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Parecía el fin de la exaltación:

-Hasta siempre, hermano, amigo, compañero Andrés Manuel López Obrador.

Pero el inicio del feminismo gobernante tuvo más elogios para él en la asunción sucesoria y más allá del mil veces recitado y por todos aprendido credo político del tabasqueño.

Con ese sello se coronó ayer una lucha centenaria por la equidad y marcada en la política mexicana hace 69 años, con el ascenso de la primera diputada federal electa, Aurora Jiménez de Palacios.

¿De Palacios?

Tal vez ahora no corresponda esa expresión en épocas transformadoras porque si ella llegó merced al reconocimiento de derechos plenos a la mujer – reforma constitucional de 1952-, en 2024 el género ha ascendido para cumplir el sueño de quienes “nos pensaron libres y felices”.

Queda para la historia también la primera gobernadora, Griselda Álvarez Ponce de León en Colima, en 1979.

RESPETO OPOSITOR

Si Claudia Sheinbaum hablaba de felicidad, ayer lo fue.

Especialmente para ellas, aunque se haya perdido tal vez para siempre la solemnidad en un Palacio Legislativo amurallado, cerrado al pueblo y no se diga a inconformes.

Ni el Presidente saliente entró al Palacio Legislativo con el pasillo libre ni la Presidenta entrante se salvó de tumultos, apretones, saludos, selfies y un sinfín de besos de conocidos y desconocidos.

El primero llegó con una banda ajustada, breve para sí y parecía un candidato en campaña, un político a quien es difícil imaginar lejos del poder y sin idólatras.

Hasta las alturas lo siguieron colaboradores, diputados, senadores, gobernadores y demás presentes en un hecho sin la sobriedad de otros tiempos.

Entre coros y porras de los oficialistas –es un honor estar con Obrador / es un honor estar con Claudia hoy / ¡Presidenta, Presidenta!-, el buen comportamiento fue de la oposición merced al acuerdo logrado la víspera por el coordinador Ricardo Monreal, pese a insultos y descalificación simultáneos de Gerardo Fernández Noroña a los panistas.

IFIGENIA Y PORFIRIO

Aun así se cumplió el ritual.

López Obrador entregó la banda presidencial a la diputada Ifigenia Martínez, -“yo te la paso a ti y tú se la das a ella”- y luego vino la protesta de ley y los loas a todas las participantes en luchas históricas, de Josefa Ortiz de Domínguez -¿alguien comparó el chongo de Claudia Sheinbaum con quien “dio el taconazo para iniciar la Independencia”- a Enriqueta González, la primera matemática.

O la propia Ifigenia Martínez, cuya rebelión en el PRI al lado de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y otros luchadores encaminaron la formación de una izquierda hoy empoderada en una transformación donde se promete democracia.

Ifigenia y Porfirio, quienes el 1 de septiembre de 1988 rompieron la sobriedad: ella lo empujaba -¡grítale más fuerte!- y él se encaminaba para interpelar a Miguel de la Madrid, pero no pasó a mayores y ambos, senadores en funciones, desaparecieron ante miradas de priistas enojados.

Este martes el compromiso democrático se repitió sin ofrecer diálogo a las fuerzas opositoras, conciliación al país y entendimiento con un Poder Judicial alzado cuya representante Norma Lucía Piña Hernández escuchaba la sentencia de reforma con el rostro desencajado.

Pero con el discurso presidencial se intentó desdibujar los temores del gran capital y encomendemos a Cronos todas las promesas de consolidar “un México cada día más próspero, libre, democrático, soberano y justo”.

Palabra presidencial antes del sahumerio vespertino al estilo Andrés Manuel López Obrador:

-No les voy a defraudar.

@urenajose1