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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

En la derrota, la pretensión de la dirigencia del PAN de decidir su relevo pinta de cuerpo entero la miopía que, por igual, afecta a la oposición para ver su debacle en las urnas y abrir una obligada renovación. El mal que corta con la misma tijera a los partidos tradicionales es creer que pueden conservar sus cotos de poder sin perder el partido, como un patrimonio al que sus cúpulas tienen prohibido renunciar.

Padecen un exceso de potencia de refracción a la autocrítica y cambios que no sean los usuales acuerdos de sobrevivencia entre grupos cupulares. Su visión política está afectada. Ven con claridad el acomodo al interés cercano de la coyuntura, pero borroso el horizonte lejano para reinventarse, a riesgo de la extinción, como al PRD con apenas 35 años de vida; o ir al despeñadero en la ruta del PRI desde que lo tomó Alito y que no quiere soltar hasta enterrarlo, pese a su sonado fracaso.

Otro caso ejemplar de esa mirada obstruida es la intención del líder panista Marko Cortés, de entregar el “bastón de mando” al clan de los “duros” de Benito Juárez, con los que comparte la derrota electoral en la CDMX. La intención de dejarles su lugar a cambio de coordinar el Senado significaría reducir al PAN a la “resistencia” de la cruzada “antiobradorista” que mantienen en su feudo capitalino desde hace 25 años. ¿Ésa es la ruta para renovarse? Dejaría a su partido en una posición muy vulnerable frente al gobierno de Morena después de haberlos exhibido por el peor escándalo de corrupción de su historia del “cártel inmobiliario” que apoyó a Santiago Taboada y ahora al jefe de esa tribu, Jorge Romero, a la presidencia panista.

Claudia Sheinbaum, durante su gobierno en la CDMX, señaló a Romero de corrupción después de que la Fiscalía revelara tramas de sobornos y permisos de construcción irregulares bajo su administración y su grupo en la delegación; y luego en la campaña los descalificó como una “priandilla” en búsqueda de cargos públicos para enriquecerse, como caballo de batalla de la campaña en la capital. Pero, sorprendentemente, el PAN no puede o quiere ver la fragilidad de un relevo con olor a derrota y el estigma de la corrupción frente a una presidencia con el mayor poder en décadas. Así como tampoco antes el PRD pudo ver su extravío ideológico y alejamiento de la ciudadanía; y menos al PRI verse reducido a la mínima expresión en un siglo de historia como el rey que va desnudo sin darse cuenta.

La repetición de errores e inercias de los partidos históricos reflejan un tipo de “ceguera” como la del ensayo de Saramago, que obligaba a los ciegos a actuar con los resortes más primitivos de la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio. No saben parar, cerrar los ojos y tratar de ver entre esa “niebla blanca” que obnubila su mirada; se mueven a ciegas para maniobrar y hacerse del control de los órganos partidistas, los padrones internos, ahogar la autocrítica y discusión interna, para acotar las decisiones en camarillas aisladas de una militancia alejada de los pactos cupulares en los que se resuelven las candidaturas, programas y alianzas; donde ven el futuro en la estrategia fracasada de la unidad opositora.

Pero la pasada elección presidencial no es una más en la zaga de alternancias desde la primera en el 2000. La debacle de la oposición en las urnas representa el fin del régimen del poder compartido de la partidocracia con el surgimiento de una nueva fuerza dominante, que tampoco vieron venir a pesar de todo aviso y señal de los electores y sus militancias. El PRI perdió casi toda su militancia en 20 años y el PAN casi su registro hace tres años por rozar el mínimo legal de adeptos; sus estructuras desvencijadas no alcanzaron ni a cubrir el 40% de las casillas en la elección.

Tampoco la alianza les sirvió para cortar la hemorragia de votos de los tres partidos; dejaron de ver que esa fórmula que antes ocuparon contra el autoritarismo del PRI perdió toda efectividad desde 2018, cuando, por separado, obtuvieron más votos en las presidenciales que en 2024. Las urnas enterraron el bloque quizá porque nunca pudo encontrar el nombre que deseaba y que le falta: la esperanza en un proyecto opositor, que aún busca el 40% de los que no votaron por Morena.