En memoria de la tía Gloria, unida siempre a la familia y a los escenarios de la música popular mexicana
El 11 de mayo de 2023, Chiapas y México perdieron a una de sus mejores voces. La tía Gloria Palomeque Díaz, conocida como “La Paloma Díaz”, falleció en su hogar de Tapachula. Fue una mujer cuya vida estuvo marcada por el talento y el arrojo, pero, sobre todo, por un amor inmenso a la música. Su voz fue un tapiz tejido con los hilos de la música mexicana.
Nacida el 12 de abril de 1936, hija de Abraham Carbot Palomeque y María del Rosario Díaz Santelís —el orden de los apellidos paternos siempre ha sido un dilema familiar que nunca se apaga entre nosotros—, Gloria creció en Tapachula, donde el murmullo de la marimba era el latido de la tierra. Desde niña mostró su gusto por el canto, presentándose en el Country Club local. Su talento llamó la atención del entonces gobernador Efraín Aranda Osorio, quien la invitó a cantar en “La Chacona”, un legendario lugar, cercano a Tuxtla Gutiérrez, lo que fue un primer paso hacia su gran destino.
En una época donde las mujeres estaban limitadas a tareas del hogar, ella rompió con lo establecido. A los 14 años, en 1952, dejó Tapachula para probar suerte en la Ciudad de México, llevando únicamente su voz y una voluntad de hierro. Este acto de coraje dio inicio a su carrera.
Su camino al éxito comenzó en la XEW, la estación de radio que marcó la edad de oro del entretenimiento mexicano. Acompañando a quien consideraba su tía, la reconocida cantante Amparo Montes, Gloria encontró una audición para un concurso de talentos dirigido por Pepe Ruiz Vélez. Se presentó, cantó y ganó la primera ronda, mostrando un talento que iba más allá de su juventud.

Sin embargo, el éxito inicial le trajo retos. Más allá de los verdaderos motivos, los porqués y las razones de fondo que subyacen en la historia, Amparo Montes convenció a doña María —la madre de Gloria—, de llevarla de vuelta a Tapachula. Y así ocurrió, pero ella no cedió. Escapándose de casa, tomó un tren sola hacia la capital del país para competir en la gran final, donde venció a 32 participantes y aseguró su lugar en la historia de la música.
En el programa La Hora del Granjero de la XEW, Gloria Palomeque se convirtió luego en “La Paloma Díaz”. El nombre fue inspirado en las cuatro primeras letras de su apellido y por su espíritu libre como un ave. Durante 11 años, los domingos por la mañana, su voz, acompañada de mariachis, llegó a miles de hogares.
Carisma y belleza, sus distintivos iniciales
La tía Paloma no sólo cantaba canciones; tenía la sensibilidad y el talento para transmitir el alma de México. Sus presentaciones, con trajes tradicionales mexicanos, pero que sobre todo celebraban la cultura chiapaneca, tocaban el corazón del público. Con el cabello largo y ondulado, teñido de un cobrizo tenue, su figura atractiva y esbelta se alzaba en un vestido bordado que semejaba un lienzo multicolor chiapaneco, que parecía danzar al ritmo de su canto.
En 1957, a los 19 años, regresó a Chiapas para participar en el primer concurso de Señorita Tapachula. En el hotel de los hermanos Estrada —en lo que hoy es Puerto Chiapas—, su carisma y belleza le dieron la corona. El 3 de julio de ese mismo año ganó el certamen con un traje de baño negro que abrazaba su juvenil figura; portaba el número 4 en su cadera; su cabello corto y rizado enmarcaba una agradable sonrisa. Este éxito local fue el comienzo de muchos éxitos mayores.

La década de 1960 marcó el punto más alto de su carrera. Firmada por RCA Víctor, grabó ocho discos que la colocaron entre las grandes voces del folclor mexicano. Sus canciones, llenas de pasión, hablaron a una nación que buscaba su identidad en tiempos de cambio.
Sus giras internacionales llevaron su música a Europa, Japón, Estados Unidos, Centro y Sudamérica. En cada escenario, La Paloma representaba a México con orgullo. Conocida como “La Chiapaneca”, su voz era una embajada del corazón mexicano. Su presencia llenaba el escenario.
En la Ciudad de México, compartió escenario con figuras como Lola Beltrán, Amalia Mendoza, La Tariácuri y Lucha Villa en la Caravana Vallejo, encabezada por el hidalguense Guillermo Vallejo y patrocinada por la cerveza Corona. Su habilidad para cerrar espectáculos con una energía única la hizo una de las favoritas del público y los organizadores.
