NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
Cuando el discurso presidencial escoge a la UNAM para antagonizar, la pregunta es por qué el interés político de sumarla a la confrontación. Parece una incógnita porque es difícil que le ayude a articular ninguna demanda de la sociedad, como ha sucedido con otras instituciones autónomas. La andanada de adjetivos, como “derechización” o “conservadurismo” en las aulas, no consigue apelar al resentimiento en la narrativa, por ejemplo, del pueblo contra las élites y, en cambio, lo desgastan. Aunque puede funcionar para presionar cambios de poder en su cúpula.
El debate que abrió López Obrador es más simbólico que real, entre otras razones por no expresar una desigualdad política o económica capaz de recurrir a miedos, odios o prejuicios para explotar malestar o enojo contra la UNAM como causante de ofensas o daños. La diatriba tiene pocas posibilidades de movilizar a esa comunidad con simplificaciones o generalizaciones en el discurso político, a diferencia de otros grupos donde ha sido más fácil que cale su discurso por la infección de la desconfianza hacia las instituciones. Salvo que le resulte en contra. Y lo que deja es la preocupación por quién estará en el próximo flanco de ataque desde la tribuna presidencial. ¿Quién será la siguiente cobaya sometida al verbo de Palacio?
Eso no significa que deba haber ninguna institución intocable ni que el Presidente tenga que hacer bodega de su pecho con asuntos de la UNAM —como gusta decir— para guardar problemas, malos manejos o irregularidades. Pero descalificarla con el cartabón del “conservadurismo” o del “hamburguesamiento” es un error de tiro porque hace de la crítica un mero combate ideológico y, sobre todo, le quita el valor a la discusión de la agenda de problemas que ahí existen, como la violencia estudiantil y de género, atraso en digitalización, inequidad salarial, subejercicios presupuestales o de estímulos a estudiantes. Las coordenadas del debate son equivocadas, salvo que el propósito esté más allá de la institución.
Las autoridades universitarias han reaccionado con cuidado para evitar subir al ring presidencial, por tener poco que ganar en vísperas de la aprobación del presupuesto; y han dejado a los universitarios que rechacen sus dichos con la defensa, en los hechos, de la pluralidad de voces. Cuando se percibe que los límites del poder entran en zona de riesgo, se encienden las alarmas, como en la defensa de la autonomía universitaria, aunque no haya indicios claros de que López Obrador pretenda intervenir y tampoco en la libertad de cátedra. Sus reclamos a la UNAM son el manual de su discurso que sustituye la idea de pluralidad por el valor del “pueblo” como eje central de su narrativa para generar una nueva dirección y visión de las instituciones con la 4T.
Pero tampoco hay materia para pensar que el debate forme parte de un proyecto de reforma institucional universitaria como en otras épocas, cuando los proyectiles se dirigen básicamente a la rectoría. La importancia de ventilar los asuntos de la UNAM se concentra en la cúpula, en desigualdad del sueldo del rector, en un reclamo similar al que en otros órganos autónomos dio pie a la salida de sus responsables y la sustitución por personas cercanas, no de la “pluralidad” por el pueblo. El propósito, entonces, parece ser un recambio de los grupos de poder que han mantenido el control de la institución, de cara a la sucesión del rector Graue, a lo largo de los últimos 30 años del periodo neoliberal. Ésa es la intención que, creo, revela la declaración de López Obrador acerca de que “la UNAM fue tomada y puesta al servicio del régimen”, en alusión a grupos de poder interno a los que presiona para ser desplazados.
Y que también pasa por remover obstáculos hacia la sucesión presidencial en instituciones con potencial de oposición y movilización, como el de una comunidad con cerca de 400,000 integrantes entre las preparatorias y la universidad. La confrontación no está desligada de la conclusión, en dos años, de la reelección de Graue, en medio del proceso sucesorio, como puede leerse también de la intervención en el debate de Claudia Sheinbaum, como presidenciable, para refrendar sus críticas. Y, sobre todo, la coincidencia en el interés en la circulación de grupos en la dirección de la institución con otros con los que, incluso como universitaria, se sienta más cercana para los tiempos de campaña.
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