Número cero/ EXCELSIOR
La transmisión del poder no es tarea fácil y menos con una figura del peso político de López Obrador. El primer sobresalto llega temprano para Claudia Sheinbaum apenas oficializarse su rotunda victoria en la Presidencia. Irónicamente, el éxito arrasador en las urnas la coloca ante su primera prueba de gestionar el protagonismo del Presidente y la discusión de las reformas constitucionales con que quiere dejar huella en la historia.
Aún no comienza la transición gubernamental y ya la virtual Presidenta electa encara el espectro de la mayor duda sobre su futuro gobierno. La preocupación por el afán de López Obrador de mostrarse como el factótum de su proyecto hasta el fin de su mandato, a pesar de ofrecer consultarla en decisiones mayores. Y después, la inquietud de que se asuma como guardián de la doctrina y vigía de la ortodoxia del segundo piso de la 4T que ella propone construir.
Los equilibrios de la alianza de la primera mujer Presidenta en México con el máximo liderazgo de la 4T es un tema delicado para su autonomía, a pesar de la enorme legitimidad como la más votada en la historia. El encargado de su equipo para la transición, Juan Ramón de la Fuente, ha fijado los términos de esa correlación de fuerzas “sin ruptura y sin sumisión”, tal como correspondería a un gobierno de continuidad con cambio que ofreció al electorado. Aunque, dentro de esos parámetros, el reto será definir el límite hasta dónde llega el sello propio de su gobierno y una confrontación que no necesita ni quiere, con su mentor político.
La reforma de Justicia es el terreno para comenzar a fijar esos linderos y definir acuerdos de esa relación. Sheinbaum pidió el voto para consumarla con el plan C y recibió el respaldo de la mayoría calificada para sacarla en solitario, pero expresa reticencias en apurarla y formas más conciliadoras con los opositores que la decisión de López Obrador de imponerla antes de dejar el poder. Será, pues, la primera prueba del coraje político y capacidad de negociación de la política, científica y académica que siempre ha defendido el proyecto y visión de su líder, aunque se haya querido ver en su pragmatismo la posibilidad de viraje al centro en el gobierno.
Pero que también insiste en que gobernará con independencia y estilo propio. Por ello, la preocupación que despierta el gran poder de las urnas y el temor de que lo ejerza sin contrapesos, asimismo, son oportunidad para contrastar las diferencias de sus liderazgos y el abordaje a los problemas. Tanto como los riesgos de tomar distancia de la agenda de un Presidente que, a diferencia de sus antecesores, se mantiene muy visible y revindica el derecho a disentir, aunque diga que se retirará de la vida pública al cabo de su mandato.
Sheinbaum presentó su triunfo apabullante con señales para la reconciliación y una invitación a caminar juntos a los que difieran de su proyecto como Presidenta de todos los mexicanos. También, apertura al diálogo y respeto a las minorías para discutir propuestas de 18 reformas de gran calado, que modifican la estructura sistema político, como parte de la idea de “cambio de régimen” que en 2018 llevó al poder a López Obrador, y que no había podido concretar por la falta de votos en el Congreso y por el freno de la Corte.
Evidentemente, sus formas contrastan con las de López Obrador, al que siempre se criticó por transmitir la idea de un país polarizado con el “conmigo o contra mí” y de gobernar con una estrategia de confrontación contra cualquier oponente a sus designios. También ahora, por irrumpir con la decisión de poner en marcha la aplanadora legislativa para su agenda pendiente de reformas, sin acordarlo con su sucesora; con la mera justificación retórica de que la “justicia es más importante que los mercados”, en alusión al castigo al peso por su posible aprobación.
De esa actitud, lo menos que se puede decir es que poco ayuda a la tentativa de Sheinbaum de generar un clima de distensión frente a temores de imposición autoritaria, y de tranquilidad a los mercados e inversionistas nerviosos por la concentración de poder en ella. Tocará ver ahora la sombra que proyecta la visibilidad presidencial, sobre todo los movimientos de la estratega eficaz y precisa de la campaña victoriosa, aunque haya necesitado del arrastre presidencial para su triunfo.