Número cero/ EXCELSIOR
La candidatura de Xóchitl es, desde el origen, una apuesta elevada como las típicas de 1×2 en un partido de futbol en que el resultado es previsible, aunque se haya edulcorado con espuma expansiva de expectativas mediáticas para instar a arriesgar contra pronóstico. Si hoy decepciona en el segundo debate, las apuestas podrían comenzar a cobrarse antes de llegar a las urnas.
Ésta es su última oportunidad para convencer de que aún puede jugar contra el destino de una elección en que va contra las apuestas por dos dígitos. Se observa difícil de remontar desde que irrumpió una candidatura locuaz, entrona y fresca, que atrajo a todos los que no veían a ninguna mejor en la oposición para hablarle a calle y disputar la continuidad de Morena. Pero, sobre todo, para persuadir al bloque opositor de mantener el apoyo y no dar por perdidas las bazas que colocaron en ella cuando creyeron que una figura externa a las nomenclaturas partidistas sería suficiente para destronar a la 4T.
Las dirigencias del PAN, PRI y PRD serán los mayores jueces de su combate con Sheinbaum. Un fallo de percepción de derrota o no asentar el golpe contundente que ellos esperan de ella podría llevar a soltar amarras y realinear sus estrategias hacia destinos más rentables electoralmente, como la CDMX y el voto en el Congreso. Los debates, en efecto, difícilmente cambian la intención del voto, pero sí a replantear las campañas, redirigir objetivos y reagrupar fuerzas.
Xóchitl necesita salvar el chasco de quienes antes la inflaron como antídoto contra López Obrador y arma secreta para imponerse a Sheinbaum, y ahora se decepcionan de no ver fuelle y talla presidencial que rescate a la oposición del fracaso. Su elección salió del gran vacío de liderazgos con arrastre y entusiasmo, lejanos a dirigencias esclerotizadas y desligadas de la gente, que ni en bloque plantaban cara a Morena. ¿Resultó una mala candidata o producto de errores de los partidos? Según se mire, pero lo más fácil será responsabilizarla de no haber hecho lo suficiente para elevar el valor de los títulos de la oposición, a pesar de su empeño y porfía en la campaña.
Otros aspirantes que dejó en el camino, como Beatriz Paredes o Enrique de la Madrid quizá darían mejor debate, aunque representen a las viejas cúpulas políticas de gobiernos anteriores cada vez menos audibles para la gente. Xóchitl, como se define, es una mujer valiente, entrona y echada para adelante, que se impuso a las dirigencias del PRIAN cuando vieron las inusuales críticas de López Obrador a su candidatura, que la convirtieron en fenómeno mediático.
Pero el desencanto que se extiende a su alrededor también genera reacciones imprevistas con su decisión de tomar las riendas de la estrategia del segundo debate. Como el que se libera de un yugo, ha reconocido que no se sintió cómoda en el primero y que ahora mandará “al carajo muchas cosas”, en alusión a la creciente brecha con las expectativas de los partidos respecto a su candidatura. Así que, en otro sentido, parece ser ella quien opta por enfrentar su fortuna con la advertencia de “voy a ser yo, y si me quieren como soy, adelante”, aunque aumente la desazón en su campaña, el desencuentro con los partidos y ayudar a justificar poner su atención y recursos en otra parte.
Su candidatura ha sido una tensión permanente por desmarcarse de la imagen negativa de partidos desgastados, el acaparamiento de candidaturas de las dirigencias, la postulación de figuras que sólo le agregan negativos, y por si esto no fuera poco, el control sobre la forma de abordar el debate. Esta vez quiere dejar salir a una Xóchitl más genuina y aguerrida, aunque también con menos filtros y más propensa a cometer errores o sketches cómicos como la botarga de dinosaurio que paseaba en el Senado; ninguno de estos recursos daría para el golpe certero que busca para desestabilizar a Sheinbaum y que sabe que necesita para no descarrilar al final del viaje.
¿Irá contra Sheinbaum o López Obrador? Cómo se dice coloquialmente, es combativa y sabe echar lámina para atacar al Presidente y avanzar con su estrategia de deslegitimar un triunfo de Sheinbaum como producto de un fraude de una elección de Estado. Aunque hoy las apuestas tampoco no corren a favor de judicializar la elección para tratar de cambiar los resultados en los tribunales.