Número cero/ EXCELSIOR
Los “dos amigous”, Biden y López Obrador, tienen la amistad emproblemada porque en Estados Unidos crece un discurso de impaciencia hacia México por acusar la falta de combate a los cárteles de la droga. El mensaje de Biden y de congresistas republicanos por el secuestro de cuatro estadunidenses en Matamoros refleja esa ansiedad, que se extiende en el espectro de la derecha estadunidense con narrativas redituables electoralmente hacia la próxima campaña presidencial: “Es hora de usar la fuerza militar”, dicen.
La tolerancia de Biden con la estrategia de seguridad de López Obrador comienza a agotarse por la fragilidad de la frontera al trasiego de fentanilo. Si bien ha reclamado “acciones contundentes” contra ésta, como en la “cumbre” de líderes de América del Norte, su margen de acción se reduce para convencer en su país de que la colaboración antinarcóticos es eficaz. En esa coyuntura, el discurso republicano se enfoca en mostrar su inacción para proteger a los estadunidenses de un problema que se convierte en amenaza a su seguridad nacional.
El caso de Matamoros, con una campaña en medios estadunidenses, evidencia los dilemas de la seguridad y la migración con el friendshoring de un “increíble socio” como México. Biden evita la confrontación con López Obrador por resolverle el problema explosivo de la contención de la migración en la frontera. Y debido a la importancia estratégica del vecino para la relocalización de empresas de China en su plan de debilitar la dependencia de las cadenas de suministro de Asia.
Matamoros es un ejemplo de las paradojas de la política migratoria, la mayor competencia de las bandas del narcotráfico en la frontera y la debilidad del Estado de derecho. Que fácilmente chocan sin control de las instituciones sobre la violencia, como muestra el ataque contra los estadunidenses sólo por estar en el lugar y momento inadecuados. Según la Fiscalía de Tamaulipas, el crimen pudo deberse a una “confusión”, algo plausible, pero que aviva más la narrativa republicana sobre México como el narcoestado que delineó el juicio de García Luna y su exigencia en el Congreso y del exfiscal William Barr de designar a los cárteles como terroristas.
La Casa Blanca rehúye a esa idea por juzgarla inútil, debido a que no agregaría nuevas facultades para combatir a los cárteles en México, pero sería muy negativo para la imagen del país y la relación diplomática. No obstante, la presión republicana provoca un enfrentamiento con su aliado con reclamos que no se escuchaban desde Trump. Su portavoz de Seguridad Nacional, John Kirby, calificó el asunto de Matamoros de “inaceptable” y exigió a México justicia, lo que puede traducirse en posiciones más duras porque —como dijo el embajador Ken Salazar— es imperativo actuar contra los cárteles en sitios que parecen de su control, como Tamaulipas.
Las críticas internas obligan a Biden a cambiar las reglas del juego con el fentanilo para repeler la idea de inacción y falta de eficacia para frenar el tráfico de una droga que ha matado a más de 100 mil estadunidenses. Pero lo más preocupante para México es la falta de una narrativa coherente para responder a la acusación sobre la penetración de los narcos en la política y las instituciones para la expansión de los cárteles.
El presidente López Obrador y su amistad con Biden está en problemas por el dilema de poder mantener su discurso político de diferenciación con el pasado y la estrategia de seguridad sin una explicación clara que contrarreste el asedio de presiones de EU. Su condena al intervencionismo o la hipocresía en el tema de drogas de EU como “farol de la calle y oscuridad de su casa” es de alcance limitado ante señalamientos de que no actúa contra el narco porque los protege, como reclama el senador republicano Dan Crenshaw: “¿A quién representa usted, a los cárteles o al pueblo?”, dijo.
A pesar de rechazar la propuesta del Congreso de que su ejército actúe contra el fentanilo en México, la percepción de que no enfrenta a los cárteles reduce el margen de maniobra de Biden y suministra municiones a los republicanos para una mayor intervención, aunque sólo sea endurecer los controles bajo la designación de terroristas. Por lo pronto, Matamoros ya le habrá hecho saber que su política migratoria y el friendshoring, y su amistad con Biden son insuficientes para mantener alejado al vecino de los asuntos internos.