Su voz también acompañó la campaña presidencial de Adolfo López Mateos, recorriendo durante sus giras proselitistas explanadas, estadios, plazas de toros y palenques.
Los golpes de la vida que modificaron su carrera
La Paloma brilló en la radio con programas como La Hora de la Policía Siempre Vigila en la XEB, donde cantaba cada noche. Su versatilidad le permitió destacar tanto en el escenario como en el micrófono, consolidándola como una artista completa.
A pesar de su éxito inicial, enfrentó decisiones personales difíciles. A los 29 años, en 1966, se enamoró de Carlos Guerra, un tamaulipeco de vida bohemia y desenfadada. Se casaron en Dolores Hidalgo, y de su unión nacieron dos hijos, Carlos Eduardo y Gloria Olimpia. Esta relación marcó un cambio en su camino y sus sueños de convertirse realmente en una máxima estrella de la música mexicana.
Las demandas de la maternidad y un matrimonio itinerante la llevaron a reducir sus giras. La Paloma, que había conquistado escenarios nacionales e internacionales, antepuso a su familia, una elección que mostraba su lado más humano y su compromiso personal.
En 1990, la vida le dio dos fuertes golpes. Su esposo falleció y, dos meses después, Gloria perdió a su madre.
En 1994, regresó a Tapachula. “Mi vida es cantar”, dijo en una entrevista. “Si no canto, me muero”. Y así, volvió a su pasión, actuando en palenques, fiestas y salones locales, donde su voz seguía magnetizando al público. Con un vestido verde brillante, adornado con estrellas rosadas que destellaban bajo las luces, su cabello corto y rizado enmarcaba un rostro que aún guardaba el brío de su juventud, mientras su pose firme reflejaba la dignidad de una artista que nunca se rendía.
En Tapachula, cada actuación era un reencuentro con su gente. El público, que la conocía desde sus días en el Country Club, la recibía con entusiasmo, celebrando a una hija que nunca olvidó sus raíces.
Su hogar se convirtió en un tesoro de memorias. En un baúl, guardaba fotografías, recortes de periódicos y carteles que contaban su vida. Cada objeto era un recuerdo, una historia de sus logros y sacrificios.
Celebraciones familiares amenizadas por sus canciones
Para nuestra familia, la tía Paloma fue siempre una estrella; era el alma musical de nuestras reuniones, pero en la intimidad hogareña era una integrante más; entre nosotros el trato cotidiano nunca ha distinguido sitiales y más allá de las bromas y la camaradería, es de igual a igual, fraterno, como hasta ahora. Sus canciones llenaban la casa, y su voz, potente y bien modulada, hacía vibrar cada rincón. Mi madre, Anita, muy afinada también, junto con algunas de mis tías, entre ellas Fadua, y mi tío Mardoqueo —al igual que mi hermano Alejandro y yo—, tuvimos muchas veces la suerte de compartir micrófono con ella, cantando juntos y celebrando con su música.
Un recuerdo imborrable para mí fue la fiesta de 15 años de mi hija Annick, a finales de los 90, en el restaurante Los Tamarindos en Iguala, Guerrero. La reunión fue organizada y sufragada por los abuelos maternos: Alicia y Trini, y la parentela de los tíos y primos de Iguala, Taxco y Tepecoacuilco, entre ellos Daniel, Benjamín, Joaquín, Miguel y su hijo Rafael. La celebración, encabezada por la tía Paloma y el showman chiapaneco Jaime Moreno, fue todo un éxito. Con el mariachi Santa Cecilia y el grupo Pantera del Norte, el evento —además de muchos amigos queridos que viajaron desde la Ciudad de México—, atrajo a tanta gente que el alambrado del restaurante, que entonces no tenía muros ni paredes que impidieran la vista y lo aislaran del exterior, no pudo contenerlos. Como gesto de urbanidad y convivencia, Norma y yo, invitamos a una veintena de espectadores a unirse, compartiendo cena y convivencia, porque el espacio no permitió convidar a más.
