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Aunque algunos lo duden, el Partido de la Revolución Democrática no se murió el pasado dos de junio. En esa ocasión perdió el registro para ser considerado una entidad de interés público, recibir dinero del Estado y participar en elecciones. Nada más.
Pero como fuerza social representativa, significativa y de importancia, falleció de inanición cuando Andrés Manuel López Obrador desertó para darle viabilidad al Movimiento de Regeneración Nacional. Desde entonces era un cadáver caminante.
Andrés Manuel, según dicho del fundador del PRD y líder moral (nadie sabe el significado real de esta comedida expresión de la derrota), en el mejor momento de la franquicia, se apropió de todas las tribus en un maravilloso ejercicio de poder cuya desembocadura fue el desfondamiento de toda la estructura cuando se llevó consigo a los cuadros eficientes.
También AMLO obtuvo, desde la presidencia del partido, la mayor cantidad de victorias electorales de su corta historia. Cabe recordar, el PRD (desde la transformación de, la Corriente Democrática del PRI, su germen, su raíz, su componente genético; o al menos una de las hélices de su ADN, la otra es el Partido Comunista), sólo vivió 35 años. Nada parea la enormidad de la historia.
La historia del PRD comenzó como expresión urbana. Por eso su fundador no tuvo más alcances electorales fuera de la jefatura de gobierno. No logró el salto de su sucesor quien se hizo de la presidencia de la República cuando hizo de Morena un partido nacional.
De la derrota presidencial, el ingeniero Cárdenas hizo un monasterio de reflexión política y social. Andrés Manuel, derrotado dos veces, desató un torbellino de agitación popular.
La corta vida del PRD es también la crónica de la corrupción institucional, cínica y resistente a cualquier ácido con el cual se le quiera probar.
Evolucionaron de la leche Betty a la construcción de la línea Doce del Metro. Ambas fueron asuntos excrementicios. Una cosa eran los postulados supuestamente democratizadores y otra el fomento de la rapacería al estilo de la Nueva Tenochtitlán y otros marbetes de la impunidad clientelar convertida en aparente reivindicación de los sufrimientos originados por la desigualdad clasista. Son simples ejemplos. Hay mucho más.
El PRD fue, además, la semilla de las alianzas entre el gobierno y el crimen organizado. Su laboratorio más elaborado fue Guerrero, donde lo controlaron todo: las rutas de la heroína, las bodegas disfrazadas de escuelas, hasta el día del estallido con la crisis de Iguala y el matrimonio Abarca.
De ahí sólo hubo un paso a las condiciones actuales, gracias a la eficaz campaña para convertir un asunto absolutamente de crimen organizado en sociedad con las autoridades perredistas (del gobernador a los alcaldes), en una violación de Derechos Humanos frente a la cual el gobierno de Peña Nieto no supo reaccionar.
Hoy los funerales del PRD son de caricatura.
Su condición invertebrada le permitía, como al PRI, postular candidatos sin membresía (como Miguel Ángel Mancera, por ejemplo) a cambio de posiciones para los residuos tribales cuya pepena de migajas fue cada vez más triste.
Ayer vi una fotografía de absoluta elocuencia: un hombre sale del edificio de Benjamín Franklin con la cubierta de un escritorio sobre la espalda. Cómo el Pípila. En el dintel dice: “Democracia ya; patria para todos”.
La escena recuerda las películas del dorado cine mexicano: los pobres desahuciados con los pocos trebejos en la banqueta. En eso acabó tan desafiante proclama, tan sentido y patriótico lema. Pura palabrería, como ha sido siempre la izquierda.
Primero la quiebra moral, después la quiebra política y al final, la bancarrota económica.
Por las calles cercanas de la colonia Escandón, ayer mismo, se escuchaba el pregón de María Terrones quien le prestó su voz a las camionetas recolectoras de fierro viejo: se compran colchones, refrigeradores, estufas, microondas, partidos políticos…
Y tras ella, los Chuchos…