COMPARTIR

Loading

Número cero/ EXCELSIOR

El debate y la confrontación ocupan un lugar central de la estrategia política de López Obrador, que hoy celebra su cuarto año de gobierno con una contramarcha de la incordia. El discurso de la polarización y la movilización reditúan dividendos al Presidente entre mayorías generalmente invisibilizadas e ignoradas, pero su impacto es negativo para el país porque lleva a relativizarlo todo y subordinar la verdad o la corrupción a una única finalidad: ganar al adversario.

Los medios se diluyen en los fines, o se simula respetarlos, como en la promesa de abandonar la vieja práctica del acarreo, si sirven al propósito de tomar fuerza y minimizar opositores para reducir su peso. Contrapuntear sistemáticamente crea un estado alterado de ruido y sordera, que abraza la división como estratagema de la voluntad de imponerse y reduce el sentido de la política a justificar la discordia. El Presidente debía serlo de todos los mexicanos, pero se debe entender que no lo sea, porque sus antecesores también fueron parciales respecto a las mayorías del país. En el mundo ideal no debía dividirse al país, pero qué hacer si la desigualad lo fracturó irremediablemente entre una minoría privilegiada y dos terceras partes olvidadas. Más o menos el porcentaje que lo apoya en las encuestas.

En esa lógica hasta la corrupción puede justificarse si se trata de alguien que me apoye o despreciar la verdad si no sirve a mi argumento. La justicia, un asunto circunstancial; la cohesión social, un valor menor, aunque cada año se rompan marcas de violencia; la cantidad de feminicidios inaceptable o de desaparecidos, pero de eso no tiene que hacerse cargo como prioridad la transformación, porque es hacerle el juego a los conservadores que están contra su gobierno.

La marcha que hoy encabeza el Presidente es de la incordia por responder a la manifestación contra su reforma electoral. Es una expresión de esa tensión de fuerzas opuestas. Quizá una de las últimas de su larga trayectoria como opositor, pero esta vez desde el poder, bajo un mismo denominador: entender la política como un asunto de fuerza, en que resolver conflictos ocupan un segundo plano y donde las razones se miden por movilizados en la calle o en encuestas. El espacio donde se crea el poder y donde debatir para reducir a sus adversarios y evitar que los poderosos se le impongan.

Los actores detrás de la polarización son un Presidente al que el sistema trató de bloquearle el paso al poder y una oligarquía que no se siente representada por él. A la que tunde en el discurso, aunque en los hechos su gobierno la favorezca. A la que amenaza con “soltarle al tigre” que bulle del racismo y el clasismo, pero que también usa para justificar la movilización popular como la única forma de defensa contra el saboteo. Aunque sea al costo de remarcar un país fracturado entre una minoría privilegiada y el resto, en un debate que exhibe problemas largamente silenciados y que ahora agita en el terreno de la discordia.

Esta estrategia seguirá hasta el último día de su sexenio mientras rinda frutos a la aprobación presidencial, aunque eso pase por relativizar los resultados de su gobierno detrás del objetivo al que se subordina todo lo demás: ganar en las calles y en las urnas. Uno de los mayores peligros de este juego es que ofrece pautas a grupos de poder fáctico para avanzar sus negocios sin importar que sea dentro o fuera de la legalidad mientras logren su propósito. Así, prospera el crimen organizado y también la corrupción que la 4T ofrecía desterrar.

El Presidente, como refleja la marcha, ha radicalizado su discurso en los últimos 18 meses desde las elecciones de 2021 y el revés en la CDMX. También se ha ido encerrando en un grupo pequeño ante el mayor temor de la venganza de sus adversarios a medida que mengüe su poder hacia el final del sexenio. Su apuesta desde un principio fue que la “revolución de las conciencias” sea el escudo que lo proteja del ajuste de cuentas en el ambiente de confrontación y discordia que dejará a su sucesor. Por lo pronto hoy se sentirá arropado por el “pueblo” para enfrentar esa amenaza y seguir presentándose como necesario para canalizar la violencia. Sobre todo porque le permitirá enviar el mensaje de que esta aquí para ganar.