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La relación con EU parece entrar a una fase de inestabilidad en lo económico y de elevada tensión en política y seguridad, a pesar del aparente clima de acuerdos y cooperación. Las formas caóticas de negociar de Trump pondrán a prueba el equilibrio de la presidenta Sheinbaum entre el bullying de su gobierno y las presiones internas de los afectados de la 4T por el asedio exterior.

Los próximos meses serán determinantes para el futuro con la apertura anticipada de la renegociación del T-MEC y la creciente intervención estadunidense en seguridad contra los operadores de los mercados del crimen en el país. Los incidentes ahora se suceden casi a diario en temas prioritarios de la agenda bilateral, como si anunciaran la vuelta de México al lugar de la piñata, donde Trump coloca a quienes resisten sus designios o no encuentran la forma de hacerle frente.

Desde que llegó a la presidencia de EU en enero pasado, la estrategia de “cabeza fría” de Sheinbaum le permitió sortear el bullying arancelario mejor que otros países y, a la vez, contener impensables pretensiones injerencistas, como enviar tropas a combatir el crimen, que sería intransitable en su defensa de la soberanía.

Las llamadas telefónicas al más alto nivel hablaban de un contacto fluido que evite confrontar en los medios cuando se tense la cuerda y conducirse dentro de canales institucionales. No es poco, aunque debiera ser lo normal con un interlocutor que hace de la incertidumbre su forma de relacionarse desde el hegemonismo errático de su gobierno.

Pero las últimas semanas la situación ha dado un vuelco que evidencia la fragilidad de los acuerdos y la escasa predictibilidad de negociación alguna. La agresión y desconfianza están de regreso a través de acciones unilaterales, sin consulta ni cooperación, en la importación de ganado, aun con acuerdo de por medio para detener la crisis.

En seguridad, la negociación con Los Chapitos para la extradición de su familia sin informar de sus pactos; o el amago intervencionista por el uso de la declaración de “narcoterroristas” a dos “capos” por primera vez en la historia. Y, en política, la ausencia de explicaciones del retiro de la visa a la gobernadora de Baja California con la sospecha esparcida de que puedan sumarse otros morenistas a la lista de requeridos por Washington; y, así, otras acciones que, a todas luces, tienen el común denominador de no tomar en cuenta al gobierno de Sheinbaum.

La estrategia de Trump parece extraída de un recetario de poder machista que necesita mostrar fuerza y violencia para ejercer su rol. Lo mismo corteja y seduce con deferencias para crear ambientes favorables a sus objetivos, que invisibiliza a su interlocutora para demostrar que no necesita considerarla cuando no accede a sus intereses. La primera actitud valió a Sheinbaum el reconocimiento internacional a su paciencia y serenidad para enfrentar la política del exabrupto y acoso de Trump; mientras que la segunda podría debilitarla si logra calentarle la cabeza o radicalizarse en la defensa de los intereses afectados dentro de la 4T.

El tiempo de palabras amables y ensalzar su figura cambió a partir de la negativa de aceptar tropas estadunidenses en México; pese a prevalecer acuerdos en objetivos comunes, como frenar el huachicol fiscal, y aun cuando esto coloca a la mandataria en una posición delicada por relacionarse con señalamientos de corrupción a Pemex y la defensa de López Obrador contra ellos. Pero Trump apenas reviró con la provocación de decir que “le teme a los cárteles”, para luego desatar una asonada de represalias contra el gobierno de la 4T.

Los nuevos desencuentros parecen marcar la entrada a otra fase de la relación con Trump, aunque su carácter voluble no permite asegurar nada, tampoco cuánto pueda resistir Sheinbaum las demostraciones de fuerza y pretensiones injerencistas, aunque ha subido el tono ante los últimos ataques y en su exigencia, también desoída ésta y otras veces, de que informe a México de las acciones relacionadas con su seguridad y política interna.

La falta de comunicación es evidente y puede llevar al límite la mesura de Sheinbaum en la negociación con Trump, mucho más que el incordio de su estilo acosador y errabundo; la tarea de dialogar, argumentar y proponer salidas a los conflictos ha sido la piedra angular de su estrategia, incluso cediendo posiciones en seguridad y migración, aunque ahora pareciera bloqueada por la incomunicación.