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El extenso título de esta columna, casi tan grande como la traducción de aquella Flickan som lekte med elden en sueco (La chica que jugó con fuego), la cual conocimos en español como “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina”, se debe a la única descripción posible para los hechos políticos del viernes pasado en el Congreso de la Unión, mientras el señor presidente recorría a paso de gallo gallina la décima parte del trenecito selvático de la ruta Maya.
La niña a quien aludo en el título no es de ninguna manera. Se llama Xóchitl Gálvez y además de un dolor de muelas (y otras regiones del cuerpo pudorosamente silenciadas por su nombre), para la troupe de la Cuarta Transformación, es la primera candidata a la presidencia de la República (dejémonos de formalismos), cuya campaña comienza (dilo, dilo sin miedo), desde la más alta tribuna de la Nación.
Y sí en los tiempos pretéritos, lejanos y brumosos, el primero de septiembre era “el día del presidente”, cuando debía serlo del Congreso, ahora fue el día de la candidata, cuando lo habían planeado como del jolgorio celebratorio de la epopeya “lopezobradorista”.
Parece increíble tanta y tan notable ofuscación de los morenos y su falta de reflejos; simplemente se les olvidó la condición de su adversaria como senadora (esperaban como orador al diputado Elías Lixa del PAN) y no previeron cómo negociar la tribuna. Llevaron a la señorita Luisa Alcalde a un micrófono de segunda categoría y tras permitirle la recitación del fervorín cuatroteísta (incluido el sonsonete de escuela secundaria) y la enumeración del contenido del informe, le dijeron buenas tardes y tras darle una reconocida palmadita en la espalda en su papel de mensajera de Gobernación), le dejaron la tribuna alta en plenitud a la señora Gálvez quien les pasó por encima con agua y con jabón.
“…México necesita una nueva estrategia de seguridad con tres elementos clave: inteligencia, corazón y firmeza. En materia de seguridad por el bien de todos primero las víctimas”.
Ándale, ¿así o más?
Pues más, y con esta sola frase les demuele hasta la jaculatoria del pasado y el famoso rayito esperanzador, la esperanza ya cambió de manos. Lo tuvieron todo y lo desperdiciaron.
“Vamos a construir el México que soñamos y merecemos. Acabemos con la autocracia, la polarización y abracemos la democracia y la reconciliación. Es el tiempo de México, es ahora o nunca.”
Nunca antes, repito, una campaña por la presidencia de la República había comenzado con un planteamiento adverso en un Congreso numéricamente dominado por el oficialismo en pugna.
Borrados sus aspirantes (dónde están mis corcholatas, “¡que se ficieron!”, y ausente el presidente, quien satisfecho y orondo con el diez por ciento de su trenecito, nomás escuchaba el traca, traca de las vías (si aún sonaran como los antiguos ferrocarriles) y dictaba órdenes a sus subordinados para apurar el paso y cumplir con el plazo. Pero aquí, nadie quedó para defender la plaza. Ni Luisita.
Y quien quedó, Dios mío, se hubiera ido.
La muy limitada Aleida Alavez cuya capacidad crítica consiste en asperjar la tribuna con gel (como en los tiempos del Covid), y fustigar con insultos a quien les ha comido el mandado.
“…Al hablar a nombre de Morena en el acto de apertura del Congreso, lo primero que hizo (La jornada), fue esparcir aerosol antibacterial en el atril donde antes habló la aspirante presidencial del Frente Amplio por México: Ojalá esto nos ayude a desinfectar un poco la máxima tribuna del país, hoy violentada por esta triste persona que encarna y representa a la corrupción en su máxima expresión…”
Pero “haiga sido como haiga sido”, los de Morena se tragaron todo el Caldo Xóchitl con quesadillas de pejelagarto, por no incurrir en majaderías dignas de Taibo II, quien prefiere –de acuerdo con los modos de la Nueva Escuela Mexicana–, dobladas alusiones.
Dios guarde.