La resaca electoral dejó graves secuelas en la oposición y la más seria es interpretar los datos de la realidad de manera rara… anormal. El golpe existencial de las urnas le causó cierta forma de esquizofrenia que, por un lado, combate la aplastante representación legislativa de Morena y, por otra, implosiona y se fragmenta allanando su supermayoría en el Congreso. ¿Como entender el entuerto de atacar el autoritarismo desde su particular antidemocracia?
Los factores de su colapso son diversos y vienen de lejos, los opositores arrastran desde antes de este sexenio una recesión democrática que ven por todos lados menos en sus propias filas. Cuando se observa la perpetuación del líder del PRI, Alejandro Alito Moreno, al costo de aniquilar a un partido inmerso en la mayor derrota de su historia, no queda más que pensar en que perdió contacto con la realidad. No es normal decidir la purga de cuadros y debilitar sus escuálidas bancadas en el Congreso para tratar de llenar el vaciamiento de militantes, votos, ideas y proyecto; ni siquiera como estrategia de subsistencia de la dirigencia que se agandalló sus restos, mientras duren las prerrogativas públicas y las patentes de impunidad.
También el PAN muestra síntomas del mismo trastorno mental en la intención del grupo que lo controla de entronizarse en el relevo de Marko Cortés, a pesar de que deje a su partido achicado y en terapia intensiva sin visos de poder salir para reconstruirse. Y del PRD, poco que agregar de un proyecto que engulló una casta de dirigentes que a cada revés electoral respondieron con apertrechamiento y aislamiento en la cúpula hasta morir por inanición; el más reciente golpe de realidad lo recibió esta semana, cuando el Tribunal Electoral puso el último clavo a su ataúd con la declaración de pérdida del registro como partido político nacional y, así, dejar sólo fragmentos de él en los estados.
Casi nadie apostaría que el PRI no correrá la misma suerte antes de que se apague la calentura reeleccionista de Alito, que podría seguir hasta 2032, cuando su partido acabe de desangrarse; aunque la eclosión puede ir más rápido por la expulsión de cuadros y rupturas de grupos contra todo esfuerzo de revestirla de renovación generacional, sin rumbo alguno. Un día cierra la puerta de su bancada a personalidades que llevó al Senado como Manlio Fabio Beltrones, para demostrar que ya “acabaron los tiempos de intocables”, y al siguiente lanza dardos envenenados a sus aliados del PAN sobre la suspensión del bloque opositor de la minoría en el Congreso: Y más tarde hace guiños a Sheinbaum, quizá con la esperanza de que lo lleguen a mirar como partido satélite para sobrevivir.
Lo más anómalo del comportamiento de la oposición es que, desde la elección, cada uno de sus actos rema en contra del peso de su representación en el Congreso, aunque, a la vez, impugna como su último caballo de batalla la sobrerrepresentación de Morena en la asignación de diputados y senadores. Como en la esquizofrenia, la cuestión es la dificultad de diferenciar lo que es real y no de sus angustiosas expresiones sobre el futuro de la democracia o el regreso del autoritarismo con el superpoder de Morena; o si su discurso sólo es parque para negociar impunidad o sobrevivencia de sus líderes e incondicionales.
Y es que, en efecto, una oposición colapsada y débil no es una buena noticia para la salud de la democracia mexicana. Si realmente albergan preocupación por el pluralismo frente a la hegemonía de Morena, como insistentemente afirman, nunca son capaces de observar que el retroceso, en mucho, se debe al retraimiento de la oposición a niveles que tenían antes de la alternancia democrática. Parecen ser ellos los que volvieron al último cuarto del siglo XX.
Por el padecimiento que los afecta, las secuelas serán duraderas, con mayoría absoluta o calificada del oficialismo, que ellos contribuyen a formar con el debilitamiento de sus partidos y bancadas. Sus apuestas de suma cero no harán más que restarle presencia y convertirse, de facto, en los primeros que arríen la bandera del equilibrio de fuerzas y la balanza de poder; de la que tanto advierten con las reformas de López Obrador sin darse cuenta de que, como reclamaba sor Juana a los hombres necios, sus trastornos les impidan ver que “son la ocasión de lo mismo que culpáis”.