NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
El liderazgo de EU cotiza a la baja en su zona natural de influencia en América Latina, como revelaron las protestas y declinaciones a la cumbre por las exclusiones de la potencia. La región vive una nueva ola de dirigentes nacionalistas de centroizquierda e izquierda, que se observan lejos de las prioridades de Washington. La mayoría quiere sentar las bases de una nueva relación más sana y equilibrada que supere la pesadilla diplomática de la era de Trump, aunque en medio de desacuerdos y escaso apoyo de la Casa Blanca.
Las ausencias, entre ellas la de López Obrador, son indicativas del momento de la relación. Por un lado, los latinoamericanos comienzan a resistir la intromisión de Washington que, a su vez, muestra poca comprensión con los nuevos tiempos y olvido de los problemas de la región.
Por ejemplo, tener que enfrentar el covid con vacunas rusas y chinas sin contar con mayor asistencia de EU. Y, en cambio, ver que persisten bloqueos y aislamiento, no obstante algún guiño con la relajación de restricciones a Cuba y Venezuela, pero sin incluirlos en las invitaciones.
Por el otro, el gobierno de Biden pretende recuperar el peso de la influencia de su país, tras los años de agresión y hostilidad de Trump cuando, por ejemplo, construyó un muro virtual para la migración latinoamericana y obligó a México a servir, en los hechos, como tercer país seguro para los refugiados. Pero lo hace con planteamientos poco convincentes y escasos recursos que destinar al desarrollo regional. Su gobierno ha intentado sin éxito introducir nuevos enfoques a las políticas migratorias, pero éstos siguen respondiendo a su agenda política interna y a la “guerra” con los republicanos hacia la elección de medio término, en vez de resolver la crisis. En la cumbre ofreció acoger a 20 mil refugiados de la región este año y en 2023; una cantidad mucho menor que los 100 mil ucranianos que ha recibido de la guerra.
Al derecho de admisión que impuso Washington se atribuyen los fiascos de la reunión, pero sus escasos resultados demuestran la dificultad de relanzar una agenda regional como se pretendía. López Obrador y otros presidentes que declinaron participar, leyeron la debilidad interna de Biden en sus esfuerzos por salvar la cumbre y su reducida capacidad para potenciar la cooperación económica con las Américas. Ofreció una hipotética alianza para la prosperidad como fórmula para sustituir el comercio con China y acuerdos genéricos para enfrentar la crisis migratoria. En concreto, 314 millones de dólares e inversiones privadas por mil 300 millones en Centroamérica para frenarla. Otra vez, nada que ver con los 40 mil millones en ayuda militar y económica a Ucrania.
López Obrador ha reclamado a EU el incumplimiento del acuerdo de inversión por 4 mil millones de dólares para evitar la migración, mientras su gobierno sigue ocupado en perseguir migrantes ilegales desde hace más de tres años y acoge a los refugiados que ellos regresan en la frontera.
Su negativa a asistir es una forma de protestar contra ese estado de cosas y de presionar por una mayor cooperación económica, aunque sin abandonar su colaboración en la crisis migratoria, lo que enfurecería a la Casa Blanca. Es por ello que el gobierno de Biden se limitó a expresar que “lo entendemos” e inmediatamente anunciar su próxima visita en julio.
El Presidente fue un protagonista de la cumbre sin asistir. La jugada no tenía desperdicio porque además de elevar su exigencia a EU, le sirve para fortalecerse como referente de liderazgo nacionalista hacia América Latina; al contrario de lo que Biden quiere representar en la región con su preocupación por los gobiernos autoritarios y la inestabilidad en Centroamérica. En la zona hay nuevos tipos de dirigentes que ya no parecen dispuestos a asumir gratuitamente y sin chistar los dictados de Washington sin ni siquiera figurar entre sus prioridades. López Obrador sabe del peso de la crisis migratoria para la agenda política doméstica de Biden y también conoce los nuevos equilibrios políticos en Latinoamérica con fuerzas de izquierda y progresistas, que un Biden concentrado en la guerra en Europa, no termina de calibrar. Por eso le fue mal con una cumbre, que lejos de reforzar su influencia en la región, resultó en un fortalecimiento de la confianza y la seguridad de los latinoamericanos frente al vecino del norte.