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Alberto Carbot /Director de la Revista de México /Gentesur

México fue el primer país que visitaron Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins el 29 de septiembre de 1969, tras su memorable misión espacial. El contraste entre el ambiente que hallaron en la luna con el que encontraron al llegar a nuestro país, no pudo ser mayor. Allá, una enorme soledad y un profundo silencio. Aquí, luz, color y la calidez de los mexicanos.

Desde que llegaron al aeropuerto fueron objeto de un tributo que quizá no esperaban. Miles de personas los recibieron entre aplausos y vivas; algunos les llevaron llores y regalos. No faltaron quienes rompieron las vallas y se les acercaron. Los astronautas incluso saludaron de mano a hombres, mujeres y niños entusiastas.

Al pie de la escalerilla del avión fueron recibidos por José Muñoz Zapata, director del Ceremonial de Relaciones Exteriores y Robert M. McBride, embajador de listados Unidos en México.

Con ellos se hallaba también el representante del presidente Díaz Ordaz, José Antonio Padilla Segura, secretario de Comunicaciones y Transportes, quien pronunció un breve mensaje en el que expresó su deseo de que los conocimientos y las aplicaciones derivados de su viaje espacial, contribuyeran a “establecer en el mundo la paz, la justicia social y la libertad”.

A nombre de sus colegas, Armstrong agradeció la calurosa bienvenida y recordó que el mensaje que les envió el presidente Díaz Ordaz quedó en la superficie lunar, como símbolo no sólo de Estados Unidos, sino de toda la humanidad.

Al mediodía los astronautas y sus esposas abandonaron el edificio del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, para abordar el automóvil Lincoln negro del presidente Gustavo Díaz Ordaz, pero antes, un grupo de guapas representantes del Instituto Nacional de la Juventud, vestidas con los colores patrios, se aproximaron para entregarles 3 enormes ramos de flores.

El paso del elegante vehículo fue antecedido por motociclistas de la Dirección de Tránsito, pero aún así se movía lentamente. El resto del convoy estaba integrado por una comitiva de funcionarios y miembros de la embajada de Estados Unidos.

Decenas de jóvenes formaban densas vallas a las orillas del camino, a la vez que ondeaban pequeñas banderas de México y EU, al paso de los ilustres visitantes.

En el entronque Viaducto Miguel Alemán y Calzada de Tlalpan, fueron saludados de manera entusiasta por quienes se asomaban desde las ventanas de las casas y departamentos adosados al camellón.

Al llegar a la plaza de Tlaxcoaque y 20 de Noviembre, se decidió abatir la capota del auto presidencial para que la gente pudiera verlos directamente.

Ese día, el paso de los astronautas por la ciudad de México fue cubierto por papelillos de colores al desfilar por algunas avenidas del centro de la capital, donde fueron aplaudidos y saludados desde lo alto de los balcones y a la vera de las avenidas. Había también personas montadas en los postes del alumbrado público o telefónicos.

Desafiando la seguridad, muchos rompieron las vallas, se acercaron a los astronautas y trataron de tocarlos y de solicitarles un autógrafo, en medio de la incesante música de mariachis, marimbas, danzantes y diversos conjuntos.

Fueron inútiles los esfuerzos de los guardaespaldas del FBI y la policía mexicana para contener a los entusiastas que se agolpaba en lomo a ese automóvil, donde los gritos de ¡Viva México! y ¡Viva el Apolo!, eran sólo 2 ejemplos del coro de bienvenida que rodeó a los héroes lunares.

Al paso de la comitiva, un hombre le entregó un sombrero de charro a Armstrong, quien tuvo muchos problemas para mantenerlo aferrado a sus manos.

Arribar al ayuntamiento capitalino, más difícil qué el viaje a la luna

Fue quizá más fácil que el módulo lunar Águila se posara sobre la Luna que los astronautas pudieran salir del auto e ingresar a la sede del Ayuntamiento capitalino, donde el regente Alfonso Corona del Rosal, jefe del Departamento del Distrito Federal –en una ceremonia del Cabildo—, les entregó las llaves de la ciudad y los declaró huéspedes de honor.

Medio millar de personas —entre concejales, funcionarios, empleados y periodistas—, recibieron con aplausos a los héroes espaciales, que parecían algo nerviosos y sorprendidos por tan espléndido recibimiento.

Las sorpresas no terminaban. El regente entregó a la señora Armstrong, como obsequio personal, una jarra de plata con incrustaciones de oro y un centro de mesa a las señoras Aldrin y Collins.

En el pergamino que los declaró huéspedes de honor se leía: En reconocimiento a la extraordinaria hazaña de: haber llegado por primera vez en la historia de la Humanidad, a un suelo distinto al de nuestro planeta.

Armstrong, a nombre propio y de sus compañeros, agradeció las atenciones recibidas y recordó que 15 años atrás había pasado su luna de miel en México y 30 años antes hizo lo propio el presidente Richard Nixon.

“Es un gran privilegio el que tuvimos de ver a México a muchas millas de distancia. Recordamos que miramos a su país, como una bella combinación de colores”, dijo para halagar el oído de su audiencia.

En ese caos efusivo, Collins incluso perdió la medalla que el Cabildo de la ciudad le entregó de manos del propio regente Alfonso Corona del Rosal, quien calificó el histórico viaje a la Luna de “imponderable proeza”.

La siguiente etapa hasta el hotel Camino Real fue en un Mercedes Benz pero con la capota cerrada.

