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elcristalazo.com

Adolfo López Mateos se cubría los ojos con gafas oscuras porque las migrañas precursoras de sus aneurismas terribles le provocaron una severa fotofobia incómoda en espacios abiertos.

En cambio, Díaz Ordaz acudió al hospital militar para operarse un ojo, porque –dicen— Irma Serrano le provocó una lesión en medio de una tempestuosa trifulca amatoria en cuyo curso habían pasado de las palabras a los objetos arrojadizos. Y pudo más el arrojo de la tigresa chiapaneca.

En esos tiempos todo mundo hablaba del ojo presidencial. Como ahora.

Pero en estas semanas la atención ocular se debe a la aparición del señor presidente hace unos cuantos días con una enrojecida inflamación en el párpado de su ojo derecho suyo, a lo cual él llamó con displicencia, un caso simple de tutupiche, palabra selvático tabasqueña cuyos detalles etimológicos el gran Catón ha rastreado hasta ofrecer estas raíces mayenses:

“…Me sirve para comentar el hecho de que AMLO usó la palabra “tutupiche” para referirse a la afección que en otras partes se llama “perrilla” que en el diccionario es “orzuelo”. También ese voquible es maya: chuchup es inflamación; ich es ojo. Álvaro Obregón le alababa su excelente vista. “Cómo no la tendré de buena -respondía él- que desde Huatabampo vi la Presidencia”. Al término del actual sexenio; ¿llegará la vista de López Obrador hasta su rancho o la mantendrá fija en el Palacio Nacional?”

Así pues, tutupiche viene siendo ojo inflamado, hinchado, lo cual en el futuro podría usarse para quien se hace de la vista gorda. Ya podremos decir cuando alguna autoridad finja ignorancia conveniente, se está haciendo el tutupiche, que es como hacerse pendejo pero en maya: ojo gordo, pues, mas no debe confundirse con ojo parado como motejaban groseramente a don Gustavo A. Madero cuya suerte en la vida fue buena, pero no la tuvo igual en el infame martirio al cual lo sometieron los esbirros (esa es una palabra rotunda), de Victoriano Huerta, quien –como Pinochet–también usaba lentes negros, al estilo de Don Fidel Velásquez.

Muchas son las acciones y derivaciones de la palabra ojo. También del sustantivo.

Quienes advirtieron el escenario donde el señor presidente le ofreció a la pasmada patria sus reformas constitucionales de última hora, de seguro advirtieron en el techo de ese recinto, un enorme ojo, como billete de un dólar. Es la mirada del Gran Arquitecto del Universo, porque la Constitución del 57 fue obra de hermanos masones liberales, como todos sabemos.

El ojo de Dios lo mira todo.

Del ojo se derivan palabras e ideas muy extendidas. Por ejemplo, se diría, Andrés Manuel les tiene ojeriza a los conservadores y estos quisieran hacerle mal de ojo. ¡Ay! ojitos pajaritos.

Ojo por ojo, nos decía la ley del talión, procedimiento de severa retribución, sin relación alguna con echarle a alguien el ojo o simplemente ser un caballero de ojo alegre, cuyo costo suele ser, frecuentemente, un ojo de la cara.

Don Francisco de Quevedo y Villegas, cumbre de las letras de oro españolas, nos legó su célebre obrita, “Gracias y desgracias del ojo del culo” y escribe de ojos y otras cosas:

“…ha habido muchos filósofos que para vivir bien se han sacado los ojos, porque, comúnmente, ellos y los sabios cristianos los llaman ventanas del alma, por donde ella bebe veneno de vicio, por ellos hay enamorados, incestos, estupros, adulterios, iras y robos. Pero ¿cuándo por el pacífico y virtuoso ojo del culo hubo escándalo en el mundo, inquietud ni guerra?”

Así pues, el ojo presidencial –significativamente el derecho–, se ha vuelto tema “tutupichoso” y persistente, a pesar del tratamiento con remedios caseros.

¿O simplemente será porque nuestro líder no mira la situación con buenos ojos? Nadie lo sabe, así se pase los días y quizá las noches, echándole un ojito a su deslavada candidata a quien muchos ven muy ojona pa´paloma.