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La historia de la humanidad o para decirlo con brevedad, la historia, es la crónica y a un tiempo el teatro –o el escenario–, de la violencia.
Tan vasta y omnipresente es ella — todo paridora y todo destructora–, tan diversa en su esencial condición como para necesitar un nombre para cada una de sus cabezas de hidra.
El marxismo nos dice, la violencia es la partera de la historia. Es su comadrona: y también su madre, digo yo.
La violencia ha sido la herramienta básica del crimen. Organizado (si por organizado se entiende extendido, asentado en una zona numéricamente vasto, orgánicamente impune, como los cárteles, con una organización jerárquica y diversificada) o sin tan empresarial organización. Crimen cerril, matrero, montaraz, callejero; urbano o no.
Así lo explica el obispo de Guadalajara, J. Francisco Robles:
“Tristemente la obviedad es que el crimen está bien posicionado en cada uno de esos niveles (…) creo que el clima de inseguridad que estamos viviendo no disculpa a ninguno de los niveles; no es cosa de pasarse la responsabilidad o como se dice coloquialmente ´pasarse la bolita’ es cosa de enfrentar con toda la autoridad de la ley lo que está pasando, de otra manera no se va a componer esto”.
Hoy los resultados del delito son materia de exhibición y en ocasiones no sólo los resultados sino los sádicos procedimientos de la intimidación, el miedo, el horror y el terror (perdón los ripios). El ya célebre video de Lagos de Moreno (tan cerca de Lagos, Nigeria), es una muestra horrible.
Antes el terrorismo político, al estilo de las organizaciones islámicas más crueles, sacudía la conciencia de los asombrados occidentales, quienes ignoraban la cabeza del Bautista y la historia de Salomé. Tampoco miraban Abu Grahib o Guantánamo.
Los crímenes de ETA, por ejemplo, asombraron a los españoles del siglo XX quienes alabaron por siglos la conquista de América con todo y el genocidio continental. De Cholula al martirio de Cuauhtémoc, la culpa se disolvió en el calendario. Culpas son del tiempo, decían mientras alzaban los hombros.
Hoy tenemos violencia de género, violencia animal, violencia vicaria, violencia intrafamiliar; homofobias, diverso fobias, transfobias y gordo fobias, como si la detallada clasificación tan incompleta en este recuento sirviera para algo. Simple ociosidad dizque de especialistas. La violencia sólo tiene un nombre. No necesitan más.
Sin embargo, como no la podemos resolver, reflexionamos sobre ella. Apenas ayer nos dijo el presidente de la República sobre los artefactos mortales de los delincuentes: drones, minas y demás:
“…Todo hay que atenderlo, es lamentable que con estos explosivos se cause daño a civiles y también y sobre todo a policías, militares, marinos, básicamente a integrantes de la Guardia Nacional, policías y miembros de las fuerzas armadas. Pero mañana va a informar el secretario.”
Es lamentable que se cause daño a civiles, nos dice nuestro humanista presidente, pero matiza, SOBRE TODO a marinos, policías, militares y miembros de las fuerzas armadas.
– ¿Cual daño duele más? ¿Cuál vida vale más? ¿La del pueblo o la del pueblo uniformado según la proletaria definición del ejército bajo banderas?
La frecuencia del horror le ido quitando su componente de espanto. Ya nadie se asusta. Todos dicen sentir repugnancia por los videos macabros, pero los noticiarios se llenan con imágenes aparentemente censuradas, borroneadas, mutiladas pero insuficientes para saciar el morbo.
–Yo no las habría difundido, dicen quienes pugnan por una libérrima exposición del todo a todas horas. Otros dicen yo las habría mostrado, pero todos, sin distinción las han visto, como cuando un perro navega en el perol de la manteca hirviente o las cabezas cortadas aparecen “blureadas” en las pantallas de la televisión.