Aún así, la gente seguía agolpándose y saludaba y cerraba el paso al vehículo hasta que en la Alameda Central, la velocidad se redujo al mínimo para llegar a vuelta de rueda a la Columna de la Independencia.

En este emblemático monumento, los astronautas y el embajador estadounidense, en compañía del director del ceremonial, José Muñoz Zapata, depositaron una ofrenda floral con la leyenda: “NASA. Apolo 11, Astronautas”.

Antes de llegar al hotel Camino Real las cosas fueron más sencillas. De ahí partieron hacia Los Pinos, donde el presidente les ofreció un almuerzo de honor. Al arribar a la mansión presidencial, Díaz Ordaz le dijo a su nieto Mauricio: “Aquí los tienes”.

De buen humor, el mandatario les preguntó a los astronautas:

—¿Qué es más duro: esto o estar en la cápsula?

Luego, el jefe del Ejecutivo pidió al grupo de mariachis que se encontraban cerca, que cantaran Las Mañanitas en honor del coronel Collins, quien ese día cumplía años y se hizo un brindis en su honor durante el cual —en referencia al reclamo mexicano por el trato abusivo al que se sometía a los mexicanos que ingresaban a EU, con el pretexto de frenar el paso de narcóticos hacia su territorio—, formuló votos porque “desaparezca lo más pronto posible el error burocrático que ha levantado un muro de sospechas entre dos pueblos: México y Estados Unidos.

“El pueblo norteamericano entero sabe que nosotros, como pueblo, somos igual que los demás: buenos y malos, culpables e inocentes; un laborioso enjambre humano que trabaja apasionadamente por edificar una patria mejor, por ser leal a sus amigos y por contribuir a la armonía entre las naciones, único camino a través del cual podemos alcanzar el imperativo de nuestra hora: la paz que nos salve a la Humanidad entera del holocausto termonuclear”, señaló.

A su lado estaba su esposa Guadalupe Borja y alrededor había 200 invitados, entre ellos miembros del gabinete, representantes de la iniciativa privada y miembros del Congreso.

Luego del discurso del mandatario mexicano, Neil Armstrong, el comandante de la misión, dirigió unas palabras y posteriormente habló el coronel Collins.

Ambos entregaron al Presidente de la República una réplica de la placa que dejaron en la Luna y del pequeño disco en que están grabados todos los mensajes de los 72 jefes de listado, así como fotografías con sus firmas.

Le dieron además un aditamento óptico que permitía aumentar 8 veces el tamaño de esa reproducción, que medía 2 centímetros de diámetro.

Rebozos y mancuernillas de filigrana en oro de Oaxaca

Díaz Ordaz obsequió a cada uno de los astronautas un juego de pisacorbata, mancuernillas y llavero, elaborados en filigrana en oro de Oaxaca. Además, les entregó un estuche con una moneda olímpica y otro con una réplica de las instalaciones que sirvieron de escenario a los Juegos de la XIX Olimpiada, y una pluma con su firma grabada.

A su vez, su mujer regaló a las esposas de los astronautas rebozos de Santa María, con el nombre de cada una de ellas, tejido en el fleco.

A las 17.30 horas, los astronautas y sus cónyuges salieron de Los Pinos. Vendría después la conferencia de prensa en la que decenas de periodistas se agolparon para entrevistar a sus distinguidos interlocutores.

“Un sitio mejor para vivir, para la Humanidad entera, es el espíritu de Apolo 12”, dijeron los astronautas al anunciar que el 24 de noviembre siguiente, los comandantes Conrad y Gordon llevarían tal búsqueda en su misión, al responder a la pregunta sobre lo que Estados Unidos pretende al proyectar vuelos tripulados hacia la superficie selenita y a Marte.

La nota humorística la dio Collins cuando dijo que la gran falla en el vuelo del Apoyo XI fue que “no hubo huevos rancheros”, pero señaló que estaban trabajando para que se incluyera ese platillo en las dietas espaciales.

Aldrin dijo que afortunadamente encontraron que la vida es igual, desde su regreso, junto con el hecho de que sabían exactamente lo que estaban haciendo en rada uno de los minutos de vuelo.

El doctor Ramiro Iglesias, del Instituto Mexicano del Seguro Social, los interrogó respecto a si encontraron algún problema médico no previsto durante su permanencia en la Luna o alguna sobrecarga en su organismo, teniendo sólo un sexto de la gravedad terrestre.

Armstrong manifestó que no hubo ninguna dificultad seria de naturaleza fisiológica; por el contrario, dijo, encontraron que la baja gravedad lunar era de hecho un sitio agradable para trabajar, contrariamente a las previsiones adversas en ese sentido.

También se alegraron de constatar que las temperaturas extremas fueron manejadas o controladas adecuadamente por sus trajes y pueden esperar trabajar mucho más y con mayor intensidad de lo que lo hicieron en la aventura inicial.

Collins relató que la comida en general era muy buena, así como el café, y les dio alegró poder conservar los alimentos como querían.

Precisamente fue el lema del café el que más llamó la atención de la prensa mexicana.

Un diario capitalino reseñó al día siguiente que los astronautas prefirieron el café sobre cualquier otra bebida, durante su histórico viaje de 952 mil 700 millas que separan a la Tierra de su satélite y que los cosmonautas dispusieron de 45 paquetes del aromático, especialmente preparado para el gusto de cada uno de ellos.

El cronista se aventuró a formular la hipótesis de que el calé ingerido por los héroes lunares haya sido cultivado en nuestro país.

Así transcurrió ese memorable día en que los astronautas estadounidenses del Apolo 11 fueron aclamados por una delirante multitud en la Ciudad de México.