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En diciembre, hace muchos años, nuestra casa se sumergía en una anticipación tangible, marcada por la llegada del hombre de la imprenta, un agente viajero, provisto con un portafolio grueso y desgastado, que se abría para revelar un universo de tarjetas navideñas, cada una un prometedor mundo de papel. Casi todas las postales, ilustraciones con su tradicional árbol repleto de esferas navideñas y coloridas cajas de regalos al pie, invitaban a soñar con montañas nevadas, tan lejanas de nuestra realidad, que contrastaban con el calor húmedo de nuestro hogar tropical. Las imágenes mostraban paisajes nórdicos, con ciervos vagando por extensas llanuras nevadas. Los árboles —generalmente coníferas, pinos y abetos, solemnes y altivos bajo mantos blancos que adornaban estas escenas—, evocaban un mundo lejano y bucólico, donde la naturaleza reinaba con majestuosidad invernal.

La belleza de estos parajes contrastaba con nuestra abrasadora atmósfera ecuatorial de Tapachula, en Chiapas. En los meses de abril y mayo, a menudo sobrepasábamos los 35 grados. Estos paisajes nos transportaban a un reino de blancos escenarios, como los creados por las producciones de un famoso estudio de animación en películas como Bambi, un contraste marcado con el verde perpetuo que nos rodeaba. Mi madre elegía con cuidado las frases ya hechas, que el hombre iba señalando una por una, con la punta de un bolígrafo, de un listado de cuatro o cinco páginas escritas a máquina, protegidas por una lámina de plástico, buscando resonancia en los mensajes estampados en letras doradas o negras. «Feliz Navidad y próspero Año Nuevo», decían, en un eco de esperanza anual.

Recuerdo que cada felicitación era una promesa de celebración, una pequeña ventana a la festividad invernal. Y una vez que el representante se iba, comenzaba entonces la espera, un período de inquietante expectativa, que registraba su clímax cuando a los pocos días, el medio centenar de tarjetas llegaban acompañadas por una cantidad igual de sobres blancos y dorados, casi listas para ser enviadas. Después, la tarea de escribir direcciones y nombres era larga y absorbente, pero representaba una conexión manual con cada destinatario. Luego, venía la tarea de sellar los sobres, un ritual casi contemplativo.

La lengua se deslizaba suavemente en la solapa de cierre del sobre, humedeciendo el pegamento. Creo, sin temor a exagerar, que, en el gusto ligeramente amargo y astringente, existía una familiaridad, una reminiscencia de tradiciones pasadas. La textura del papel se suavizaba al contacto con la humedad del paladar, sellando así el mensaje dentro. Es un momento íntimo, donde un simple gesto une los pensamientos plasmados en el papel con el mundo exterior, preparando el sobre para emprender su viaje.

La sensación que te dejaba en la boca el pegamento de los sobres era muy familiar, semejante a la resina fresca que escurría sobre la corteza de los troncos de los muchos y variados árboles en la vecindad donde vivíamos, y que alguna vez probamos por mera curiosidad infantil. El sabor de la resina natural era peculiar y algo penetrante y podría evocar sensaciones de bosques y naturaleza; mezclaba lo amargo, con un toque sutilmente aromático y terroso. Luego, llenábamos una bolsa con las tarjetas, preparándonos para la visita a la oficina de correos. Comprar los sellos y pegarlos en cada sobre era un ritual en sí mismo, pero sabíamos que, con cada tarjeta enviada, establecíamos un lazo, un hilo invisible que nos unía a esos otros, los destinatarios, familiares y amigos de toda la vida.

A medida que el ciclo se completaba, también llegaban las tarjetas que, a su vez, nos habían enviado; las colocábamos cuidadosamente en nuestro árbol de Navidad de plástico.

Cada felicitación recibida era un mensaje de amistad y cariño, un recordatorio de las relaciones mantenidas a través de la distancia. El árbol se convertía en un mosaico de deseos y saludos, un centro de nuestra celebración navideña. Pero el tiempo, siempre implacable, especialmente con las costumbres, avanzó inexorable. Las tarjetas navideñas, los sobres con sabor a resina, y las risas compartidas en torno al árbol se desvanecieron poco a poco. Años después, desvinculado ya de las raíces y del calor del hogar familiar, reflexioné sobre aquellos rituales de antaño; en la quietud de mis momentos a solas, esos recuerdos afloraban, vívidos como siempre, un eco dulce y melancólico de un pasado que seguía vivo en mi memoria. Estuve consciente de que la vida había tomado rumbos inesperados, creando un abismo de las tradiciones que una vez definieron mi infancia y juventud.

