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Escasa es la literatura mexicana sobre el mar.
Se diría con algo de vergonzosa tristeza: hemos vivido de espaldas a los oceános.
Con litorales en el Atlántico, el Caribe, el Pacífico y ese Mar Bermejo al cual ya no le llamamos de Cortés porque nadie se ha disculpado en nombre de don Hernando, el capitán y marqués sangriento, pero en verdad poco provecho hemos tenido de la navegación o la pesquería ni supimos hazañas como las de Enrique el Navegante.
Jamás americano alguno –ni de antes ni de ahora—extendió el mundo con el viaje completo por el globo como hicieron los nautas de otro tiempo, Magallanes o Colón.
La más notable hazaña naval aquí sabida fue del ya dicho Cortés quien con pocos bergantines armados a dos mil metros sobre el mar, venció a la Gran Tenochtitlan con enorme desgracia de piraguas y canoas.
El gran Rafael Bernal, en “El gran océano”, —una suerte de biografía majestuosa y abrumadora del enorme Pacífico, como la biografía del Caribe de Germán Arciniegas— nos sugiere el motivo desdeñoso por las grandes aguas: “hablar de la historia de un mar parece absurdo porque en el mar no habitan los hombres.”
Sin embargo, esto también es cierto: “… el mar se convierte en el campo por el cual van y vienen las mercaderías, las ideas, las culturas, las pasiones y los odios que conforman la historia de los hombres…” También el huachicol, diría la 4-T.
“…el mar –sigue Bernal– se convierte en principalísimo agente del proceso de la transculturación, proceso que, si bien ha estado vigente desde los orígenes del hombre en la tierra, en los últimos tiempos, con la aparición cada vez más clara de una universalización de la historia, se convierte en fundamental…”
Hoy en México el mar no es noticia por sí mismo.
Lo es porque algunos marinos, cuya misión consiste (dicen) en proteger la soberanía en las costas, puertos, aguas nacionales; patrimoniales o territoriales se han corrompido en labores de tierra, ajenas a su función esencial.
Los han hallado en sucias redes de contrabando fiscal y quizá más. Los han metido en penales de alta seguridad o los buscan por los siete mares (sin igual, suerte para sus protectores jerárquicos).
Otros han sido hallados muertos así se niegue la relación entre los difuntos y las investigaciones entre obvia sospecha, pero en el fondo todo tiene un sabor acre y amargo, porque los jefes de la mafia naval, ascendieron a saltos nepotistas el escalafón, pues los hermanos Manuel Roberto (vicealmirante) y Fernando Farías (contralmirante), eran sobrinos políticos de Rafael Ojeda, secretario de Marina del cegatón y desinformado expresidente Andrés López, cuyo legado, memoria, herencia o instrucciones transexenales, todos defienden como bucaneros con el cuchillo entre los dientes.
Hace algunos años se suicidó Gloria Cházaro, la primera mujer en comandar una patrulla costera en la Marina y hace unos días el capitán Jeremías Pérez se quitó la vida multi mencionado en la tomentosa investigación de las aduanas marítimas. ¿Depresión náutica?
“Es un hecho que no es un delito federal (dice enterado y presto Alejandro Gertz. FGR, a pesar de los antecedentes del finado) es una situación totalmente de orden personal (será de desorden) a la que debemos de tener un gran respeto. Estamos esperando la información de lo que ocurrió.”
Pues mientras le dicen “lo que ocurrió” (aunque ya nos dijo lo que no ocurrió) deberíamos resaltar lo evidente: un suicidio no es un delito federal. Y si apelamos al derecho, ni siquiera es un delito, porque una violación legal recibe castigo y nadie castiga a un suicida, aunque lo condenaran a la pena de muerte.
Tampoco se puede castigar a quien muere en una práctica de tiro tan profesionalmente hecha como para matarse unos a otros, como ocurrió en Sonora, con el capitán Ángel Zúñiga, encargado del puerto de Manzanillo (“Fentanillo”), en el Estado de Colima.
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