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Se volvió un debate público enardecido, pero creo que no podía ser de otra manera. El orwelliano “nombramiento” del señor Hugo López Gatell para un cargo que no existe (representante de México ante la Organización Mundial de la Salud, OMS, en Ginebra) es probablemente, la decisión más discutible y más inexplicable del presente gobierno. Trofeo a una gestión de la pandemia cuyos resultados nos ubican como un caso extremo de incompetencia en el mundo. De tal suerte que la designación de López Gatell, recuerda, pero también presume -y eso es lo desconcertante- uno de los peores controles sanitarios que el mundo presenció durante la pandemia.
Las credenciales y cifras que el señor puede exhibir son bien conocidas, por devastadoras: más de 807 mil muertes en exceso (una de las tasas más altas del planeta); el país con mayor mortandad absoluta entre su personal de salud (4 mil 843); esperanza de vida que se redujo de 75 a 71 años (retroceso de tres décadas) y como corolario, la constatación de que casi 4 de cada 10 muertes en exceso durante la pandemia sucedieron por fallas en la gestión gubernamental.
Por todo eso y más, la impugnación al nombramiento de López Gatell fue tan intensa y creció de tono, con altos costos para la Presidenta Sheinbaum. Insisto, para mí, una decisión inexplicable.
Ahora permítanme apuntar aquí, ya no los datos o acusaciones generales, sino recordar las medidas concretas que el personaje protagonizó durante esos años (del 2020 al 2023), las acciones -todas bastante públicas- de las que él es enteramente responsable en tanto tomador de decisiones, instrumentador de medidas y conductor de la comunicación de los mensajes sanitarios a la población mexicana.
Lo que haré aquí es, simplemente, una ayuda de memoria, errores y omisiones, ya no “del gobierno” en general, sino los directamente atribuibles a López Gatell. Veamos.
En primer lugar, su política de pocas pruebas. No solamente fue un elemento activo que indujo a la subestimación permanente de la enfermedad (no haces pruebas, no tienes el número aproximado de contagios), sino que fue un factor que vulneró a la población más pobre, pues la ausencia de pruebas estuvo asociada a la pobreza y a una mayor letalidad. El decil de la población más marginada registró una prueba por cada 100 habitantes, pero una letalidad de 16.1 por cada 100; en cambio, el decil de mayores ingresos registra la realización de 10 pruebas por cada 100 habitantes frente a una letalidad de 9.3 por cada 100. Si sabías que portabas el contagio, actuabas. Los más pobres no tuvieron esa posibilidad.
En segundo lugar, la obstinada utilización del modelo centinela. Muy pronto, resultaron claras sus limitaciones e incapacidad para anticipar la geografía y la intensidad de propagación. La persistencia en ese error se corresponde a la hipótesis también fallida, según la cual habría una sola ola de contagios y de muerte, argumentada varias veces por López Gatell. México tenía los instrumentos para ir en busca de los contagios y no esperar, en cambio, a que los contagiados llegaran a los centros de salud. El cambio en el sistema de vigilancia epidemiológica nunca llegó, a pesar de que en otoño de 2020, ya eran frecuentes las reinfecciones con el mismo virus.
En tercer lugar, la comunicación no fue prudente, ni clara, ni basada en evidencia de la que sí disponía López Gatell y que debía orientar el cuidado de la población e inducir conductas sociales apropiadas. Su consigna y prioridad política fue minimizar la dimensión de la crisis en consonancia con la opinión del presidente López Obrador, no de la OMS. El principio de precaución (parte nuclear de las decisiones sanitarias ante patógenos desconocidos) no fue incorporado en la estrategia. Uso engañoso de datos, justificación pseudo-científica de decisiones políticas, una comunicación basada frecuentemente en información desactualizada, evidencia ignorada en las recomendaciones a la población y al cabo, una gestión más preocupada en la percepción que en la realidad de la crisis.
En cuarto lugar, la ambigüedad en torno al uso obligatorio de cubrebocas. En el mundo, pero particularmente en México, desde mayo de 2020 y gracias al doctor Mario Molina, sabíamos con bastante certeza que la principal vía de contagio del COVID es aérea, vía lo que respiramos y exhalamos, los aerosoles y no las gotículas salivales como se creía al principio, ni los fomites, esas grasas que producimos y que plasmamos en un saludo a mano o en la superficie de un celular. El virus viaja en el aire y por eso el cubrebocas es crucial. Gatell, nunca lo comunicó con claridad ni contundencia, tal y como lo exigía la situación.
En quinto lugar, la vacunación inicial y su programación irracional, construida con criterios corporativos y políticos, no sanitarios. El presidente AMLO definió en qué municipios y poblaciones se iniciaría la vacunación guiado por su leal entender y Gatell acató. Por su parte su jefe aparente, el secretario de salud, llegó a recomendar no vacunar a menores de diez años. Y en una decisión injustificable y criminal, se negó la vacunación prioritaria ¡a los médicos y personal de salud del sector privado!
Presento este recuento rápido pero no exhaustivo (porque hay mucho más: el efecto del “quédate en casa” aún si estas enfermo o su afirmación sin evidencia, según la cual el Covid era igual o menos grave que la influenza).
Todas son aberraciones de las que es directamente responsable López Gatell: hacer pocas pruebas, persistir contra evidencia en el “modelo centinela”, comunicación confusa, ambigua y lenguaraz, no haber generalizado ni haber hecho obligatorio el uso del cubrebocas y una vacunación caótica y arbitraria (no solo en el inicio).
Por todo eso, es tan incomprensible y agraviante el nombramiento de López Gatell, ahora rescatado de la irrelevancia y convertido por nada en un simbólico emisario de la salud pública mexicana ante el mundo. ¿He dicho Orwell?
(Todos los datos y sus fuentes, son oficiales y están disponibles en el informe de la Comisión Independiente de Investigación de la pandemia-Covid19, 2024. http://bit.ly/45PNifU).
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