También participó en los festejos de Gentesur / La Revista de México, que he dirigido. Cantó en varias celebraciones, como aquella efectuada en la sede del ya desaparecido restaurante Hipocampo de Insurgentes Sur, donde, tras escucharla, don Francisco Méndez, el dueño, le ofreció una temporada que ella no pudo aceptar, porque ya se había comprometido a efectuar una gira por Centroamérica. También, años después, se presentó en el restaurante El Taquito en las calles de El Carmen, en el centro histórico de la Ciudad de México, una ciudad que siempre la recibió, lo mismo en hoteles de lujo que en prestigiados centros de música mexicana como El Abajeño y Amanecer Tapatío, que se ubicaba en Niño Perdido —hoy Eje Central Lázaro Cárdenas—, y avenida Obrero Mundial.
Mi conexión con ella fue especial. Sabiendo de mi afición por la música, La Paloma cantó conmigo varias veces, elogiándome y sugiriendo, con entusiasmo, que grabara un disco profesionalmente. Su motivación y cariño son recuerdos que guardo con mucho aprecio, un reflejo de su generosidad y calidez artística.
Un año antes de su muerte, supe que un conocido suyo nunca le devolvió un disco, un acetato que había prometido digitalizar y que ella atesoraba. Entonces me puse a buscar uno y encontré en Estados Unidos un ejemplar de 45 revoluciones, en perfecto estado, con cuatro de sus canciones más importantes: La Tequilera de Alfredo D’Orsay, que rivalizaba con la versión de Lucha Reyes; Caminito de Contrera_s de Severiano Briseño; _Cucurrucucú Paloma de Tomás Méndez; y otra pieza que capturaba su esencia.
No aceptaba mariachis desafinados ni públicos distraídos
Su música unía generaciones. En los escenarios sus versiones de las canciones de Ema Elena Valdelamar, Manuel Esperón, José Alfredo Jiménez, Fernando Z. Maldonado, Guty Cárdenas, María Magdalena Ortiz, Tomás Méndez, Agustín Lara, Juan Gabriel —como Amor Eterno—. o las interpretaciones de aquellas que inmortalizó Javier Solís, no únicamente cautivaban a quienes gustan del folclor mexicano, sino que fortalecían nuestra identidad. Cada melodía era una invitación a recordar, a reír y a disfrutar la música mexicana, un regalo que La Paloma nos daba con la naturalidad de los grandes artistas.

Sus hijos, Carlos Eduardo y Gloria Olimpia, crecieron también rodeados de su música. Los llevaba a palenques, ferias y presentaciones en provincias y capitales, cantándoles en camerinos, hoteles y trenes. Incluso mientras dormían, su voz los arrullaba. Para La Paloma, el canto no era solamente su trabajo; era una forma de vida que compartía con ellos, un lazo que nunca se rompía.
Las muertes de su esposo y luego de su madre la marcaron profundamente. Aunque no lo decía, su silencio era un canto roto que hablaba de su dolor. Por un tiempo, ese silencio decía más que su voz, mostrando un lado humano que la hacía aún más cercana.
La Paloma era también estricta. No aceptaba mariachis desafinados ni públicos distraídos. Si algo no estaba bien, paraba la canción o pedía silencio con una mirada. No era capricho; era su compromiso con el arte. En los últimos años, su presencia en el escenario —con o sin gran orquesta, aun con cintas o versiones de karaoke—, llenaba el lugar, haciendo de cada actuación un momento inolvidable.
En entrevistas, su alegría era contagiosa. Hablaba con la misma naturalidad con que cantaba, contando historias de sus días como estrella. Entre risas, decía verdades con un humor que cautivaba, como si cada palabra fuera una nota pulida por el tiempo.
Le dolía, eso sí, que los jóvenes no se interesaran por la música mexicana. Sentía que, sin ella, México perdía parte de su alma. A quienes le pedían consejo, les decía: “Tengan ganas, tengan valor. Cántenselo a la vida”. Su mensaje era claro: la música, además de arte, era una manera de vivir y resistir.
Su hogar en Tapachula era un reflejo de su memoria. Aunque había perdido o extraviado muchos de sus discos originales y fotos con destacadísimos intérpretes, compositores o gente del cine y el teatro, como sus amigos Joaquín Cordero y los hermanos Martínez Gil, aún preservaba cartas de productores, cintas de radio y algunos carteles con su nombre en letras grandes. Su mente recordaba fechas, nombres y lugares con claridad. Cada objeto en el baúl de sus recuerdos era un capítulo de su historia, que ella contaba con orgullo, pero sin presumir en exceso.
Una pionera que rompió barreras
En un mundo que limitaba a las mujeres, la tía Paloma también fue una pionera. Rompió las reglas, mostrando que el talento y la valentía podían superar cualquier obstáculo. A los 14 años, al tomar aquel tren a la Ciudad de México, buscaba más que fama; escudriñaba su lugar en el mundo. Esa joven atrevida se convirtió en un ícono, cuya voz representaba un nuevo faro para el folclor mexicano.
