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Hace unos días en la Fundación Miguel Alemán, el Consejo Jurídico asesor de la Academia Mexicana de la Comunicación, presentó un libro de alto academicismo cuya factura se hizo a partir de los ensayos de expertos en leyes constitucionalidad, Derechos Humanos y medios informativos.

La coordinación de esos empeños corrió a cargo de Luis Raúl González Pérez quien. fue el último Ombudsperson antes de la declinación real de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, hoy convertida en teatro de fachas y piso de garnachas. En fin.

De entre todas las aportaciones destaco la del ministro en retiro, José Ramón Cossío quien escribió acerca de la generalización contra la libertad de expresión en muchas partes del mundo como si esta intolerancia a la crítica o el mero señalamiento, fuera parte de una nueva forma de pensamiento en el declive de muchas sociedades de antigua ejemplaridad democrática y garantista.

Por casualidad las palabras de Cossío precedieron a esta noticia en Estados Unidos:

“(NYT).- Un juez federal de Florida desestimó el viernes la demanda por difamación presentada por el presidente Donald Trump contra The New York Times cuatro días después de haber sido interpuesta, calificándola de “improcedente e inadmisible” en su forma actual.

“El juez dio 28 días a los abogados de Trump para presentar una demanda modificada.

“La demanda, en la que se pedían 15.000 millones de dólares por daños y perjuicios, acusaba al Times y a cuatro de sus periodistas, así como a la editorial Penguin Random House, de menospreciar la reputación de Trump como hombre de negocios de éxito.

“Pero el juez Steven D. Merryday, del Tribunal de Distrito de Estados Unidos para el Distrito Medio de Florida, dijo que la demanda de 85 páginas del presidente era innecesariamente larga y divagante”.

Esta noticia podría llenar de satisfacción a muchos pero en el fondo no habría motivo. La cuestión sigue siendo la misma: el poder puede inhibir, demandar, asustar, arrinconar con demandas y recursos desde la cima y en lugar de exhibirlo, la justicia se refugia en un error de procedimiento en la presentación de la demanda, no en la naturaleza del acto abusivo.

La censura es un recurso ilegal del poder. Los periodistas no tienen recursos más allá de su oficio.

Los Estados Unidos fueron durante muchos años el referente democrático por excelencia aunque su fama no siempre estuvo bien sustentada. La poderosa industria cinematográfica americana fue escenario de la peor censura de los tiempos modernos en Occidente: la sospecha de realizar actividades antinorteamericanas terminó con muchas carreras llenó de oprobio a muchos hombres y mujeres talentosos. Hasta Chaplin fue desterrado por Edgar Hoover, aunque nunca lo llevó a proceso por sus abusos sexuales.

Cuando Europa se deslumbraba por la Democracia en América, Alexis de Tocqueville escribió:

“..Las opiniones que se sostienen bajo el imperio de la libertad de prensa en Estados Unidos son a menudo más tenaces que las que se forman en otra parte bajo el imperio de la censura…”

Hoy en México, donde algunas personas empujadas por la necesidad le ofrecen al gobierno el camino lógico de su sección hebdomadaria de las “mentiras” en la mañanera en la forma absurda de un tribunal especializado vale reflexionar en estas ideas de Tocqueville:

“Ellos creen (los estadunidenses), por otra parte, que los tribunales son impotentes para moderar a la prensa y que, como la sutileza del lenguaje humano escapa sin cesar al análisis judicial, los delitos de esta índole se deslizan en las manos que se tienden para cogerlos…”

Las observaciones de Don Alexis se hicieron sobre un poder judicial valioso por sí mismo, lo cual hoy, en México, no tiene lugar.

Los mexicanos tenemos un poder judicial sometido a los designios superiores, los cuales –en nombre del órden cósmico–, se deben acatar.

Jueces, magistrados y ministros, le deben ciega obediencia a nuestro señor Huitzilopochtli.