Siendo el autor originario de Ciudad Juárez, Chihuahua, habiendo vivido ahí la mayor parte de mi vida, tengo una razón obligada de expresar mis ideas sobre el terrible suceso acontecido esta semana en nuestra ciudad hermana de El Paso.
Primeramente, quiero mencionar importantes datos de nuestra área común. Las primeras comunidades humanas que vivieron en nuestra región fueron nuestros ancestros, los indios apaches, a quienes después de la llegada los españoles, que también son nuestros ancestros, les llamaron indios “mansos”, ya que acordaron la paz con los españoles y se dedicaron a la agricultura en las márgenes del río.
Nuestra comunidad se desarrolló en las márgenes del lado Sur del Rio Bravo, también llamado como Rio Grande del Norte. En el lado Norte, después de la pérdida del territorio nacional a los Estados Unidos, se desarrolló una comunidad llamada Franklin, Texas, no por honrar al prócer estadounidense Benjamín Franklin, sino por el nombre del propietario de un gran rancho texano de apellido Franklin.
A partir de la independencia de México, el lado Sur del Río Bravo empezó a crecer, y a partir de la conclusión de la guerra de secesión de los Estados Unidos se desarrolló el lado Norte, ya estadounidense, hasta que ambas ciudades crecieron enormemente, componiendo ahora una comunidad de más 2,500,000 habitantes, siendo uno de los centros de desarrollo industrial y comercial fronterizo más grandes del mundo.
La característica demográfica de El Paso tiene la peculiaridad de ser, conforme al tamaño de su población, una de las ciudades más poblada de hispanos de los Estados Unidos, con alrededor del 80%.
Además, El Paso, curiosamente contrasta con su vecina Ciudad Juárez, de ser una de las ciudades con menores índices de inseguridad en Estados Unidos, cuando el Municipio de Juárez en el Estado de Chihuahua, llego a ser el más inseguro de México hace 10 años.
Aunque este último municipio ha reducido drásticamente los niveles de inseguridad existentes y ahora está cerca de la media nacional, ha sido muy impactante que en El Paso, haya habido una matanza masiva ocasionada por una persona que viajó dese cerca del área de Dallas, Texas, más de 1,000 kilómetros con el único fin de cometer esta atrocidad, de donde resultaron muertos, hasta ahora, 22 personas y 24 heridos, en un supermercado de Walmart, concurrido por más de 3,000 personas de mayoría de origen hispano.
El asesino que se entregó voluntariamente a las autoridades sin que hubiera mediado un solo disparo, parece ser que publicó una especie de “manifiesto” lleno de odio a lo que él llamó una “invasión hispana de Texas”. En este manifiesto que aún está en proceso de ser autenticado como proveniente del asesino, se hacen un sinnúmero de aseveraciones de tipo racial que emulan a los nazis del Siglo XX.
En conclusión, este tipo de homicidios masivos dista mucho de los homicidios existentes en México, que, sin hacer apología de estos, ni con un afán de minimizar lo inhumano de los mismos, son distintos. Primero, porque no van dirigidos específicamente a ninguna raza ni a crear terrorismo, sino que son consecuencia principal de guerras entre carteles y pandillas ligadas al narcotráfico, y no dirigidas hacia la ciudadanía en general, aunque sí existen consecuencias de los feamente llamados “daños colaterales” en donde gente inocente que no está involucrada en el narcotráfico es afectada.
Ahora, más que nunca, debemos ser solidarios en apoyar que haya presión hacia las autoridades estadounidenses en que se impongan restricciones en el uso de armas de asalto que en pocos segundos producen pérdidas de múltiples vidas humanas, y que haya un control efectivo de la exportación de las mismas hacia México. Pero, sobre todo, que el odio racial en los Estados Unidos no se propague por motivos electorales, ya que ello puede generar una auténtica guerra racial que Dios nos libre de caer en ella.