La Paloma era fuerte, atrevida y sacrificada. Al elegir a su familia sobre el estrellato, mostró que el éxito también se mide en vivir con honestidad y amor.
Sus relatos, como el sobresalto durante un comercial para la Ginebra Oso Negro —donde un oso, al que el equipo de producción embriagó traviesamente con licor, se puso agresivo y desgarró el vestido de La Paloma antes de ser controlado con dardos tranquilizantes—, hasta rivalidades amistosas con cantantes como Lola Beltrán, mostraban su aguerrido carácter. Contados con humor y calidez, esas historias revelaban a una mujer que vivía cada momento con pasión.
Ella no se limitó a la radio y los escenarios; también exploró la televisión. En el Canal 2 de Telesistema Mexicano, hoy Televisa, participó en programas como Hitazo Royal, Café Oro —donde se iniciaron Héctor Lechuga y El Loco Valdés—, Variedades de Medianoche, Así es mi Tierra y Noches Tapatías. Además actuó en El Diario de una Mujer, dirigido por Prudencia Griffel, mostrando su versatilidad más allá del canto.
Estuvo a punto de incursionar en el cine con La Soldadera, un proyecto basado en la canción de Benjamín Sánchez Mota, quien quería que ella lo protagonizara. Sin embargo, el productor no estuvo de acuerdo, el proyecto se canceló y, años después, Silvia Pinal tomó el papel. Aunque no se concretó, esta oportunidad reflejaba el alcance de su talento.
Su primer disco, grabado en 1957 para RCA Víctor, incluyó La Tequilera y Ella y mi Amigo. A lo largo de su carrera, acompañada principalmente con el mariachi América de Alfredo Serna, grabó varios discos con canciones como La Soldadera, De ti Quiero Olvidarme, Sigue de Frente, Puñalada Trapera y Paloma Negra.
Era memorable su interpretación de Mucho Corazón, la canción compuesta por Ema Elena Valdelamar. Al cantarla, se inspiraba profundamente:
De mi pasado / preguntas todo / que cómo fue / si antes de amar / debe tenerse fe… Yo, para querer / no necesito una razón / me sobra mucho / pero mucho corazón…
Y los aplausos se desgranaban al concluir su canto.
Dejó de grabar por varias razones: las sesiones tomaban mucho tiempo, las regalías eran mínimas —20 centavos por disco— y enfrentó celos y competencia, especialmente con Amalia Mendoza y Lola Beltrán, quienes reaccionaron a la publicidad que RCA Víctor le daba por sus altas ventas.
Su amor por la música comenzó temprano. A los 5 años ya cantaba en fiestas familiares y festivales escolares en Tapachula. En su juventud, conoció a Pedro Infante durante una gira por la región, quien elogió su voz, y a Fernando Casanova, El Águila Negra, quien también la animó tras escucharla. Estos encuentros, junto con su éxito en la XEW, fueron clave para su carrera, lograda únicamente con su voz, sin padrinos ni influencias.
La Paloma siempre defendió a los artistas chiapanecos. Criticaba que en Tapachula y Chiapas entero se explotara a los talentos locales, pagándoles apenas 500 pesos por presentación, mientras los foráneos recibían sumas exorbitantes. Abogaba por más apoyo a las voces regionales y por la promoción de géneros como la ranchera y la marimba, que veía amenazados por la balada, el rock y el rap, géneros que, según ella, no siempre tenían calidad.
Rafael de la Paz, ejecutivo de RCA Víctor, la bautizó como “La Paloma Díaz”
Su nombre artístico, “La Paloma Díaz”, surgió a propuesta de Rafael de la Paz, director artístico de RCA Víctor y paisano chiapaneco, en 1957. Incluso tras su jubilación anticipada, su voz privilegiada seguía cautivando en el sureste mexicano y Centroamérica, donde era constantemente solicitada, demostrando que su talento no conocía fronteras ni edad.
Gloria creció junto a sus hermanos, David Abraham y Jorge, en Tapachula, donde cursó la primaria en la Escuela Tipo Fronterizo y luego en el Colegio Constancia y Trabajo. Estas raíces educativas y familiares forjaron su carácter, siempre ligado a su tierra y a los valores que la llevaron a romper barreras en el mundo del espectáculo.
