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Pues ya lo sabemos todos y lo conocemos de memoria, no hay plazo sin cumplimiento; no hay deuda sin pago de una u otra manera, no hay parroquia ni capilla sin fiesta algún día, porque la vida sigue y la vida va, como diría el enorme Guillermo Ochoa, y lo único importante es cómo se terminan las cosas, si del escenario se recogen flores o se alzan coles y tomates, porque a veces el respetable no respeta el esfuerzo y si afuera del teatro se quiere mucha mierda (como decían por el aparcamiento de carruajes de caballos como consecuencia de público abundante, en otros tiempos), no se quiere ahora y menos para los escenarios políticos, para nada, esa mefítica excrecencia orgánica como decorado cuando se hace el mutis y se abandona el proscenio, casi siempre a regañadientes, aunque todo se disfrace de concordia, coincidencia entre el pasado y el futuro, y viajes al alimón; giras espectaculares con poco espectáculo pero mucho eco, por cierto, pero el caso es sencillo: esto ya se termina y cada quien decidirá con cuanta gloria y con cuanta pena se baja el telón, pero tal y como nos lo enseñó el gran Yogui Berra no se acaba hasta que se termina y los últimos días, el mes por llegar, nos puede dar sorpresas, no todas agradables, por cierto como todo este sainete binacional, trinacional y pronto multinacional de la (mal llamada) Reforma Judicial sobre cuya naturaleza debemos regresar más adelante, pero si lo bien “toreao” puede ser lo bien “arrematao”, en el caso de esta administración, de esta pacífica “revolución de las conciencias”, como la ha llamado su creador, constructor, artífice y líder, Don Andrés Manuel L.O., la realidad tierne dos rostros, como Jano el bifronte, porque si bien por un lado la inestabilidad nacional no es algo para presumir porque hay una incontenible presencia criminal por todas partes y en estos años se han tirado por calles y cañadas, veredas y viaductos muertos y más muertos, algunos de cadavérica rigidez y espanto, colgantes como los ahorcados de la Revolución de cuya presencia macabra nos habla Nelly Campobello, entre otros, nadie borra los 200 mil asesinados, ausentes por cierto en los anuncios del sexto informe de pasado mañana, porque ya se sabe; quien habla de mismo describe un panorama de florecitas, pajaritos cantores, nubes hermosas y ríos de leche y miel sobre el árido territorio nacional, mediante la acuarela de su hipocresía y la paleta de su mendacidad, ya lo sabemos y siempre ha sido así, porque no se llevan la política y la verdad y cuando alguien más practica esta última, pues automáticamente se convierte en enemigo de la patria, en agente de la maldad extranjera, en traidor a los sentimientos de la Nación, así hayan sido otros los falsarios, pero en el bifrontismo ya mentado, existe además una inconcebible idolatría por el hombre cuyo verbo cansino los ha hechizado, hipnotizado hasta hacerlos vivir felices, felices, felices y vaya si lo son, pues nunca nadie se había dedicado a mañana tarde y noche a recordarles como ellos son primero y por eso merecen todo, pensiones, becas, programas sociales, subsidios, gratuidad educativa y de transporte, piedad, compasión, solidaridad, fraternidad y todos esos componentes filosóficos y crematístico de la nueva doctrina nacional, ese paquete conceptualmente indefinido pero fácilmente comprensible cuando se le ha escriturado como el Humanismo Mexicano, por eso no faltaba más, la Cuarta Transformación, así termine a tirones de trenza con los gringos, los canadienses o los marcianos venidos de la estratósfera, es invulnerable a todo, excepto a sus propias contradicciones y disputas internas ahora controladas por el Gran Timonel, pero cuyo estado larvario terminará cuando ya no haya presencia superior para controlar las ambiciones descarnadas y desatadas, cuya etapa pre germinal no las ha hecho estallar todavía, pero algún día ocurrirá y como sucede con todos los movimientos sociales verá su declive como lo vieron hasta las verdaderas revoluciones de la humanidad, como la francesa de la guillotina; el imperio soviético del Gulag, la ola roja –de sangre y hambre–. sobre la China de Mao y hasta nuestra traicionada epopeya de 1910, cuyo fracaso la hizo gobierno y al final grupo chafa de rock llamado la revolución de Emiliano Zapata, cuantimás (decía el ranchero), esta obra fugaz cimentada en pilares de ignorancia y dádiva agradecida, porque ese es todo el secreto de tanto éxito electoral, la compra de los votantes y a mayor necesidad más grandes la gratitud, el agradecimiento y la credulidad, como si eso fuera suficiente para sobresalir de la miseria pantanosa, aunque no lo sea, pero algo es algo y así se van los días y se espera el relevo mientras la Reforma Judicial se convierte de capricho en advertencia inestable, pues se trata de un asunto complejo, cuya solución ya no tiene misterio: las cosas se harán como las compuso, propuso y dispuso el gran líder desde el anuncio del Plan C, cuyo nacimiento se debió a la imposibilidad de pasar otras reformas desde antes debido a cuestiones numéricas planteadas por la oposición y cuya estorbosa presencia ha sido superada mediante varias argucias y algunas circunstancias irreversibles: la extinción de los opositores aplastados bajo el tanque de la IV-T en las elecciones como si fuera una crónica de Curzio Malaparte (no Leonardo Curzio), y la composición tramposa de una super mayoría digna de tiempos pretéritos y devueltos, con un Congreso alguna vez reacio o al menos prudente, en cuanto a las adiciones y mutilaciones constitucionales, pero eso ya no importa porque ahora la Constitución ya no existe, se volvió un amasijo de arcilla cuya feble materia se puede modelar, de acuerdo con las necesidades y caprichos de quien se mantenga en la silla del Poder Ejecutivo–, porque suyos son el Congreso, la aritmética; la suma y la resta; las funciones de los extintos órganos autónomos de tan corta vida y, por supuesto, los destinos nacionales ahora y en la hora de nuestra muerte, por eso el hombre se aleja con pausados pasos hacia el horizonte vespertino, con la calma de la tarde la historia en el bolsillo y la coincidencia tranquila, quien sabe por cuánto tiempo más.