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Con la misma curiosidad, a veces morbosa, a veces gozosa como los seguidores de programas de realidad excesiva como “La casa de los famosos” disfrutan expulsiones y alianzas, así los interesados en la política (o en la información política) miran con espíritu deportivo las declinaciones o los tropiezos de los aspirantes a altos cargos públicos.
Cada quien envuelve su retiro en el ropaje de la dignidad, la fidelidad a los principios. Y hay también quien lo hace y lo deshace porque en este juego y rejuego de las ambiciones disfrazadas, hay espacio para los chantajes, las amenazas, los amagos, las fintas y los golpes bajos. En este último capítulo el PRI lleva el segundo lugar.
Los caníbales de Morena ganan medalla de oro en engaños y traiciones. Y si no, ahí están las acusaciones (con carácter penal, aunque jamás prosperen), de Marcelo Ebrard en contra de la Secretaría del Bienestar, por su abierta manipulación, clientelismo y compra de votantes, tal y cómo él hizo como secretario de Desarrollo Social en el gobierno del DF bajo el patronazgo de Andrés Manuel.
Pero ahora se espanta. O se dice espantado.
Sin embargo, dos declinaciones llaman la atención por su elegancia y congruencia. Dos demócratas se comportan como demócratas. Los retiros de Enrique de la Madrid, obviamente y de Santiago Creel son muestra de civilidad. De Ángel Gurría no tiene caso opinar porque jamás estuvo siquiera en la contienda. Sus talentos lo califican para otros menesteres. Es un técnico; no un tecnócrata. Nunca ha gobernado nada. Ha administrado. Tampoco Ildefonso Guajardo.
Enrique de la Madrid dijo al abandonar: Todavía creo en la posibilidad de un México mejor. Y se suma a un proyecto de rescate. Si todos estos “cuadros” civiles llegaran al gobierno, harían un gabinete de primer mundo. Muy distinto en calidad y formación a los improvisados, intelectualmente escuálidos, de la 4-T y su anhelo continuista.
El otro abandono (no deserción) de Santiago Creel es notable. Deja de lado las ambiciones personales –tantas veces fracasadas–, en favor de un proyecto colectivo. Como Gurría, Creel no es hombre de gobierno. Es un buen parlamentario y un exitoso abogado. Tanto como para haber asesorado gratuitamente a López Obrador en algún tiempo.
En el otro bando nadie declina. Todo mundo se inclina (en posición supina, diría Ernestina).
Los “contendientes” no compiten contra Sheinbaum, en todo caso la apuntalan en el juego de máscaras más grotesco de muchos años. Fernández Noroña, por ejemplo (una nueva versión de Juanito –“Guanito” –, por su deliberada rusticidad), es algo patético. Y el Güero Velasco, una figura poco decorativa. No lo toma en serio ni la policía de Cuitláhuac García.
El juego ha llevado a algunos de los participantes a puntos de definición. ¿Se someterá Marcelo a Claudia cuando ésta reciba bendición y bastón de mando o por primera vez en su vida asumirá la responsabilidad de ser él por sí mismo, sin vejiga natatoria?
–¿Y Beatriz Paredes seguirá en el juego a sabiendas de sus escasas posibilidades? Como pocos, Beatriz sabe la utilidad de una elección perdida. Le ha pasado varias veces. Cuando se pierde una elección se ganan muchas cosas.
El futuro del frente está hoy en manos de Alejandro Moreno Cárdenas, lo cual no es para inspirar ni confianza ni optimismo. “Alito” hará cualquier cosa para salvarse a sí mismo cuando le aprieten tuercas y tornillos.
BALAS EN EL PIE
Hace unos días Epigmenio Ibarra en Radio Fórmula, exaltaba las figuras de Yáñez, Reyes Heroles, Torres Bodet y otros del viejo régimen, en la SEP. ¿Por qué no aplaudió a las ágrafas de la 4-T, ¿Delfina y Leticia Ramírez? ¿O Marxito?
Por la misma razón, quizá, de la sorna del presidente cuando le propuso a la oposición a Chumel Torres como secretario de Educación. El chihuahuense supera a las dos mecanógrafas (cuando mucho), de su gobierno.