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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

El tercer contagio de covid, con un historial médico de graves afecciones, llevó otra vez al país a poner el foco de atención en la salud de López Obrador. La situación, más allá de las especulaciones, proyectó los riesgos de la centralización de las decisiones frente a la contingencia de la política y sus precarios equilibrios. Su fuerte liderazgo es un arma de doble filo para el entramado político, comenzando por su rol en la propia sucesión.

El episodio refleja que la concentración de poder puede ser efectiva y, a la vez, contraproducente para la estabilidad, por la debilidad del armado institucional ante sucesos imprevistos del destino. Por un lado, la fuerza del mando puede ser virtuosa para garantizar una transición ordenada en 2024 y, por otro, negativa ante malas pasadas de la fortuna. En el país, las transmisiones del poder presidencial no suelen ser normales, como recuerda la fractura del PRI en 1988, el magnicidio de Colosio y hasta el hecho de que los últimos cinco presidentes no lograran imponer a su sucesor.

En un país presidencialista, la salud del Presidente siempre es un tema que afecta la gobernabilidad y la continuidad de los proyectos. Más si es hipervisible y omnipresente, y más con los desequilibrios de un proyecto de transformación. El gobierno lleva haciendo esfuerzos desde que se conoció el contagio, el pasado fin de semana en Yucatán, por convencer de que no pasa nada, con un mal manejo de la información que alienta especulaciones interesadas y más desinformación.

Y, en efecto, no pasa nada, si observamos la continuidad de la mañanera con Adán Augusto, la marcha de la administración o la actividad frenética del Congreso en el cierre del periodo. Pero eso no conjura del imaginario lo que significaría que López Obrador resultara impedido de conducir su relevo ni desaparece con un video confirmando la buena noticia de que nada de lo peor ha sucedido.

Pero los interrogantes quedan porque, como en las viejas enseñanzas de Maquiavelo en El Príncipe, la fortuna ayuda a la virtud, pero sin fortuna puede fracasar, dado que es dueña de la mitad de las acciones. La preocupación por la compleja relación entre el ejercicio del poder y el destino está presente en su cabeza, como él mismo dejó constancia cuando reveló que tenía un testamento político para buscar garantizar la gobernabilidad si dejara de existir durante su encargo tras ser sometido a un cateterismo en 2022.

No preverlo —como dijo entonces— sería irresponsable por la incertidumbre sobre la estabilidad y en las filas de su movimiento. La importancia de su papel es incuestionable para ambas. Apenas unos días antes de ser víctima del virus dedicó intervenciones para llamar a las corcholatas de Morena a respetar el resultado de la encuesta, aunque no los favorezca, y a “cerrar filas” con el vencedor de la candidatura. Si, como se dijo, en aquel documento sugería quién lo sustituyera en el cargo, sería mucho más difícil con la definición del candidato en un proceso que requiere de su liderazgo para garantizarse.

Los tres aspirantes de Morena para sucederlo están en plena precampaña y, en las últimas semanas, la lucha por la candidatura se ha avivado con ataques abiertos entre ellos. Ebrard pide “piso parejo” en la competencia interna para aceptar el resultado, pero la dirigencia morenista aplaza definir las reglas de la encuesta hasta después de la elección en el Edomex. Tampoco ha sido receptiva a su reclamo de abandonar los cargos para hacer campaña y debatir propuestas para diferenciarse, que al Presidente, al parecer, tampoco le agrada.

A pesar de ello, los pullazos son cada vez más visibles. Una Sheinbaum triunfalista ofrece cargos en su gobierno a sus rivales si gana, en una declaración que Ebrard resiste como poco “humilde” de la favorita de Palacio Nacional. En el proceso se respira tensión, aunque el tiempo de negociar con la desobediencia y el chantaje de la fractura parecen haber quedado atrás con el último que lo intentó, Ricardo Monreal, dado que ninguna tendría realmente a donde ir con la vieja práctica del “chapulineo” hacia la oposición.

La confrontación no es extraña, lo paradójico es que la fuerza del liderazgo para mantener la unidad y la continuidad de su proyecto es, al mismo tiempo, un factor que, como recuerda el covid, puede aliarse con la mala fortuna.