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Se siempre igual y fiel, le decía Ramón López Velarde a la patria como una clave dichosa para su vida eterna, y de esa manera Morena, fiel a su espejo diario de cochinero, desaseo e ilegalidad, hasta dentro de la casa y consagra a la señora Claudia Sheinbaum como su defensora de los (imaginarios) Comités Para la Defensa de la Cuarta Transformación, y por esa razón, Marcelo Ebrard patea la mesa, ensucia el mantel derrama la sopa, pero bien se contiene de señalar de dónde vinieron las marranadas de cuya suciedad ahora se queja.
La crónica de todo este proceso es también la crónica del cinismo, la hipocresía y la falsedad. Todos –menos Claudia Sheinbaum-, sostuvieron unos más unos menos, posturas críticas o al menos de crítica apariencia.
Todos fingieron, todos quisieron hacernos creer que creían.
Y no creían nada; estaban en un orgasmo colectivo de intenso fingimiento.
Los hicieron renunciar, les dieron dinero para simular una precampaña, los dejaron mostrarse los dientes y los colmillitos; quejarse uno del otro y el otro de la otra, y mientras aquella cruzaba el pantano sin mancharse, envuelta en el impermeable hálito del Poder Absoluto, nada más nos dejaron la pedacería de sus imaginarias convicciones.
Ayer por la tarde, mientras en las inmediaciones del Centro Internacional de Comercio, la bufalada repetía con insistencia el coro del honor de estar con Obrador, Marcelo Ebrard demandaba la reposición del proceso por el cual llegaron a donde todo sabíamos que iban a llegar. Vano afán.
La mapachería aplicada a las encuestas reventó el proceso y estalló la idea del propio Marcelo Ebrard el miércoles por la tarde: debemos demostrar nuestra superioridad moral. ¿Cuál?
Todos aceptaron la simulación, todos jugaron un juego sin reglas más allá de los dictados férreos del Palacio Nacional.
Si Marcelo Ebrard se quiere perpetuar en el mismo papel humillante de hace años, es un problema suyo. Él sabrá cómo satisfacer su autoestima y a cambio de qué agacha la cabeza. Si lo llegara a hacer.
Pero si decide irse del partido, después de la anunciada reunión del próximo lunes, como todo hace suponer, quizá tenga tiempo de construir otra imagen siempre y cuando abjure del credo tan entusiastamente defendido hace años. ¿Cuál credo? Comprometerse con la fidelidad como quien hace un pacto de sangre y repetir y defender los fervorines de Andrés Manuel. Eso es Morena.
La bufalada al estilo del desaparecido PRI, hoy se expresa en tonos de vergüenza con el desplegado de los gobernadores, quienes antes de acabar la función ya están repartiendo las adhesiones y el anatema contra Ebrard. Todos se comportaron con lacayuna velocidad, comandados por el capataz sonorense, Alfonso Durazo.
Por lo pronto Ebrard lanzó ayer por la tarde el último suspiro. Lo hizo ante la sabiduría de José Cárdenas como oportuno entrevistador. La información se volvió internacional. Así lo dijo “El país”:
“El excanciller Marcelo Ebrard aseguró que no aceptará ningún “premio de consolación” ahora que oficialmente salió del proceso de Morena… aseguró que no aceptará ningún otro cargo como “premio de consolación” ahora que decidió salir del proceso de Morena para elegir a su candidato presidencial del 2024.
“No, ya nos rebasa cualquier posibilidad de que ofrezcan o no ofrezcan, lo que no es bueno no es bueno. La decisión que se tomó fue muy equivocada”, expresó… me están orillando a elegir entre estar en Morena o a defender lo que yo creo y voy a defender lo que yo creo”,
“El excanciller aseguró que será el día lunes cuando tenga una reunión con su equipo para definir su futuro en la carrera presidencial y en el propio partido de Morena”.
Y alguien podría preguntar:
¿Y el lunes las cosas serán distintas? ¿El lunes se habrán salvado las incidencias? ¿El lunes será algo más allá de otro lunes?