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elcristalazo.com

Los enfermos cuyas vidas estaban bajo el cuidado de los médicos del Seguro Social en Hidalgo, perecieron entre estertores de asfixia porque nadie previó las consecuencias fatales de los diluvios inclementes de las recientes jornadas y porque no hubo ningún burócrata responsable para escuchar las llamadas de auxilio de los doctores cuyas voces se perdieron en el silencioso avance de las aguas negras, blancas y grises cuya densidad de mugre subía y subía hasta chisporrotear en las conexiones eléctricas cuyos circuitos cortados detuvieron los pulmones mecánicos de quienes fueron en busca de salud y hallaron la muerte por falta de oxígeno.

Como peces en el muelle.

Pero todo eso ocurrió porque nadie supo cómo resolver un problema sencillo. Si el bombeo del oxígeno almacenado, puede fallar con las interrupciones eléctricas, ¿por qué no había una suficiente dotación de cilindros de emergencia (hasta en los submarinos se piensa en eso), para atender las fallas ¿por qué no había desagües suficientes?; ¿por qué la impreparación y la negligencia siguen siendo el distintivo de las instituciones mexicanas de atención protección y curación?

Al parecer ya olvidamos cómo morían los niños en un hospital también del IMSS, por oxígeno contaminado en Chiapas hace algunos años.

Porque si estos pacientes perdieron la vida entre inútiles bloqueos y estertores de asfixia, no fue por culpa de la lluvia o la inundación, fue por la ineptitud de la burocracia médica.

Nadie puede prever las cosas. No son capaces. Para ellos la Protección Civil o los riesgos sanitarios, son cosas atendibles cundo ya han ocurrido. Todo se les va en la politiquería, como cuando eran oposición y de todo gritaban con grandes voces de condena y desgarradores reclamos de de justicia.

Ya no es lo mismo. No somos iguales.

Hoy, mientras muchas realidades nacionales avanzan inclementes sin ninguna barrera, porque todo es hablar y hablar; lanzar condenas al pasado mientras vemos cómo todo vuelve, quienes montaron una perpetua campaña cuando 49 niños murieron en el incendio de una guardería subrogada del IMSS, en Sonora; hoy son momias silenciosas ante un hecho tan pavoroso y triste como aquel, sean cuales sean las proporciones y edades.

Son —de todos modos— vidas humanas.

Pero la geografía, la sismología y otras ciencias de la tierra siempre tienen sus propios datos, y quizá no sean suficientes estas palabras ni las muchas escritas en páginas similares para describir cómo se nos viene cayendo encima la desgracia, gota a gota, en todo este país cuyos cielos relampaguean con lampos de origen misterioso, en los instantes previos a un sacudimiento telúrico cuya intensidad mece y estremece aunque no cause los graves daños de otras ocasiones.

Es como si el cielo nos enviara señales de luz, de resplandor terrible; presagios luminosos, estallidos de ominosa luminiscencia, como si algo del más allá, estuviera llenando de chispas el firmamento antes de la resquebrajadura de la tierra kiómetros abajo, ahí donde reposan las enormes estructuras del mundo, de la masa continental –los cimientos– y sus tinieblas febriles y sus calambres tectónicos.

Hoy parece como si Lovecraft estuviera escribiendo el diario de la mañana:

“…La noche habría caído del todo, y los terrenos que rodeaban la granja parecían brillar débilmente con una luminosidad que no era la de los rayos de la luna; pero aquella nueva fosforescencia era algo definido y distinto, y parecía surgir del negro agujero como la claridad apagada de un faro, reflejándose amortiguadamente en las pequeñas charcas que el agua vaciada del pozo había formado en el suelo.

“La fosforescencia tenía un color muy raro, y mientras todos los hombres se acercaban a la ventana para contemplar el fenómeno, Ammi lanzó una violenta exclamación.

“El color de aquella fantasmal fosforescencia le resultaba familiar.

“·Lo había visto antes, y se sintió lleno de temor ante lo que podía significar. Lo había visto en aquel horrendo glóbulo quebradizo hacía dos veranos, lo había visto en la vegetación durante la primavera, y había creído verlo por un instante aquella misma mañana contra la pequeña ventana enrejada de la horrible habitación del ático donde habían ocurrido cosas que no tenían explicación.

“Había brillado allí por espacio de un segundo, y una espantosa corriente de vapor le había rozado…, y luego el pobre Nahum había sido arrastrado por algo de aquel color. Nahum lo había dicho al final…, había dicho que era como el glóbulo y las plantas. Después se había producido la fuga en el patio y el chapoteo en el pozo…, y ahora aquel pozo estaba proyectando a la noche un pálido e insidioso reflejo del mismo diabólico color…”

Sobre el país, o buena parte de él, se desfondan los cielos en el festín de Tláloc. Las ranas se rebosan en los charcos y las aguas del indómito torrente se llevan por delante personas, casas, carros, y esperanzas. Nada contiene a las grandes aguas, nada frena el paso del lodazal o las aguas de mierda de los drenajes del valle reventados en las planicies hidalguenses, en Tula o en Ixmiquilpan.

Los más cursis dirían, la naturaleza está enojada.