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Saltan, brincan y bailotean tironeados como títeres por las cuerdas invisibles de una ambición en subasta para el mejor postor (pastor) y se mueven con la vibrátil habilidad del filamento de un viejo foco de baja potencia o los virus bajo un microscopio; se tuercen y retuercen y gritan y llaman la atención y firman desplegados de apoyo o de condena –según el caso— y desde los puestos logrados alzan la voz en espera de la atención del poder máximo a quien halagan con proclamas de desesperante insistencia; son –para usar sus propias palabras— políticos profesionales (cuando profesional significa todo cuanto el encabezado dice), capaces de actuar en el sentido inverso de la alquimia medieval cuyo fin era trocar en oro los metales pesados; ellos modifican todo en su entraña misma, cambian virtud por pecado; valores por vicios, seriedad por hilarantes muestras de humillante conducta y hacen del oro imaginario de sus talentos materia escondida y mefítica en el retrete de sus oficinas. A base de corromperse corrompen el entorno y las instituciones.
Investidos de una dignidad aparente en medio de la plena autojustificación total y por tanto imaginaria, se pasean por los salones de sus propias traiciones como si el mundo no los mereciera. Caminan (la frase es de Patrocinio González Garrido), con los pies un metro detrás de su inflamado pecho donde sueñan lucir las condecoraciones por los servicios prestados a la patria, como diría cualquiera de estos políticos blandengues cuya capacidad de torcimiento es apenas comparable con la benevolencia asustada de sus entrevistadores, incapaces de ponerle un alto a sus zarandajas cuando dizque quieren explicar lo obvio. Si le quisieran prestar un servicio a la Nación, deberían dedicarse a la venta de boletos en conciertos juveniles o carreras de automóviles deportivos o canastitas con fruta en el bosque de sus ambiciones y acomodos, como se puede deducir de sus previsibles discursos de gratitud con un previsible discurso cuya línea discursiva sería, obviamente:
“…Es para mí un honor, quizá el mayor de mi vida, y motivo de agradecimiento, esta inmerecida distinción cuya naturaleza entraña un indeclinable compromiso por servir al gobierno de mi país, lo cual es a fin de cuentas servir a México, pues quien sirve a su democracia sirve a su patria, labor en la cual se encarnan los más altos sentimiento de cualquier ciudadano cuya única aspiración es cumplir con la encomienda hasta el límite de sus fuerzas y modestas capacidades, no sin antes agradecer una vez más la confianza depositada en mi persona gracias a la bondadosa condición de nuestra señora candidata (gobernadora o presidenta o cual sea su cargo o sexo), a quien le deseo todo el éxito correspondiente a la alta condición de su talento, probado y demostrado a lo largo de la frutífera carrera con la cual ha puesto ejemplo para las próximas generaciones, bla, bla…”
Y así, con esos papelones se borran anteriores intentos de trabajar en serio. Ninguna trayectoria compensa este ridículo, antes lo agrava.
“…Debemos recalibrar nuestra función a la luz de los valores de la democracia. Lejos de investirnos como “poseedores últimos de la verdad”, la Constitución nos impone el deber de proteger los derechos a través del diálogo y la cooperación con los otros poderes del Estado, así como escuchando abiertamente las demandas de la sociedad.
Pero mientras se definen los espacios en los cuales pueden los migrantes “seguir sirviendo a México”, el servicio exterior se colma de advenedizos más o menos bien pagados. El más reciente no el último ni el único entre los casos de contorsionismo político; es la penosa historia de un exgobernador quien alguna vez dijo, prefiero ser tapete de López Obrador que de los caciques que han gobernado. No fue sólo felpudo. Ahora es embajador. Comerá bacalao noruego con escamoles.
Ahora la Secretaría de Relaciones Exteriores, alguna vez dominada (decía la también hidalguense Margarita Michelena) por el “drink power” y el “gay power”, es la casa de los traidores, de los buscadores de nómina, de los acomodaticios sin honra.
Quirino Ordaz, Claudia Pavlovich, Carlos Miguel Aysa, Carlos Joaquín González y algunos más por venir.
Y la lista no se termina. Tampoco acaban los acomodos inter-partidos, las alianzas oscuras, los delincuentes con mando, las figuras de paja, las familias mafiosas, las sombras chinas en el muro, la falsedad y el negocio sucio.
La Cuarta “Transpudrición”, avanza y como una muestra más están las declaraciones del gobernador con licencia de Nuevo León, Samuel García, quien no sólo traiciona sus palabras sino a la cauda de ingenuos neoleoneses capaces de creer en él. No tienen perdón:
“Vamos por la presidencia de la República, Marianis. Vamos a darle con todo, para que lo que hemos logrado en Nuevo León lo podamos replicar en todo México…”
Sin ánimo irónico es dable preguntar ¿Qué ha hecho por Nuevo León? Nada. Anuncios, comerciales apariciones en redes y Tik Toks.
Y si eso quiere hacer en la nación completa ya no seremos una nación bananera, ni petrolera. Seremos una república tiktokera.
“Esto que está pasando en Nuevo León queremos que se replique en todo México”. En la madre…