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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

La Presidencia de Sheinbaum camina en un campo minado cuando apenas comienza a despuntar de la larga sombra de la popularidad de su antecesor. Su gobierno tiene en frente un primer año de alta peligrosidad por las bombas de tiempo de una herencia de alta carga explosiva de proyectos, reformas y desequilibrios financieros del sexenio pasado sin, al parecer, medir o equivocando las consecuencias en su gestión.

En toda transición hay sorpresas, aunque sean del mismo partido. Es una etapa capital para conocer la salud del gobierno y preparar el relevo, pero, en su caso, transcurrió en giras cada fin de semana en todo el país en un ejercicio de tutoría con su mentor político. Pudo tratarse de una guía política para sostener las brechas con los adversarios o de adiestramiento antes de una verdadera transmisión del poder. En cualquier caso, es menos probable que le sirvieran para desactivar minas y fuegos de las reformas a las que trató infructuosamente de imprimir otros tiempos y ritmos, como la judicial; o su reticencia a eliminar los órganos autónomos, donde alguna diferencia sí logró hacer. Lo cierto es que el legado coloca a su gobierno en uno de los arranques más complicados quizá desde las crisis del siglo pasado, que se potenciaban con la aparición de “muertos en el armario” en las finanzas públicas, seguridad o política exterior. A su gobierno lo recibieron todas esas calamidades con desequilibrios financieros, violencia desatada y la amenaza de Trump y, no obstante, ha intentado diferenciarse en seguridad y política exterior o poner su marca a la economía, pero sin dejar de administrar la herencia.

Pero es difícil jugar con fuego sin quemarse en un complicadísimo equilibrio entre preservar el usufructo del “obradorismo” y, a la vez, corregir con paciencia desórdenes que pueden ser muy perjudiciales para la fortaleza de su gobierno. Por ejemplo, el Paquete Económico evidencia arcas vacías y alta deuda financiera, lo que reduce su margen de maniobra y proyecta dudas sobre sus promesas y el riesgo de debilitar las instituciones con reformas hechas al vapor.

Desde la campaña se pronunció contra una reforma fiscal por creer que puede reducir el fuerte déficit público que le dejaron con un presupuesto austero, mejor recaudación y evitar la evasión. Sin embargo, ha tenido que abrir esa posibilidad en caso de que el país no alcance las estimaciones optimistas de crecimiento en que se sostienen las expectativas presupuestales. “Si son necesarias reformas adicionales, pues lo estaremos trabajando el próximo año”, dijo después de que el líder de Morena en el Congreso, Ricardo Monreal, anticipara que llegará pronto un profundo ajuste de este tipo.

Las minas empiezan a activarse antes de las mayores explosiones que anticipa el gobierno de Trump por amenazas migratorias y proteccionistas en el comercio. La sorpresiva reducción de la valoración crediticia de Moody’s y su recorte al pronóstico de crecimiento del país éste y el próximo año prenden alarmas en la confianza del gobierno y en las consecuencias de eliminar órganos autónomos de un plumazo o abrir una elección judicial sin organización o condiciones presupuestales adecuadas; es un duro revés a la posibilidad de corregir desequilibrios fiscales sin reforma o mayor endeudamiento en un complejo entorno geopolítico.

No es la única mala noticia alrededor de la estrechez presupuestal, también se suma una “bomba de humo” de Jalisco con un amago de abandonar el pacto fiscal. El estado podría darse un balazo en el pie con esa amenaza, pero es indicativa de la dura disputa por recursos escasos entre estados y al interior del gobierno por el impacto de la reducción del gasto en educación, salud y seguridad, entre otras, para lograr la “consolidación fiscal”. Algunos pueden pensar que el poco margen que heredó terminará por convertirse en molestia con su antecesor o velado reclamo; aunque creen eso los que también reiteradamente le reclaman un deslinde. Eso no ocurrirá sin consolidar sus propias bases de poder y popularidad, a pesar de que tenga los botones del poder político con el mayor triunfo en las urnas desde el siglo pasado.

Pero, sobre todo, porque la responsabilidad y el costo político de un ajuste profundo contra sus promesas y deseos recaería finalmente sobre ese bono democrático que sacó de las urnas, y que ahora reta la realidad de las finanzas del país como campo minado que debe recorrer para defender su proyecto.