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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

Una de las palabras más difíciles de pronunciar para directivos como los del futbol mexicano es el verbo renunciar, aún ante un sonado fracaso como el del Mundial de Qatar. La afición no tiene quien le escriba. Se escuchan mea culpas, ofrecen cambios, pero nadie se va, para que todo siga igual. Nadie abandona voluntariamente su coto porque creen les pertenece, pero aferrarse conduce a mediocridad, aunque el negocio siga su marcha.

Ese verbo no cabe en la cultura del patrimonialismo, que se extiende de la política hasta el deporte como forma de ejercer poder tal si un cargo fuera la propiedad de un bien. ¿De quién es propiedad el futbol? No podríamos conformarnos con una respuesta como la de López Obrador ante el desastre de Qatar como una cuestión de los “privados”, aunque sea cierta. Pero, en serio, es correcto ver al deporte nacional como cualquier industria dedicada a aumentar el valor económico. Si es un asunto de interés público y la afición importa, ¿por qué se maneja como club de patrones de empresas de apuestas, televisoras o de los más ricos del país?

El patrimonialismo explica algunos de los peores fenómenos del país, incluso entre los particulares. En el futbol se expresa con prácticas que se prestan al fraude y corrupción como la multipropiedad, que se denuncia desde hace años, en la que un empresario es dueño de más de una franquicia. La “cartelización” del balón para manipular la competencia deportiva, como en las instituciones o la economía, juega en contra del espíritu deportivo y el profesionalismo porque da lugar a fraudes, evasión fiscal y operación de redes de fichajes. ¿Puede el Estado hacer caso omiso de esto?

El combate a la corrupción de la 4T no ha llegado al futbol, ni las leyes se atreven a sacarle ni una tarjeta amarilla. ¿Pueden mantenerse desvinculada la ética y el negocio, sin respeto a los valores deportivos y olímpicos? Las causas del vergonzoso papel de la Selección en Qatar son inocultables. No hay regulación alguna de la multipropiedad, de los derechos de TV, ni las mínimas reglas éticas para evitar conflictos de interés de dueños de casas de apuestas, como Caliente de Hank Rhon, que lo mismo patrocinan la liga que gestionan tres franquicias.

El terremoto debiera sacudir las estructuras de la liga y la FMF hasta sus cimientos. Las críticas, sin embargo, pueden quedar en un tirititito (para honrar al Perro Bermúdez) con promesas de autocorrección y mea culpa de Televisa, que ha sido uno de los “padres” más beneficiado del negocio. Y nada permite pensar que esta vez sea diferente, porque hasta la renuncia obligada de su presidente, Yon de Luisa, la dicta el board de los dueños del futbol. Tan sólo su perfil en Twitter como exvicepresidente de Televisa Deportes y expresidente del América dan más que una pista de quién manda en las canchas. Ante el anuncio de temporal por el fracaso, De Luisa ha tratado de guarecerse con la oferta de corregir males del futbol de los que sus jefes han sido principales promotores como la multipropiedad, el ascenso y descenso y la contratación de extranjeros en la liga. Abre la agenda cuando Gianni Infantino, presidente de la FIFA, ya ha advertido que multipropiedad debe terminar antes de 2026 cuando México será sede mundialista y la empresa a la que ha servido ya sólo conserve una de sus franquicias.

No se necesita ciencia para ver que su mea culpa de “cambios estructurales” puede quedar en simulación y la cabeza del Tata Martino como el culpable de la derrota. A De Luisa lo pueden salvar el ciclo del próximo Mundial y el negocio. No tendrá ni siquiera que responder a la autoridad, como quería una senadora de Morena, Bertha Caraveo, a la que aclara que no tiene ninguna facultad constitucional para citarlo y la amenaza con denuncias por acoso y abuso.

Otra probada del poder de la industria del deporte, pero ¿puede negarse a responder, al menos, por los problemas de ética detrás de los conflictos de interés en el negocio? La respuesta es sí, porque el futbol es un asunto entre particulares, como quiere pensar el Presidente; y porque males como la multipropiedad son viables porque –como afirman ellos mismos– el futbol no tiene más ni mejores dueños.