presidente a aceptar la dimensión de la crisis y, sobre todo, a soltar su política de “austeridad republicana” para la estabilidad macroeconómica y su rechazo a reevaluar proyectos estratégicos de infraestructura, como el rescate a Pemex, el aeropuerto de Santa Lucía o la refinería de Dos Bocas.

La situación se complica porque las contradicciones y confusión en el mando del fuerte López Obrador debilitan su liderazgo. Sin palancas financieras que acompañen la centralidad del Estado en una emergencia, el gobierno confía en la ciudadanía para sortear la crisis sanitaria y a los empresarios hacerse cargo de la producción, el empleo e impuestos. El gobierno traslada su responsabilidad a la gente, mientras azuza el temor a los vacíos de poder o desencadena escándalos políticos con el saludo “humanitario” a la madre del Chapo para tratar de cambiar la conversación pública del reclamo sobre inacción gubernamental ante la emergencia. Y, finalmente, deja la coordinación de ella al canciller Ebrard, como si su desaparición en anuncios públicos, como la declaración de emergencia sanitaria, lo eximiera de la rendición de cuentas del manejo de la crisis.

La gobernabilidad está en riesgo si la postura del Presidente es tratar de salvar cara frente a la crisis y defender sus políticas o proyectos prioritarios. Las contradicciones entre su discurso y acciones con los responsables de la emergencia dentro de su gabinete son cada vez más marcadas. Y la descoordinación con los gobernadores apenas se atiende con el acuerdo de unidad contra el COVID-19. Queda por saber si en el plan de emergencia económica que presentará el domingo parte de aceptar que la única manera de conservar el rumbo es evitar entrar a la tormenta sin viento, aunque implique, al menos, reconducir su 4T por otra ruta.