NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
Trump no quiere dejar margen a la interpretación de lo que piensa hacer de la relación estratégica con México, con señales claras dentro del cristal por el que mira al vecino. La nominación en la embajada aquí de un excoronel boina verde, con amplia experiencia militar y de contrainteligencia, representa el rostro de la diplomacia de la guerra con que busca alinear al país a los intereses de su agenda de seguridad nacional.
El perfil del hombre que ocupará la primera línea de los intereses estadunidenses con México no deja lugar a dudas de su misión en el país. Pero más importante es que detrás del también exagente de la CIA, Ronald Johnson, hay un diseño de plan con propósitos claros y objetivos específicos que Trump ha esbozado con declaración, amenazas y promesas de actuar de inmediato contra la migración y el fentanilo, con firmes ordenes ejecutivas desde el primer día de su mandato.
El discurso de Trump es el de la diplomacia de la guerra que desdeña la cortesía y los escenarios de salida por la eficacia de la expresión; un lenguaje conciso, directo y sin rodeos (“deportación masiva” o “invasiones suaves”) para transmitir rápido señales de tenacidad, firmeza y eficacia. Johnson es el rostro del lenguaje “trumpista” de la guerra declarada en pos de hacer grande a su país a costa de achicar a otros; un Rambo del ala dura de halcones de fuertes ideas conservadoras que operarán la nueva política exterior estadunidense.
El “efecto Trump” es central para una diplomacia distinta, en forma y fondo, a la clásica de la cortesía y los escenarios de salida para resolver conflictos; la suya es la de perseverar hasta conseguir un sí, la de lograr el objetivo o es el fin, tal como aplicó Johnson en el Salvador para convencer a Bukele de la política de “mano de hierro” contra las pandillas y el delito. Él carece de experiencia en economía o comercio, pero no importa, porque su cometido en México es orquestar una diplomacia sin tabúes, sin formalidades, sin “plan B” antiinmigrante y antidroga. Por supuesto, con el arma preferida de Trump, nada secreta, ni discreta, de las sanciones comerciales para dominar y obtener concesiones de México con el amago de sanciones arancelarias para detener la migración, atajar el tráfico de fentanilo y disuadirlo de coquetear en el comercio con China, con un discurso aterrorizador de medidas drásticas.
Si todo esto dibuja el perfil de una política exterior intervencionista, la interrogante es hasta dónde están dispuestos a incomodar a sus amigos y si en la diplomacia de la guerra habrá lugar a la flexibilidad. La trayectoria de Johnson responde a las prioridades del “presidente arancelario” para el que la ofensiva representa firmeza; y la transacción, las maniobras para lograr sus fines. Su objetivo es forzar una política criminal mucho más severa en México, pero con el enfoque pragmático de la diplomacia para contar con el mayor respaldo posible del gobierno mexicano.
El excoronel, el primer militar en la embajada de México en 120 años, parece mandado a hacer para la guerra contra el narco por su amplio conocimiento del tema de seguridad regional y trabajo de contrainteligencia con que armar una red de información sobre la estrategia de seguridad de Sheinbaum para reducir la violencia y el delito; hasta experiencia en operaciones encubiertas (invasión suave) para adentrarse en la actuación de los cárteles.
Johnson buscará que México sea el muro para la migración y el fentanilo, que consideran una amenaza para EU. Ven al país en plena crisis de seguridad e instituciones débiles para reducir el crimen y la violencia, con el mismo cristal con que miraron a El Salvador en la primera presidencia de Trump.
Los mensajes de Trump son claros. Su política exterior tendrá connotaciones graves para México, porque desafía y trastoca los canales habituales de la diplomacia clásica en que se mueve el gobierno mexicano. Frente al lenguaje de Trump, Sheinbaum pone énfasis en la coordinación y colaboración mutuamente ventajosa, como mejor camino para negociar en un “menú” de salidas a los problemas; persuadir de los perjuicios al comercio bilateral o la marcha de las económicas, y hasta apurar resultados de su nueva estrategia de seguridad.
Pero la lógica de Trump es otra y, hasta ahora, la comunicación parece haber chocado con el lenguaje de la guerra y la belicosidad de su diplomacia.