Considero de una supina irresponsabilidad el inaudito hecho de que el presidente López Obrador, de una manera tan suelta, haya iniciado una conversación de “golpe de Estado”.
Existen múltiples interpretaciones de las motivaciones que ha tenido el presidente para que inicie esta inusitada y realmente terrible conversación en un país como México que ha gozado de una estabilidad política desde la revolución mexicana, incluso en la época de la Guerra Cristera.
En términos formales, el único golpe de Estado que prosperó parcialmente en México fue el dado por los militares dirigidos por el usurpador Victoriana Huerta, con la participación ignominiosa del embajador de los Estados Unidos Henry Lane Wilson. Esta acción prolongó por años la lucha armada de la revolución mexicana hasta el triunfo del Ejercito Constitucionalista de Venustiano Carranza.
Hablar de un golpe de Estado en México, en pleno Siglo XXI, viniendo del propio Presidente de la República, genera un gran ambiente de incertidumbre y nerviosismo; sobre todo, después de los acontecimientos humillantes de Culiacán y de innumerable vejaciones que miembros de las fuerzas armadas han tenido, provenientes de maleantes o de gente del pueblo que se encuentra molesta por ciertas acciones del gobierno, ante la orden tajante que se dicen que tienen, proveniente del propio presidente de no usar la fuerza “en contra del pueblo”.
Esta incertidumbre se incrementa al estar todos viendo como las redes sociales, supuestamente provenientes de miembros de las fuerzas armadas, y los recientes discursos dados por altos mandos del ejercito en donde se manifiestan en contra de las políticas de AMLO respecto del tema de seguridad.
No obstante estos indicios, a mi no me cabe la menor duda de que nuestro Ejército mantendrá su lealtad para con las instituciones de la República, misma que se encuentra fuertemente arraigada en los mandos de nuestras fuerzas armadas.
Me atrevo a interpretar que López Obrador, con el colmillo político que lo caracteriza, está generando este irresponsable ambiente de amenaza de un golpe de Estado, con el fin de afianzar su mando sobre las jerarquías del ejército, al estarse enfrentando de una forma más frecuente, con resistencia a su política de “abrazos y no balazos”, y para generar en sus seguidores, ante los frecuentes errores de su gestión que empiezan a generar irritación social, un cierre de filas de apoyo a su liderazgo presidencial de tinte mesiánico.
¿Cómo debemos de reaccionar ante esta situación? En principio, debemos de oponernos fuertemente a que el presidente manipule el entorno político, generando amenazas inexistentes, e insistir de que el Estado de Derecho prevalezca ante todo ante la persecución de la delincuencia y el crimen organizado. Que se generen estrategias para la toma del control soberano del Estado Mexicano de áreas del país en donde se ha perdido esa soberanía por intervención del crimen organizado. Que se tomen acciones fuertes de inmediato para establecer una auténtica política de seguridad pública y seguridad nacional. Establecer una seria relación con los Estados Unidos de ayuda mutua (no colaboración unilateral de México), para el combate al narcotráfico, la trata de personas y los flujos migratorios desordenados.
Después del aplastante triunfo electoral de López Obrador, nunca nos imaginamos, que antes de que cumpliera un año en el gobierno, el propio presidente iniciaría una conversación de “golpe de Estado”, con un fin meramente político personal de afianzar sus irresponsabilidades en la conducción de la política de seguridad del país.
El presidente ya ha hecho bastante daño con sus ocurrencias en materia económica, si ahora continua con otras propias en la sensible materia de seguridad, tanto pública como nacional, va a desquebrajar desde sus cimientos la paz institucional de la que hemos gozado los mexicanos por más de 100 años.