El pasado jueves 12 de marzo, al terminar las sesiones de ambas cámaras del Congreso, nadie dijo algo sobre la impertinencia de celebrar las que habrían de llevarse a cabo el día 18.
Pero un día antes, el 17, luego del puente, se anunció que las y los legisladores del PAN, el PRI y, por añadidura, el PRD, habían decidido, por sí y ante sí, dejar de presentarse a desempeñar sus funciones representativas. Así de rápido y simple.
Sin embargo, un legislador o legisladora carece de capacidad legal para dejar de concurrir a las sesiones de su respectiva cámara. La pena por faltar es el no pago de la dieta correspondiente y, a las diez faltas, se llama al suplente, es decir, hay sanciones. Como la falta se castiga, ahora tenemos a tres grupos parlamentarios sancionados por ausentes.
Las oposiciones parlamentarias fingen desconocimiento de la Constitución. Ninguna cámara del Congreso puede suspender sesiones por más de tres días sin permiso de la colegisladora. Este precepto encierra varias cosas: que ninguna cámara puede entrar en suspensión de sesiones; que, excepcionalmente, cuando se requiera debe haber una autorización previa de la otra, porque el Congreso es un solo órgano, un poder del Estado; que tales decisiones las toman las cámaras, no sus integrantes por separado ni sus órganos de gobierno, para lo cual se requiere sesionar en pleno.
El Congreso puede, además, dar por terminado el periodo ordinario de sesiones en el momento que lo decidan las dos cámaras. Pero el acuerdo se tiene que tomar en las respectivas plenarias.
Los legisladores no pueden dar un cortinazo como si el Congreso fuera una tlapalería. Como poder elegido requiere fundar y motivar la decisión de suspender sesiones.
Las oposiciones (PAN y PRI) decidieron, juntas o cada una por su cuenta, dejar de asistir a sesiones. Tienen falta, pero nada más. Han conseguido mostrar que están reducidas por voluntad propia a ser fantasmagóricas.
El incidente de la ausencia, fundada en la inminente nueva fase de epidemia en la que entrará el país dentro de poco, denotó una falta de respeto hacia el Congreso, pero además carecía de base “científica”. Las autoridades no habían recomendado la cancelación de reuniones de menos de mil personas. Las fábricas siguen abiertas aunque congregan centenares sin que las minorías parlamentarias hubieran manifestado alguna preocupación por la salud de los obreros.
La pandemia de coronavirus debería poner a todos de un mismo lado, pero hay oposiciones tan elementales que tratan de usarla para dejarse sentir como opositores, para ver qué tantos se les unen. Y, peor aún, tratar de que la pandemia mundial sea presentada como una responsabilidad del gobierno. Esto ya está en el campo de la demencia.
Hace una semana yo escribía en este espacio que el PAN se ha convertido por decisión propia en una “oposición prescindible”. En las sesiones del 18 y 19 de marzo se demostró por desgracia mi aseveración. Ese partido no está haciendo falta, es como un fantasma que ni siquiera aúlla: puede estar o no estar, pero siempre lo hace en desacato del mandato de sus electores.
El jueves 19 de marzo se aprobó en la Cámara de Diputados una acusación contra una ex secretaria de Estado y, por esa vía, contra el anterior gobierno federal, por responsabilidad política, es decir, debido a su forma y métodos de gobernar, la desviación de recursos públicos y la violación de la Constitución y varias leyes. Fue la Estafa Maestra. Tal acusación ha sido enviada al Senado para sentencia. Este hecho histórico se produjo con la ausencia voluntaria del PAN (la del PRI se entiende porque era el partido gobernante, la del PVEM porque estuvo en aquel gobierno y la del PRD por lo que ya se sabe), con lo que se demuestra que el panismo no está interesado en remontar el viejo sistema político en el que se suprimió al Congreso como órgano de control político y autoridad jurisdiccional en la materia. Si no dio esa lucha durante sus 12 años en el gobierno, podría decirse que ahora tampoco tiene motivaciones.
Hace casi un siglo que nadie era acusado por la Cámara ante el Senado. Los altos funcionarios aparecían como impolutos, pues México era un país en el que ningún gobernante había sido juzgado en sede legislativa. Pero no eran buenos los miembros del gobierno, sino que el Congreso estaba sometido a ellos.
La fecha de la sesión de la Cámara de Diputados como órgano de acusación se conocía desde dos semanas antes porque es una disposición de ley. Así que decir que se ha aprovechado la pandemia para recuperar una función constitucional es una mala broma. Eso lo sabe Acción Nacional, pero no concurrió a la cita sin que el tema le importara en lo mínimo.
El PAN se fue porque quiso poner a las cámaras en inoperancia orgánica y funcional, lo cual le pareció al PRI una magnífica idea. Pero fracasó. El Congreso ya no está sometido a políticos de contentillo. No fue suficiente la alianza de los panistas con el PRI llevando al PRD de último vagón. El Legislativo funcionó en sus dos cámaras. La de Diputados tomó entonces, razonablemente, la decisión de suspender sus sesiones plenarias la siguiente semana a la espera de que pase el punto alto de la curva de la epidemia nacional, le pidió permiso al Senado, éste lo concedió y, a su vez, solicitó autorización de los diputados para interrumpir sesiones en el momento oportuno. Mientras, el Congreso seguirá abierto y trabajando de otras formas.
Por fortuna, al menos por ahora, nadie pudo dar un cortinazo a la representación nacional. Ya no son tiempos. Allá los fantasmas que se asusten de sus propios espectros.