Nuestra relación encontró un nuevo espacio a través de WhatsApp, donde la música seguía siendo el puente. Le enviaba grabaciones de mis canciones, y ella, con cortesía y afecto, respondía con mensajes o llamadas llenas de aliento. Decía que, en mi voz, y en la de Anita, mi madre, y mi hermano Alejandro, encontraba un eco familiar. Esas charlas sostenían nuestro vínculo, como un hilo que nunca dejó de vibrar.
Estimo que su legado va más allá de los álbumes que grabó. Vive en los aplausos que aún se escuchan, en el cariño de quienes oyeron sus canciones rancheras y boleros, y en el orgullo de Tapachula, que la guarda como una melodía eterna.
Vivió cada momento con pasión; la versatilidad, su sello distintivo en los escenarios. Cuando le preguntaban si hubiera querido llegar más lejos, respondía con sencillez: “¿Más? Si viví cantando”. Su mayor reconocimiento estaba en el cariño del público, en los apretones de manos, en las miradas de quienes pedían una canción que ya no sonaba en la radio.
En meses previos a su partida, durante una llamada, noté algo extraño en su voz, esa voz clara y firme que siempre admiré. Sonaba lejana, imprecisa, como un eco atrapado en una caja de cristal. “Tuve un pequeño contratiempo de salud, pero ya voy de salida”, me dijo. Días después, con franqueza, me reveló que había sufrido un evento cerebrovascular en febrero de 2022. Me pidió discreción, especialmente para no preocupar a mi madre, Anita, quien enfrentaba también muy serios problemas de salud.
A pesar de su condición, La Paloma seguía ensayando en casa, cantando con su equipo de sonido para mantenerse lista para las presentaciones locales que aún hacía por cariño a su arte. Pero sabía perfectamente que, por más esfuerzos que hiciese, su dicción y su cuerpo no responderían como antes. Con serenidad, luego de revelarme su lucha personal, me solicitó también que guardara el secreto ante la familia, un silencio que pesaba como una nota final.
A finales de agosto de 2022, un segundo evento cerebrovascular, junto con un diagnóstico de fibrosis pulmonar, por sus tantos años de apego al cigarrillo, la debilitó aún más. Dependió entonces de oxígeno y nebulizaciones, y su salud decayó muy rápido. Inicialmente atendida en un hospital, decidió volver a su casa, rechazando permanecer en un centro médico. Conforme pasaron los días, su espíritu fuerte, pero herido, la llevó a deprimirse y dejó incluso de alimentarse.
Su nieto, Carlos Eduardo, la cuidó con devoción en esos últimos meses, sirviendo casi como intérprete en sus diálogos cortos y a veces ininteligibles. Tal vez heredero de su talento, Carlos Eduardo canta y toca instrumentos musicales, llevando en su voz el reflejo de su abuela. Él estuvo a su lado hasta el final, un pilar en sus días más difíciles. A esa tarea se sumó también mi hermano Alejandro y los hijos de la tía.
La Paloma se fue en silencio el 11 de mayo de 2023 valorado en su hogar de Tapachula, asumiendo seguramente su destino con la entereza que la caracterizaba. Sus restos descansan en el Panteón Jardín de la ciudad. No pidió ayuda ni dramatizó; se despidió a su manera, cuidando a los suyos hasta el último aliento.
Tras su fallecimiento, la Asociación Nacional de Actores (ANDA), de la cual fue miembro, reconoció su aporte al arte mexicano. Pero su verdadero impacto está en el cariño de su gente, que veía en ella un reflejo de sus propias luchas y sueños.
Tapachula guarda su memoria con cariño. Desde el Country Club hasta los palenques, su voz aún resuena como el eco de una campana. La Güerita Palomeque, como la llamaban muchos coloquialmente, es un símbolo de lo que significa perseguir los sueños sin miedo. Su legado familiar sigue vivo en sus hijos, Carlos Eduardo y Gloria Olimpia, y en sus nietos, Carlos Eduardo y Genesis Italia.
Vivió con intensidad, decisión y a su manera muy particular. Gran fumadora por muchos años, y sabiendo además de los efectos que la diabetes había causado en su organismo —que incluso le habían llevado a la amputación de los dedos de uno de sus pies—, filosóficamente dijo alguna vez: “Cuando llegue la muerte, la enfrentaré con calma, en paz y contenta, porque he vivido y amado plenamente”. Y así fue, ciertamente; así voló la tía Paloma hacia la eternidad.
Fotos son Colección familiar