Los “dos amigous”, Biden y López Obrador, tienen la amistad emproblemada porque en Estados Unidos crece un discurso de impaciencia hacia México por acusar la falta de combate a los cárteles de la droga. El mensaje de Biden y de congresistas republicanos por el secuestro de cuatro estadunidenses en Matamoros refleja esa ansiedad, que se extiende en el espectro de la derecha estadunidense con narrativas redituables electoralmente hacia la próxima campaña presidencial: “Es hora de usar la fuerza militar”, dicen.
La tolerancia de Biden con la estrategia de seguridad de López Obrador comienza a agotarse por la fragilidad de la frontera al trasiego de fentanilo. Si bien ha reclamado “acciones contundentes” contra ésta, como en la “cumbre” de líderes de América del Norte, su margen de acción se reduce para convencer en su país de que la colaboración antinarcóticos es eficaz. En esa coyuntura, el discurso republicano se enfoca en mostrar su inacción para proteger a los estadunidenses de un problema que se convierte en amenaza a su seguridad nacional.
El caso de Matamoros, con una campaña en medios estadunidenses, evidencia los dilemas de la seguridad y la migración con el friendshoring de un “increíble socio” como México. Biden evita la confrontación con López Obrador por resolverle el problema explosivo de la contención de la migración en la frontera. Y debido a la importancia estratégica del vecino para la relocalización de empresas de China en su plan de debilitar la dependencia de las cadenas de suministro de Asia.
Matamoros es un ejemplo de las paradojas de la política migratoria, la mayor competencia de las bandas del narcotráfico en la frontera y la debilidad del Estado de derecho. Que fácilmente chocan sin control de las instituciones sobre la violencia, como muestra el ataque contra los estadunidenses sólo por estar en el lugar y momento inadecuados. Según la Fiscalía de Tamaulipas, el crimen pudo deberse a una “confusión”, algo plausible, pero que aviva más la narrativa republicana sobre México como el narcoestado que delineó el juicio de García Luna y su exigencia en el Congreso y del exfiscal William Barr de designar a los cárteles como terroristas.
La Casa Blanca rehúye a esa idea por juzgarla inútil, debido a que no agregaría nuevas facultades para combatir a los cárteles en México, pero sería muy negativo para la imagen del país y la relación diplomática. No obstante, la presión republicana provoca un enfrentamiento con su aliado con reclamos que no se escuchaban desde Trump. Su portavoz de Seguridad Nacional, John Kirby, calificó el asunto de Matamoros de “inaceptable” y exigió a México justicia, lo que puede traducirse en posiciones más duras porque —como dijo el embajador Ken Salazar— es imperativo actuar contra los cárteles en sitios que parecen de su control, como Tamaulipas.
Las críticas internas obligan a Biden a cambiar las reglas del juego con el fentanilo para repeler la idea de inacción y falta de eficacia para frenar el tráfico de una droga que ha matado a más de 100 mil estadunidenses. Pero lo más preocupante para México es la falta de una narrativa coherente para responder a la acusación sobre la penetración de los narcos en la política y las instituciones para la expansión de los cárteles.
El presidente López Obrador y su amistad con Biden está en problemas por el dilema de poder mantener su discurso político de diferenciación con el pasado y la estrategia de seguridad sin una explicación clara que contrarreste el asedio de presiones de EU. Su condena al intervencionismo o la hipocresía en el tema de drogas de EU como “farol de la calle y oscuridad de su casa” es de alcance limitado ante señalamientos de que no actúa contra el narco porque los protege, como reclama el senador republicano Dan Crenshaw: “¿A quién representa usted, a los cárteles o al pueblo?”, dijo.
A pesar de rechazar la propuesta del Congreso de que su ejército actúe contra el fentanilo en México, la percepción de que no enfrenta a los cárteles reduce el margen de maniobra de Biden y suministra municiones a los republicanos para una mayor intervención, aunque sólo sea endurecer los controles bajo la designación de terroristas. Por lo pronto, Matamoros ya le habrá hecho saber que su política migratoria y el friendshoring, y su amistad con Biden son insuficientes para mantener alejado al vecino de los asuntos internos.