Fue cuando por azar encontré un significado real a la frase de José Alfredo Jiménez y su canción popular mexicana Las ciudades. “Las distancias apartan las ciudades, las ciudades destruyen las costumbres” —escribió nuestro sabio poeta. Y ciertamente, esa tradición comenzó a desaparecer, cediendo paso a nuevas costumbres. La pérdida de la tradición trajo consigo una reflexión sobre el paso del tiempo y las costumbres.

Cuando en diciembre los correos electrónicos y los mensajes instantáneos tomaron el lugar de las tarjetas navideñas, comencé a recordar esos momentos marcados por la llegada del representante de la imprenta. Aunque comprendía el cambio, no pude evitar sentir nostalgia por esos días de tarjetas y pegamento. Creo que, en algún lugar, en la casa materna, algunas de esas viejas tarjetas siguen existiendo, guardadas entre cajas y álbumes.

Considero que cada una de ellas es un pedazo de historia, un fragmento de un tiempo más lento y reflexivo. En la simplicidad de esas tarjetas, ciertamente, había una belleza y una sinceridad inigualables que, al parecer, como todo, hoy lastimosamente parece demodé, muy pasado de moda. (Dic-2023)

2025 será un año difícil de superar sin unidad y sin voluntad política

Por Víctor Barrera

De acuerdo a las cifras presentadas por el Inegi, la economía mexicana presenta ya una desaceleración que lo ha llevado a presentar una caída importante en la penúltima parte del año de 7 por ciento, lo que debe entenderse que la realidad mexicana es que en este 2024, nuestra economía alcance un crecimiento no mayor al 1.4 por ciento, resultado que resulta negativo para las expectativas gubernamentales y que solo muestran que el sexenio del tabasqueño es el peor en la historia del país.

México tendrá que enfrentar otra realidad en el 2025, porque el optimismo que se presentó en la entrega del Paquete Económico para ese año estará muy distante, si tomamos en cuenta que se pretende bajar hasta el 3.9 por ciento el déficit que presenta respecto al PIB.

Para poder alcanzar ese objetivo es necesario crear riqueza que permita a su vez inyectar recursos a los sectores productivos para alcanzar resultados positivos y con ello empezar a tener la recuperación necesaria del crecimiento económico con financiamiento sin deudas.

Pero el presupuesto de egresos aprobado por el poder Legislativo mostró recortes en sectores primordiales para no solo obtener crecimiento económico sino mejorar también la calidad de ida de los mexicanos.

En el sector agropecuario, no solo será la falta de recursos económicos su único problema, sino también la falta de una cultura que permita seguir deteriorando el medio ambiente y clima, para mantener las riquezas naturales sin ningún cambio.

La sequía que hemos vivido en los últimos años podría aún ser más intensa en este 2025 y próximos años, si no se establecen políticas públicas, acompañadas de recursos públicos a favor de evitar la contaminación del agua, tierra y aire. Además, será necesario dotar de nuevas tecnologías al campo mexicano para evitar que este siga utilizando el 75 por ciento del agua potable existente en el país.

También deberá realizarse políticas públicas para aumentar la producción de alimentos para alcanzar la tan nombrada autosuficiencia alimentaria y con ello ir disminuyendo la cantidad de alimentos que importamos

En cuanto al sector industrial, será necesario establecer un ambiente propicio para atraer inversiones y que perduren a largo plazo dentro del país, Esto significa tratar de erradicar la inseguridad en México y evitar que las organizaciones criminales sigan apoderándose de una enorme cantidad del territorio nacional.

A esto deberemos sumar la incertidumbre que ocasionara la sustitucion de quines laboran en el Poder Judicial , en cargos de magistrados, ministros y jueces, porque sera empezar de cero además de que este poder Judcial estará cargado a los designios del gobierno federal, lo que es un indicador de incertudumbre juridica para los inversiopnistas.

Por último, y aunque la presidenta, Claudia Sheinbaum, pretenda minimizar las amenazas de Donald Trump al asumir nuevamente la presidencia de Estados Unidos, estas siguen latentes y no las disminuirá porque el nacionalismo que viene inyectado en esas propuestas mantendrá la popularidad del próximo presidente norteamericano.

Esto significa que habrá una mayor cantidad de problemas que resolver y que estos deben ser por la vía diplomática, buscando obtener beneficio para ambas partes, pero lo que es un hecho es que México tendrá que cerrar aun más su política exterior para evitar que la migración se convierta en otro problema mayor en México.

El 2025 se presenta con un panorama no tan optimista, pero es cuestión de voluntad política de todos los mexicanos para alcanzar la unidad y los acuerdos suficientes para sortear cada uno de esos problemas que están latentes